El equipo local buscaba desesperadamente una victoria para ofrecer a su parroquia, exenta todavía de alegrías a domicilio esta temporada. Los dos siguientes datos lo demostraban: Francisco alineó prácticamente a cuatro delanteros (Wellington Silva, Zongo, Hemed y Thievy) y Zongo dispuso de un remate franco en el área rayista en el segundo quince de juego. Por su parte, Jémez no sorprendió con experimentos en la alineación, optando finalmente por desplazar a Tito al maldito lateral zurdo. El resto, más vale malo conocido que bueno por conocer. Sin influjo de la oración anterior, Amaya ocupó la sensible baja que causó Zé Castro horas antes del encuentro por una gastroenteritis.

El dictador almeriense

El cuero rodó sus primeras vueltas y, tras la ocasión de Zongo, se deshizo de él un portero y luego el otro, tan atentos como líberos atrasados. Un despeje de Cristian Álvarez pudo incluso convertirse en asistencia para Licá, pero el luso condujo el balón fatal, preludio de lo que fue su desacertada actuación. Las cartas sobre la mesa, el balón sobre Trashorras y el Almería lanzando pases a sus cuatro puñales sin cesar. Especial mención merece el trabajo de Hemed, quien dando un paso atrás, hizo dar dos adelante a su equipo.

En el mentado juego de naipes se impuso el conjunto de la tierra andaluza. Las raíces de pasión que surcan su camiseta les inducían a ir más fuerte al choque, más convencidos, con una fe casi religiosa. Trashorras se olvidó del esférico, el Almería dominó con solvencia, a lo que ayudó la preocupante indolencia del Rayo, en estado vegetativo durante muchos minutos. Una mordiente sin afilar, una defensa de patio de colegio, tanto en colocación como en actitud. Un mal rato que se incrementó cuando el Almería olió el miedo y cercó literalmente el área rival. Los andaluces impusieron un bloqueo a la salida del Rayo denunciable al tribunal de La Haya. Presión inhumana. Sin embargo, los madrileños, irredentos como siempre, soltaron su rebeldía por banda derecha, con un balón parado y otro corrido. También dos entradas a ras de suelo de Fatau lograron activar la vena de resistencia vallecana.

Tiro al plato del Almería

Hasta entonces, el poder del Almería había sido territorial gracias a una sensación de opresión, pero acabó el alto el fuego. Wellington Silva por la derecha, bien flanqueado por Ximo Navarro, estaba siendo un filón de ocasiones, eléctrico e imparable. Dubarbier hacía lo propio por la izquierda. Hemed recibiendo en tres cuartos de cancha, dinamita. En un robo del israelí, Zongo quedó de nuevo en buena posición, más franca si cabe que antes, y remató mal, peor si cabe que antes. El ataque almeriense era difuso, aunque la oportunidad existía, no terminaba de plasmarse. Como un escritor de relato corto que se lanza, temeroso, a su primera novela. Donde un Cortázar hubiera deslumbrado, el Almería aún no sorprendía al lector, en este caso un dócil Rayo, muy dispuesto a dejarse embaucar. Cristian Álvarez asistía atónito a la pasividad de su defensa, teniendo que salir él mismo a cortar un avance audaz de Dubarbier, así como echarse a los pies de Wellington Silva, después de que el brasileiro burlara al permeable muro rayista.

La escopeta que usaba el Almería debía estar trucada, no era posible que siguieran acumulando disparos sin acertar portería. Zongo, cegado por sus fallos anteriores, remató con más rabia que razón, ya que tenía a su vera compañeros anhelantes mejor posicionados. El portero del Rayo no daba abasto, cuando no lo defendían sus zagueros era él mismo quien provocaba la acción de peligro rival. Un error en el despeje, una triangulación rápida del Almería y Hemed que disparaba sin controlar, al primer toque. El guardameta, principio y final de la jugada, desvió con una mano inventada.

El Rayo aún respira

Nada iba bien en el conjunto de Jémez. Si lo del Almería era una escopeta trucada, el ataque del Rayo era intentar matar a un león con globos de agua. Trashorras perdía balones como nunca, Fatau no lograba recuperar uno a pesar de su infatigable esfuerzo y la defensa no reaccionaba frente a las ofensas del adversario. Mal Licá, desaparecidos Bueno y Leo, Kakuta invisible. El luso fue el sacrificado por la habitual llamada de atención de Jémez. A seis minutos del descanso, entraba Aquino. Pequeño golpe de efecto. El Rayo, sin haber hecho ningún mérito, encontró dos ocasiones de la nada. El primer intento fue un pase de la muerte de Quini que despejó con valentía Vélez, echándose al suelo. Al instante siguiente, Trashorras cabeceaba dentro del área chica. No es su fuerte. Se avecinaba el descanso y el equipo franjirrojo no perdía. Un milagro para creyentes, inexplicable para ateos.

Tras el descanso, el Almería se contagió de la imprecisión y, durante un rato, hubo fútbol de fogueo en el césped del Mediterráneo. Fue de nuevo el local quien abolió el alto el fuego, con el eterno fallo en la definición de Zongo, que se topó otra vez con Cristian Álvarez. Thievy, el siguiente en intentarlo, debió conformarse con el bonito sonido del “¡oh!” en las gradas, el murmullo de aprobación tras una jugada que no acabó en gol, pero de bella factura.

Manucho, el guionista de telenovela

Dos lesiones y dos cambios que cambian. Vélez, aquejado desde antes del encuentro de molestias, se vio obligado a dejar su puesto a Michel, que ocupó el lateral empujando a Ximo Navarro al centro. Las incorporaciones del primer lateral derecho cesaron obviamente y la puerta derecha del ataque del Almería se cerró. En el Rayo, los problemas musculares de Fatau vistieron de corto a Jozabed. El joven mediocentro sería determinante en el desarrollo del encuentro, aderezando de calma el manojo de nervios que era su conjunto.

Pero en realidad, todo era papeleo, burocracia innecesaria, hasta la sustitución de rigor de Jémez. Cuando el nueve se ilumina en verde en la tablilla del cuarto árbitro, el Rayo regala la zona de artillería terrestre, pero saca a relucir la potencia de su ejército aéreo. “Ma-nu-cho” corearon los pocos aficionados que habían viajado desde la capital a la alejada Almería. Dio igual el mano a mano errado por Kakuta tras un pase perfecto de Jozabed. Indiferencia cuando el propio francés quería subsanar su fallo anterior y se obcecaba con el remate. No cambió nada la finalización aleatoria de Tito que pasó rozando la escuadra, asustando gravemente al espectador local. De querer ganar ambos al miedo a perder, de un corte kilométrico de Abdoulaye a un pase de Bueno, pasando por la presión sanguínea constante de la calma de Trashorras. Todo da igual. Empieza a importar cuando el balón vuela sobre una figura enorme tallada en ébano, esta salta y reescribe el guión. Es Manucho, es futbolista, pero podría ser guionista de telenovela. Un giro inesperado en Granada le avala en suelo andaluz. Lo volvió a repetir en Almería, esta vez el giro fue de cuello, prestando el balón a Bueno, compartiendo protagonismo. El enganche del Rayo se balancea, decidiendo con qué pie actuar. Al final es su zurda la que telegrafía un centro a Kakuta, liberado por fin de sus dos ocasiones marradas. El Rayo se supera, con un punto más que en toda la primera vuelta del año pasado. Manucho, guionista de finales imprevisibles. Y el Almería llevará esta noche a reparar su escopeta, exigiendo al mecánico que la tenga arreglada y preparada para cazar eibartanos en Ipurúa

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Sobre el autor
Sergio  Vicente Z.
Graduado en Filología Hispánica. Máster de Profesorado. Apasionado del fútbol y de las letras. Adoro cuando se juntan. Prefiero las buenas intenciones que acaban en fracaso que el éxito basado en las malas.