El Derby deja a la Real Sociedad en una situación compleja. Decimocuarta en la clasificación y con cuatro puntos de renta sobre el descenso, en una temporada en la que el objetivo era la lucha por los puestos europeos, pero que cada vez es más claro que realmente hay que competir por evitar el descenso.

El equipo sufre los mismos problemas partido tras partido, y estos son estructurales. Destacando la mala planificación de la plantilla, que queda palpable en cuanto la plaga de lesiones es algo más acusada de lo normal y que dificulta la labor al entrenador teniendo que alinear a jugadores en los que no confía demasiado. En relación con la plaga de lesiones que sufre el equipo, y que ha aumentado desde la llegada de Moyes. Está el problema del aguante físico, que solo da para los primeros 60 minutos, coincidiendo con los mejores compases en cuanto a juego y ocasiones del equipo. Produciéndose después, y como viene siendo común en todos los encuentros, una abrumadora bajada en cuanto a la intensidad que también provoca errores de concentración y es cuando llegan los goles en contra que coartan de la victoria o de puntuar al quipo, tal como paso contra el Villarreal o contra el Athletic.

El sistema de presión defensivo

En cuanto a la forma de jugar de la primera parte, hay que mencionar el sistema de presión y ahogo que realizaba todo el equipo cuando un jugador rojiblanco recibía el balón, lo que minaba las posibilidades de pase del rival y daba la opción a la recuperación del balón pillando descolocado al Athletic y teniendo la ocasión de montar la contra. Mientras duró el físico, este hecho fue clave para que la balanza se tornara hacia el lado txuri-urdin, mientras que una vez que esta presión no era tal, empezaron a aparecer las imprecisiones y los huecos como el que aprovechó De Marcos para empatar el partido.

Buena labor en la presión de Iñigo, Ansotegi y Markel. Que lucharon con intensidad en cada balón dividido.


En esta tarea, hay que destacar la labor realizada por el mediocentro defensivo, Markel Bergara, quien hizo un partido muy notable en el corte y la recuperación, estando siempre activo y muy encima del rival, a quien acechaba con intensidad hasta arrebatarle el balón, aunque muchas veces esto terminara en falta. Tiempo que se aprovechaba para el repliegue y la reorganización del sistema defensivo.

Al igual que el de Elgoibar, tanto Iñigo Martínez como Ion Ansotegi hicieron un trabajo notable en la pugna con Aduriz en todos los balones divididos que buscaban al atacante bilbaíno.

Inseguridad, murmullos y decepción delante y atrás

Aunque alegando distintos motivos, los dos jugadores que peor parados salen del Derby son Alfred Finnbogason y Eñaut Zubikarai.

El islandés, debe empezar a marcar inmediatamente si no quiere que la afición se vuelva en su contra, pues poco a poco el graderío de Anoeta se va cansando de que el que fuera pichichi de la Eredivisie, no demuestre porque el club pago más de siete millones de euros por su contratación. Viendo un jugador blando y que no aporta mucho al juego del equipo, además de errar las ocasiones que un nueve nunca debería fallar. El delantero tendrá una nueva oportunidad en Copa contra el Oviedo que debe aprovechar.

Por otra parte, el otro perjudicado del partido es Zubikarai. El de Ondárroa sigue siendo titular aun con Gerónimo Rulli ya recuperado, pero continúa sin dar ese plus de confianza al equipo que si otorgaba Claudio Bravo. Su limitación en el juego con el pie, bien conocida por sus compañeros, hace que estos muchas veces eviten el pase atrás, teniendo que complicarse en exceso para lograr despejar el balón. Y la inseguridad que transmite en las salidas al área hace escuchar murmullos en la grada de Anoeta, dejando claro que la confianza en el canterano está en entredicho.

La afición, ejemplar

Mientras que continúa el periodo de crisis y extrema vigilancia en el mundo del futbol, las aficiones de la Real Sociedad y Athletic Club, demostraron en Anoeta, y como es común en todos los Derbis, como hay que disfrutar del fútbol.

Así el respeto fue mutuo y el ambiente saludable, en el que tiene cabida el pique y la rivalidad amistosa, pero en el que sobre todo destaca la imposición del sentido común, clave para mostrar un comportamiento civilizado tanto en un estadio de fútbol, al que se va a disfrutar del juego y del equipo, como en los demás aspectos de la vida.