Eran los años del ‘Hai que roelo’. Un grito que clamaba cada vez más fuerte toda una ciudad volcada con su equipo. El Pontevedra Club de Fútbol vivía su tercer año consecutivo en la cima del fútbol nacional. Cuatro temporadas en la élite habían bastado a los granates para ganarse a pulso la fama de matagigantes, una seña indeleble de ese “hueso duro de roer” para todos los equipos que visitaban el estadio de Pasarón. Con el Deportivo de la Coruña recién descendido y el Celta en plena crisis de identidad, también en Segunda, la capital de las Rías Baixas lo era, además, de todo el balompié gallego.

Visitaba Pasarón el seis veces campeón de Europa: el Real Madrid 'yé-yé'

Tocaba a su fin el año 1967, y a orillas del Lérez llegaba el Real Madrid 'yé-yé' de los Amancio, Velázquez, Pirri y compañía. Gento ponía la veteranía en un grupo de jóvenes y descarados futbolistas dirigidos por el ínclito Miguel Muñoz. Bloque compacto y delantera de vértigo que hacían temer a cualquier equipo que se pusiese por delante. No en vano, apenas un año antes habían conquistado la sexta Copa de Europa para las vitrinas del club blanco, tras vencer en la final al Partizán de Belgrado. En el bando local, para más inri, el argentino Héctor Rial, quien tras una exitosa carrera como jugador, que le llevó a levantar nada menos que cinco Copas de Europa en Chamartín, afrontaba en Pontevedra su primera experiencia como entrenador.

El precedente: Pontevedra 1-0 Real Madrid en 1964

El equipo granate llegaba a la cita como 9º clasificado con 5 victorias, 2 empates Y 5 derrotas. En frente el líder, y a la postre campeón de liga. No amilanaba la situación a los gallegos, más cuando venían de ganar por 3 a 0 a la revelación, Las Palmas, que sería tercero al término de la competición. Además, la ciudad ya había vivido en sus carnes la suerte de vencer al gran Madrid de Di Stéfano, tres años antes (1-0), y confiaba en una nueva tarde para el recuerdo. Pero, ¿sería posible repetir tal hazaña?

Ambiente de las calles de la ciudad antes de un Pontevedra - Real Madrid. 24 de noviembre de 1968.

La ciudad vivía el ambiente propio de las grandes citas. Balcones engalanados y color granate en cada esquina. Ni una sola conversación escapaba al gran partido. Bufandas, pancartas y cánticos de ánimo acompañaban a los miles de pontevedreses cruzando el puente del Burgo camino al estadio. Las localidades agotadas, ni un solo asiento libre para la ocasión. Antes del pitido inicial, multitud de peñas venidas desde distintos puntos de la región daban la vuelta al campo entre vítores y aplausos del respetable. Cuando los dos equipos saltan al terreno de juego, los muros de Pasarón viven una de las mayores ovaciones que se recuerdan.

Rial dispuso una táctica de contragolpe que dio buena cuenta de su exequipo

Sobre la pizarra, el once de Miguel Muñoz presentaba un 4-2-4, habitual en el Real Madrid, en el que Zoco actuaba como cuarto defensa mientras Pirri y Velázquez catapultaban al equipo hacia al ataque. Héctor Rial, conocedor de la casa blanca, en consonancia, colocó a Calleja pegado cual sombra a Amancio, mientras que Martín Esperanza y Antonio debían frenar el juego madridista y lanzar las contras sobre los veloces Fuertes y Odriozola. Al día siguiente, la crónica de la época culparía al técnico granate de su gran parte de mérito en la victoria final.

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Alineación habitual del Pontevedra 1967/68.
De pie: Cobo, Irulegui, Batalla, Cholo, Calleja y Antonio. Abajo: Odriozola, Martín Esperanza, Roldán, Neme y Yosu

Da comienzo el gran partido

Sin más dilación, el colegiado balear Rigo Sureda dio el ‘ok´ y la pelota echó a andar. Apenas había entrado en juego el balón, cuando Roldán, en el minuto 4, aprovechó un servicio de Fuertes desde la derecha para poner por delante al Pontevedra, que daba la sorpresa en el partido de la jornada. Tras el gol, la afición llevó en volandas a su equipo, que contraatacaba cada vez que conseguía zafarse del dominio a que los sometía el Real Madrid.

Ya en la segunda mitad, uno de estos contragolpes sirvió a Antonio, en el minuto 77, para encarar al meta rival y bombear el balón de forma magistral al fondo de la red. La grada, enloquecida, animaba sin cesar, viendo la victoria de su equipo cada vez más cerca. Por si fuera poco, Odriozola, de disparo fuerte y seco desde frontal hacía el 3 a 0 y la sentencia en el 88. Pañuelos blancos en Pasarón que rubricaban una victoria para la historia. Incluso horas después del partido, la ciudad seguía empapada de fútbol, comentando cada jugada y celebrando la gesta de los suyos.

Dos años después de aquella gesta, el Pontevedra descencía de categoría

El Pontevedra finalizó aquella liga en 8ª posición, lo que supone su segunda mejor marca histórica. Dos años más tarde, una plantilla ya lastrada por el paso del tiempo y el ocaso de sus mejores futbolistas se despedía, hasta la actualidad, de la máxima categoría del fútbol español.

Cuentan los que tuvieron la suerte de disfrutar de aquel equipo que nunca una ciudad se sintió tan comprometida con su club y viceversa. Es la historia de un equipo de trabajadores que sirvieron de ejemplo a una pequeña ciudad de provincias, y que desde el esfuerzo y la humildad superó a los grandes de nuestro fútbol. Una historia que se ha ido traspasando de padres a hijos, de abuelos a nietos… Hasta convertir a los granates de hoy en verdaderos actos de fe. Fieles seguidores que, aún y ahora en Tercera división, fantasean de cuando en vez con reescribir un camino plagado de sueños lejanos que en otro tiempo se hicieron realidad.