Por segundo año consecutivo el Celta ha vuelto a vivir un cambio en el banquillo, pero a diferencia de la campaña anterior, en esta ocasión fue por voluntad propia del técnico y no del club. Luis Enrique consiguió la permanencia sin sufrimientos y decidió abandonar el barco celeste en pos de afrontar el reto de resucitar al Barcelona, que con el Tata Martino solo había conseguido la Supercopa de España.

Su recambio fue el hombre que más sonó como sustituto desde que comenzaron los rumores de la marcha de Luis Enrique al Barcelona al terminar la temporada: Eduardo Berizzo. Uno de los hombres de referencia del mejor Celta de la Historia y que, al igual que el asturiano, amante del fútbol de posesión y de ataque.

Y es que a pesar de haber existido un cambio de entrenador, la transición de uno a otro ha sido suave porque ambos conciben el fútbol de manera similar. Si bien es cierto que Berizzo ha ido introduciendo cambios importantes a la dinámica del juego celeste, el equipo de Luis Enrique sigue siendo reconocible porque ambos entienden el deporte rey de la misma manera: quien tiene el balón es el que manda.

Cambio de rumbo

A pocos equipos le sentó mejor el parón navideño que al Celta de Luis Enrique. El equipo se fue por Navidad en un mar de dudas, estaba situado fuera de los puestos de descenso pero ya había coqueteado con ellos e incluso había pasado alguna jornada en ellos. El fútbol que practicaba el equipo en algunos encuentros era de un buen nivel pero no se veía recompensado en el marcador, faltaba gol o se perdían puntos en los minutos finales por culpa de errores defensivos. Mientras que en otros choques el conjunto celeste era un caos, con poco orden táctico y con las ideas nada claras.

Sin grandes refuerzos de invierno, Luis Enrique consiguió darle la vuelta a la tortilla con una mecánica simple: consiguió mejorar el estado de forma general del equipo, recuperó a algunos jugadores para la causa y empezó a enviar al banquillo a aquellos que rendían por debajo del nivel requerido. En cualquiera de las situaciones, el técnico asturiano demostró autocrítica y revocó decisiones que él mismo había tomado, pero que estaban yendo en contra de los intereses del equipo.

El primero en llegar fue Orellana, que ya había comenzado a aparecer en el once a final del 2013. El chileno ganó protagonismo y peso dentro del equipo después de haber sido uno de los descartes de Luis Enrique en verano y que quedó en plantilla por no encontrarle una salida que fuese rentable para el club. El otro jugador reclutado fue Nolito, que apenas había aparecido en el encuentro de Málaga y poco más debido a su mal estado de forma.

Por el otro lado, Luis Enrique no tuvo reparos en derribar la pareja de centrocampistas que le había servido al comienzo de la temporada y con la que cosechó buenos resultados. Álex López y Oubiña habían bajado su rendimiento y la mejora general del resto de la plantilla le hicieron tomar la decisión. Le costó más sentar al capitán celeste al no encontrar un claro sustituto para él, pero con la irrupción de Krohn-Dehli como mediocentro defensivo cedió el timón al danés en detrimento del vigués. El tercer hombre que cayó fue Toni, cuyo caso todavía es una incógnita: pasó de ser uno de los descartados por Luis Enrique a ser reconvertido a lateral izquierdo y titular indiscutible para luego pasar, de la noche a la mañana, al ostracismo más absoluto que le obligó a tomar la decisión de abandonar el Celta.

Números de Europa

Con los cambios de Luis Enrique el equipo respondió con una segunda vuelta encomiable. Tras perder en el Bernabéu en el primer partido del año, solo encajó seis derrotas hasta el final de temporada: Espanyol, Elche, Atlético, Barcelona, Rayo y Valencia. El resto, once victorias y tres empates que trajeron la salvación a Balaídos por la vía rápida y con un juego de control muy vistoso para el espectador y muy del gusto de Balaídos. El Celta de Luis Enrique vencía y convencía.

A pesar de la buena racha de resultados el técnico asturiano nunca quiso oír hablar de otra cosa que no fuera la permanencia de manera matemática. De la misma manera que llamaba a la tranquilidad y comentaba que los resultados llegarían cuando las cosas iban mal, hizo lo mismo cuando la dinámica del equipo era positiva. A pesar de que el ánimo en torno al equipo estaba exaltado, Luis Enrique machacaba la misma idea: el único objetivo es la salvación. Todo ello con su habitual lenguaje directo en salas de prensa: claro y sin tapujos para hablar de objetivos, completamente hermético a la hora de explicar sus decisiones en las alineaciones y convocatorias.

Al equipo le sobraron tres jornadas para alcanzar el objetivo de Luis Enrique y el celtismo vivió algo que hacía mucho tiempo que no vivía: la tranquilidad del deber cumplido. Quitando la temporada 2009-2010, en la que el Celta, con Eusebio al mando, quedó en tierra de nadie y sin objetivos en Segunda División, en la última década la afición celeste ha vivido con intensidad las últimas jornadas: mantenerse en Primera, luchar por el ascenso, evitar el descenso a Segunda o a Segunda B, pelear por clasificarse a la Uefa… Una colección de años muy convulsos que desembocaron en un mar de aguas tranquilas con un barco dirigido por Luis Enrique.

La llamada de Barcelona

Durante el periodo de calma Luis Enrique dejó minutos a los menos habituales y, a pesar de que el equipo cosechó dos victorias más, la actividad estaba más fuera del campo que dentro de él. El Celta empezó a buscar refuerzos para la temporada siguiente, pero el rumor más importante era la más que posible marcha de Luis Enrique al Barcelona.

El club catalán ya había pensado en el asturiano durante la pretemporada, cuando Tito Vilanova anunció que dejaba el banquillo culé para centrarse en su grave enfermedad. Luis Enrique ya era el entrenador del Celta desde hacía un par de semanas y el club catalán decidió finalmente apostar por el argentino Gerardo Martino. Sin embargo, al Tata las cosas no le fueron bien en el club catalán: un segundo puesto en Liga, cuartofinalista en Champions, subcampeón de Copa del Rey y con la Supercopa de España como único título de la temporada.

El nombre de Luis Enrique volvía a sonar con fuerza, especialmente a raíz de que el Celta consiguiera la permanencia matemática y que se confirmarse la mala temporada de Martino. El técnico asturiano ni afirmaba ni desmentía sobre su futuro y en la penúltima rueda de prensa de la temporada, la previa al último partido de Liga contra el Valencia, confirmaba que no seguiría como entrenador del Celta aunque no aseguró que era para convertirse en el sustituto del Tata en Barcelona. La oficialización llegaría por parte del club catalán pocos días después.

Luis Enrique dejó su reconocible sello en Barcelona desde su llegada. Ha apostado por canteranos e incluso los ha puesto de titular como en el caso de Munir o Sandro; ha cambiado de posición natural a algunos jugadores, como en el caso de Mathieu; y mantiene la misma actitud que en Vigo en cada rueda de prensa: claro y directo en sus respuestas, pero siempre intenta dar la menor información posible sobre lo que ocurre en el vestuario.

Por ahora los resultados le han acompañado: segundo en Liga a un punto del Real Madrid, aunque el conjunto blanco tiene un encuentro aplazado por el Mundial de Clubes; clasificado como primero de grupo en Champions y vivo en Copa del Rey. El gran reto actual del asturiano está en el juego del equipo, Luis Enrique todavía no ha encontrado ni el once ni el sistema para que el Barcelona retome la identidad futbolística que recuperó Guardiola y que se ha ido diluyendo con el paso de los años tras la marcha del de Sampedor.

Por la marcha del Tata llegó el Toto

El cambio de Martino por Luis Enrique en Barcelona obligó al Celta a buscar un nuevo entrenador y finalmente llegaría el que se había postulado como primera opción. Un hombre que ya conocía el club y que, como a Luis Enrique, le gusta el fútbol de control y de ataque: Eduardo Berizzo. El anuncio de la llegada del Toto tuvo un primer impacto positivo en el celtismo, la afición renovó para la nueva temporada la fe en un equipo que se había ganado la confianza de la grada a través del buen juego y los resultados.

Todo ello propiciado porque el nuevo inquilino era un viejo conocido muy querido y que en su corta carrera como entrenador ya tenía méritos en su haber. Berizzo estuvo cinco temporadas como jugador en Vigo: un gran central izquierdo y un líder nato dentro del campo que formó parte de la mejor época del Celta en la Historia. A esto se le añadió que, además de ser conocedor del equipo y de la ciudad, el Toto traía en su currículum el haberse proclamado campeón del Torneo Apertura de Chile en 2013 con el O´Higgins, un equipo histórico de la Primera División chilena que por primera vez cosechaba un título de tales dimensiones y con mucho menos nombre que los grandes del fútbol chileno como son Colo-Colo, Universidad de Chile o Universidad Católica.

En su estilo de juego, Berizzo se autodefine como un entrenador empapado de la filosofía de Marcelo Bielsa. De hecho, el Toto formó parte del cuerpo técnico del afamado entrenador en la Selección de Chile durante los años 2007 y 2010, justo antes de dar comienzo a su carrera como entrenador de fútbol profesional.

La huella de Berizzo

El Celta de Berizzo mantiene pautas comunes con el de Luis Enrique, ambos quieren el balón y lo sacan jugado desde la defensa, propiciando un juego creativo. Pero la marca de Bielsa también es muy reconocible en el Celta de Berizzo: explotar las bandas al máximo para llegar al área rival, los repliegues de defensa a ataque y viceversa, cambios tardíos y mucho desgaste físico al ejercer una presión muy dura a la salida del balón rival, aunque este último aspecto se ha ido regulando ya que en las primeras jornadas el equipo sufría un bajón físico evidente en las segundas partes de los partidos.

Pero Berizzo también trajo sus propios conceptos. A diferencia de su mentor, no busca tanto la verticalidad en su equipo y, por momentos, prefiere defender a través de tener la posesión, con pases en horizontal, aunque sea en zonas tranquilas. Sin necesidad de arriesgarse a perder la posesión por intentar dar un pase forzado. Vinculado a la idea de no perder el balón, ha demostrado preferir que se tire a puerta desde lejos que sufrir un robo que genere una contra, por lo que anima a sus jugadores a finalizar las jugadas siempre, aunque sea con remates a portería desde fuera del área.

Con estas directrices y la llegada de nuevos fichajes, el Celta rubricó en el campo las expectativas que se habían generado tras la última temporada y la llegada de Berizzo: cuajó una buena pretemporada, con victorias importantes contra el Everton y Deportivo, y un magnífico inicio de temporada. El equipo, con el sistema de juego planteado por Berizzo y con el tridente ofensivo formado por Orellana, Larrivey y Nolito en estado de gracia, cosechó una racha de juego y resultados que auparon al Celta a las primeras posiciones de la Liga: invicto hasta la jornada siete y cosechando grandes resultados en campos difíciles como un empate en el Calderón y una victoria en el Camp Nou. Un momento en el que los más atrevidos empezaron a pensar en objetivos más ambiciosos que en la mera permanencia.

La resaca

Pero, como cabía de esperar, el buen estado de forma del equipo y la fiesta celeste no se alargó en el tiempo y llegó el momento en el que el rendimiento del equipo bajó y con las derrotas llegaron las dudas. El Celta cerró el año pasando de la fiesta más absoluta a la resaca más dura, con una victoria, un empate y seis derrotas en los últimos ocho partidos oficiales del año, si bien se consiguió clasificar para los octavos de Copa del Rey tras eliminar a Las Palmas de Paco Herrera.

En Liga, un empate y cinco derrotas empezaron a sembrar la preocupación en el equipo. En lo tocante al sistema de juego, el Celta de noviembre y diciembre no distó mucho del de comienzo de temporada: ha mantenido el nivel de juego y sigue dominando en los partidos, pero le cuesta más hacer gol al no estar sus goleadores en racha y encaja con más facilidad. A esto se le ha añadido en las últimas semanas una bajada en la confianza del equipo, que tras encajar un gol en contra ve como el mundo se le cae encima y le cuesta demasiado reaccionar.

Unos síntomas que el propio Berizzo no trata de ocultarlos, al contrario, los reconoce y explica cuáles son sus próximos movimientos para erradicarlos. Hasta el momento ya ha empezado a hacerlo intentando poner a los jugadores más en forma en detrimento de aquellos que, pese haber aportado mucho al equipo al inicio de temporada, ahora están por debajo de su rendimiento. Es el caso de Mina, Augusto Fernández o Charles, que en las últimas semanas del año han ido ganando espacio en el equipo.

Pese a que el equipo está en la zona tranquila de la clasificación y con el objetivo de la permanencia a medio hacer tras sumar veinte puntos en las primeras dieciséis jornadas, Berizzo se marcha de vacaciones con un Celta deprimido y temeroso. Recuperar el ánimo del equipo será el primer gran reto que deberá afrontar el Toto en 2015.