Su nombre y apellidos se correspondían con los de cientos de personas, lo que animó a su gente a crearle un apodo que le describiese como lo que era, alguien especial. Nacido en 1923 en la parroquia viguesa de San Paio de Navia en el seno de una familia humilde, la agricultura constituía el principal medio de vida de los suyos. El pequeño Manuel acostumbraba en sus ratos libres a escaparse a la playa y pegar patadas a un balón. Tanto disfrutaba de esta práctica que en su pueblo comenzaron a llamarle ‘paiño’ en referencia a una pequeña ave marina del tamaño de un gorrión. Y lo cierto es que gran parte de la libertad que transmiten las aves en su vuelo se iba a reflejar en su personalidad años después. Con el tiempo se intercalaría una ‘h’ en su apodo —atribuída al periodista Manuel de Castro— para acabar creando un nombre legendario.

Sufrió los efectos de la Guerra Civil a una edad en la que una persona se muestra especialmente sensible. El pánico y la hambruna no le fueron ajenos en plena adolescencia, forjando un carácter indomable y convirtiéndole en una persona que no se iba a arrugar ante nada ni ante nadie.

Construyendo los años dorados

El Navia CF y el Arenas de Alcabre, dos clubes modestos, supusieron las primeras experiencias futbolísticas de cierto calibre para Manuel. Pero ya con 19 años fue reclutado por el Celta, tras rechazar su madre una propuesta del Salamanca. Durante la temporada 1943-44 disputó 15 partidos y marcó cuatro goles si bien el equipo terminó como colista y consumó su único descenso en 20 años.

Pahiño destacaba por su remate con ambas piernas (Foto: Faro de Vigo)

Al año siguiente los de Vigo acabaron en tercera posición, debiendo disputar una promoción de ascenso frente al Granada. Pahiño sufrió durante el choque una fractura en el peroné tras un plantillazo de un rival pero un fuerte vendaje resultó suficiente para que pudiese continuar e incluso anotar uno de los cuatro goles que devolvieron al Celta a Primera. Fue su primera gran exhibición de carácter y de capacidad para soportar el dolor, algo poco habitual en un futbolista con una edad tan tierna. A partir de ahí su rendimiento no hizo sino crecer con cada año que pasaba, anotando 15, 17 y 21 goles en las tres campañas siguientes y ayudando a consolidar a los de Vigo en la máxima categoría.

Tachado de polémico y conflictivo, incluso fue declarado en rebeldía

Pahiño poseía un buen remate de cabeza aunque destacaba especialmente por su golpeo con ambas piernas. Ariete combativo y de raza, jamás rehuía un reto dentro del área por imposible que pareciese. Su instinto goleador y su fino olfato le convirtieron en uno de los nueves de referencia de la época aunque casi siempre bajo la sombra del gran Telmo Zarra, quien le cerraba permanentemente la puerta de la selección y le impidió hacerse con numerosos títulos de máximo goleador.

Goleando al subcampeón

Precisamente la temporada 1947-48 se inauguraba en Balaídos recibiendo al Athletic de Bilbao. Los vascos, que en aquel momento llegaban como vigentes subcampeones de liga, lo hacían con Zarra y Panizo al frente. Entre ambos habían logrado 49 tantos en la campaña anterior, motivo por el que los rojiblancos infundían máximo respeto. El partido se disputó bajo un sol de justicia, como correspondía al mes de septiembre. El Athletic adoptó de salida una disposición un poco más conservadora de lo habitual incrustando a su mediocentro Bertol entre los zagueros. La primera parte fue de dominio alterno sin que ningún equipo consiguiese imponer su juego ni tampoco anotar.

Telmo Zarra cerró en muchas ocasiones las puertas de la internacionalidad a Pahiño (Foto: sportskeeda.com)

Tras el intermedio llegaría la revolución. Una buena oportunidad de Panizo fue respondida por el Celta con unos minutos de acoso sobre el portal rojiblanco. Sin embargo sería el interior del Athletic quien inauguraría el marcador a los 62 minutos de juego pese a la posición dudosa de Zarra. Los de Vigo, lejos de amilanarse, se fueron en estampida sobre la meta visitante y remontaron en un abrir y cerrar de ojos. Vázquez, directamente desde el córner, aprovechó los efectos del sol sobre la visión del guardameta Molinuevo para igualar el choque en el 65. Apenas dos minutos más tarde surgía desde el extremo la figura de Pahiño, quien lanzaba un potente disparo que besaba las redes. En pleno huracán celeste llegaba el tercero —obra de Retamar tras regatear a dos contrarios— y en el 73 Hermidita convertía el cuarto tras un disparo raso. Cuatro goles en ocho minutos —al más puro estilo España-Malta— que volteaban el marcador y noqueaban al subcampeón de liga. Para redondear el resultado aparecería nuevamente Manuel Fernández quien, a la media vuelta, cerraba el partido consiguiendo el 5-1 definitivo. Una goleada tan contundente como inesperada que otorgaba al Celta los primeros puntos de la temporada, fruto de una gran segunda parte en la que destacaron Miguel Muñoz y Pahiño, los mejores sobre el verde de Balaídos en aquella tarde de verano.

Rebeldía en la sangre

Se daba así pistoletazo de salida a una de las temporadas más brillantes en la historia del equipo celeste, que culminaría con el cuarto puesto en liga y el subcampeonato copero. Una final, la del torneo del KO, en la que el ariete vigués no pudo brillar, siendo expulsado a pocos minutos de la conclusión por agredir a un contrario. Fue su último partido oficial con la casaca azul cielo, dejando un regusto amargo pese a alcanzar toda una final. Pahiño consiguió en aquella campaña el primero de sus trofeos de máximo goleador liguero al totalizar 21 tantos y aprovechar una mala temporada de Zarra.

Pahiño y Miguel Muñoz con la elástica celeste (Foto: yojugueenelcelta.com)

Tachado de polémico y conflictivo, incluso fue declarado en rebeldía. Al finalizar la campaña 1947-48 su sueldo no se encontraba entre los más generosos dentro del club olívico, lo que le llevó a echar un órdago a la directiva. Y en estas apareció el Real Madrid, que desembolsó 1,2 millones de pesetas por él y por Miguel Muñoz, llevándose a dos de los mejores futbolistas que pasaron por Balaídos en aquella época. Se ponía así punto final a cinco magníficas temporadas para Pahiño y para el Celta, en las que se evidenció una progresión del equipo que se correspondía año tras año con el crecimiento del delantero vigués.

"Gocé del peor de los amores, el amor propio", decía para resumir sus andanzas

Ya por entonces se le empezaba a conocer por su ideología de izquierdas, alimentada a base de literatura que conseguía de estraperlo o bien en sus viajes al extranjero. Manuel llevaba el inconformismo en sus venas y defendía su criterio aunque este no coincidiese con el del poder establecido. Muy meritorio en una época en la que adoptar ciertas posturas podía resultar excesivamente arriesgado. Aficionado a leer a Dostoievski y a Tolstoi, su sinceridad a la hora de hablar y no esconderse le cerró las puertas de la selección. De hecho solamente disfrutó de la internacionalidad absoluta en cuatro ocasiones, perdiéndose el mundial de 1950 por un desplante realizado a Gómez Zamalloa, militar —y dirigente federativo— que le reclamó públicamente “cojones y españolía”. Pahiño no pudo reprimir una risotada, lo que fue considerado como una falta muy grave. Nunca se pudo demostrar pero aquel episodio pudo tener mucho que ver en sus reiteradas ausencias en las convocatorias de la selección. Y, evidentemente, también influyó notablemente que España tenía bien cubierta la demarcación de delantero centro con Telmo Zarra.

Años en Chamartín

En el Real Madrid Pahiño permanecería durante cinco temporadas, anotando 108 goles en 124 partidos ligueros. Allí consiguió un nuevo trofeo de máximo goleador en la temporada 1951-52 al totalizar 28 tantos, además de un galardón colectivo —la Pequeña Copa del Mundo— disputado en Caracas ante Botafogo, Millonarios y Lasalle. Sus cuerpo a cuerpo con Aparicio, poderoso defensor del Atlético de Madrid, hicieron historia y llenaron de épica los derbis madrileños de entonces.

Macala, Muñoz, Pahiño, Molowny y Narro, delantera del Real Madrid de los primeros 50 (Foto: taringa.net)

Curiosamente en 1953 le sucedió algo parecido a lo que había vivido cinco años antes en Vigo. El Real Madrid tenía por norma no renovar por más de una temporada a los futbolistas mayores de 30 años y Pahiño creía que su elevado promedio goleador le capacitaba para esquivar esta ley no escrita. El vigués exigía, con la treintena recién cumplida, tres años de contrato y el club de la capital no aceptó. Las 275.000 pesetas que Bernabeu le ofreció no bastaron para reternerle durante un año más y Pahiño dejó vacante un puesto que los de Chamartín acabarían ocupando con Alfredo di Stéfano. Aun con todo, el de Navia desistió de fichar por el Atlético por petición expresa de don Santiago —según cuentan crónicas de la época—, lo que lleva a pensar que no acabaron del todo mal. Mantendría también a lo largo del tiempo una gran amistad con don Alfredo, iniciada en la rivalidad de los terrenos de juego y consolidada en años posteriores, cuando ambos coincidían en la sede de la Asociación de Veteranos del Real Madrid.

Retirada tormentosa

Tras dejar al club de Concha Espina Manuel Fernández fichó por el Deportivo, estimulado por el hecho de que su familia vivía en A Coruña. Allí todavía disfrutó de tres años a muy buen nivel, marcando en cada curso un mínimo de 14 tantos y convirtiendo una dupla en la primera victoria de los herculinos en Chamartín en toda su historia. Compartió vestuario con históricos del Depor como Juan Acuña, Arsenio Iglesias o Luis Suárez.

Con Igoa en el Granada (Foto: taringa.net)

Su última etapa como futbolista la vivió en Granada —temporada 1956-57—, en donde consiguió ocho tantos que contribuyeron al ascenso a Primera del equipo nazarí. Pahiño ya se encontraba en el final de su carrera pero su fichaje por el club andaluz atrajo los focos hacia Los Cármenes y posibilitó que el Granada contase en aquella temporada con más de 5.000 socios. Aun con todo, aquel fue un año muy tormentoso para el vigués. Tras mostrar un buen nivel durante las siete primeras jornadas, una lesión le apartó de la titularidad. El Granada contrató entonces a otro veterano como Silvestre Igoa para reemplazarle y, cuando Pahiño se recuperó, ya no entraba en los planes del técnico Álvaro Pérez. El ex del Celta aprovechó una mala racha de resultados para cargar contra el míster, que fue fulminantemente destituido. Luis Casas Pasarín llegó entonces para hacerse cargo del equipo y devolver la titularidad al nueve gallego, quien disfruta nuevamente de protagonismo hasta que en la jornada 30 agrede a un contrario. El castigo, ejemplar, acarrearía ocho partidos de sanción. Manuel Fernández Fernández no volvería a vestir la camiseta de ningún equipo, decidiendo retirarse por considerar la sanción desproporcionada y parte de una maniobra política malintencionada. “Que le den a cada uno de esos falangistas asquerosos” fueron sus palabras recordando aquel episodio.

Genio y figura

Su carrera futbolística vino irremediablemente marcada por su carácter. “Gocé del peor de los amores, el amor propio”, decía para resumir sus andanzas. Tras su retirada vivió durante muchos años en Pasajes y ejerció como armador de barcos, rechazando varias ofertas para volver a los terrenos de juego como entrenador. En el año 2010 asistió a la inauguración del campo de fútbol que lleva su nombre en su Navia natal. Pahiño falleció el 12 de junio de 2012, a los 89 años de edad.

Siempre se sintió un futbolista diferente. Y ciertamente lo era. No tanto por sus características físicas o técnicas sino más bien por su personalidad irreverente. Manuel Fernández Fernández marcó una época de oro en el Real Club Celta y permanecerá para siempre como uno de los más grandes delanteros que lucieron la elástica celeste. Y cualquiera que visite Balaídos podrá comprobar en los exteriores de Tribuna que así se reconoce por parte del club vigués.

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Sobre el autor
José Luis Rodríguez Sánchez
Soy farmacéutico hospitalario