El ADN interno que tiene el Club Atlético de Madrid desde su creación hace más de cien años impide presenciar un desenlace llano. Están acostumbrados, desde tiempos inmemoriales, a capítulos abiertos, que necesitan de la épica como aderezo final. Relatos homéricos y legendarios que narran, a viva voz, desde las entrañas del Estadio Vicente Calderón cada una de las gestas que el oso ha vivido trepando el madroño del escudo. El Atlético de Madrid necesitaba un gol para igualar la eliminatoria de Champions League contra el Bayer Leverkusen y dos para avanzar directamente a cuartos de final. Nada titánico y todo colosal a la vez.

El argumento final de la vuelta de los octavos de final ha ido en la línea de las costumbres y los hábitos de un colchonero. No fue un partido bonito, más bien trabado, de muchas faltas y con mucho contacto. La belleza del enfrentamiento residió en la expectación y la incertidumbre de su resolución. El Atlético de Madrid, como mandan los cánones del ‘Cholismo’, creyó y trabajó. Igualó la eliminatoria antes del primer tiempo y buscó el gol en el segundo. Dominó, llegó y aplazó el desenredo a la caprichosa tanda de penaltis. Y como pretendió más que su rival, pudo. Europa bendice el ‘Cholismo’.

El Atlético de Madrid, como mandan los cánones del ‘Cholismo’, creyó y trabajó. Y pudo. El fútbol paga el esfuerzo

Este concepto, acuñado por el modelo de trabajo de Diego Pablo Simeone, es algo más que una forma de entrenar y de jugar. Un modelo de vida. Aquella frase que ‘el Cholo’ pronunció en Neptuno ante miles de fieles, la concepción de que “si se cree y se trabaja, se puede”, jamás fue un eslogan barato y tribunero. Esa frase ha sido llevada a su máxima expresión contra el Bayer Leverkusen. Ha apelado a cada estrofa de su himno: ha derrochado coraje y corazón.

Pidió Simeone un Vicente Calderón que diera a conocer al Bayer Leverkusen los huesos del infierno. Pidió el técnico argentino que no hubiera ni un segundo de silencio, que cada uno de los aficionados desplazados al estadio rugiera y diera ese aliento que el equipo tanto agradece, más aún a estas alturas de la competición. Pidió Simeone y los feligreses, devotos como pocos, cumplieron. La retribución llegó en el césped. Catorce hombres vestidos de rojo y blanco, con el escudo tatuado en el pecho, se dejaron el alma por la historia de un club. La afición cumplió y el Atlético, también.