Osasuna no está. Osasuna está cariacontecido. Osasuna necesita un lavado de cara urgente para cubrir los terribles y hondos terraplenes que compungen hasta al menos forofo. No queda nada. No se puede parpadear más. No hay tiempo. Los tambores de guerra han sonado y la semejante duda que siembra Mateo es tan notoria como el cambio que Osasuna transmite entre los partidos de casa y los de fuera.

Quedan ocho partidos, ocho momentos de desesperación y nerviosismo, ocho latigazos para dar portazo a una aterradora pesadilla,  ocho astillas que destruyen un escudo fuerte como el del roble montañés y ocho finales de las cuales la mitad se juegan en casa.

Por aquellos tiempos, Osasuna rozaba el abismo. Un abismo incomparable con el abismo que toca ahora. El abismo estaba caliente pero el de ahora quema de verdad. La alerta está roja y en carne viva. Los equipos de abajo ya han tocado la puerta pero Osasuna aún tiene las armaduras sin forjar. La trituradora ya se llevó por delante a un gran osasunista como Jan Urban y ahora... ¿conseguirá Mateo dar el portazo a una temporada aciaga con semejante bagaje numérico? Juzguen ustedes.

La Junta Directiva tuvo muy claro que sería Enrique Martín Monreal el encargado de evitar la caída libre a la Segunda División B, y así fue. El de Campanas, junto a un puñado de jugadores de la cantera, venció los últimos cuatro partidos de liga (Badajoz, Levante, Alavés y Mallorca) y empató el último (Eibar) logrando así el milagro de la salvación.

Enrique apostó por un once que no varió en exceso ya que casi siempre fue similar. Un once poblado de casta navarra, orgullo, coraje, corazón, valentía y amor por los colores rojillos. Tanto el entrenador como los jugadores que disputaron aquel final de competición supieron entender los valores de Tajonar y sobre todo plasmarlos. Osasuna formó con López Vallejo; Mateo, Iban, Orbaiz, Yanguas; Nagore, Palacios; Lacruz, Tiko, Morales; Bolo. Entre estos también destacaban Aitor, Eduardo o De Freitas.

Aquel equipo liderado por Enrique y por otros jugadores como César Palacios pudo ante la adversidad y ahora sólo falta que entre los de fuera y los de casa, sin distinción, se logre un nuevo milagro. El milagro podrá ser de Mateo, de Lucas o de Javier, eso no importa. Lo verdaderamente importante y a la vez preocupante es que el castillo se cae, Osasuna sucumbe y el tiempo se acaba. Sin embargo, aún todo no está perdido, la sombra nos devolverá lo hurtado y como ustedes saben, Osasuna nunca se rinde.