La fiscal general del Departamento de Justicia de EE.UU., Loretta Lynch, reunió los elementos necesarios para hacer lo que nadie en el mundo se animó: cargar contra los dirigentes de la FIFA y su red de empresarios. En medio del escándalo, la organización elige autoridades y Joseph Blatter desea renovar su mandato, con probables implicancias impuras en su búsqueda para perpetuarse en el poder.

La mega causa gira en torno a los cobros de sobornos por los contratos de televisación de la Copa América, que afecta a dirigentes de Conmebol (Sudamérica) y Concacaf (Norte y Centro América) y a varios empresarios pertenecientes al grupo que posee los derechos de transmisión de los partidos. Paralelamente, en Suiza, otro caso pretende desenmascarar a los representantes de las distintas asociaciones nacionales que pudieron haber recibido coimas para la elección de las sedes de los próximos mundiales de fútbol.

Las acusaciones no son nuevas: en 2012 se desató el primer escándalo en la FIFA cuando la BBC de Londres reveló que la empresa ILS pagó sobornos para transmitir los Mundiales por TV. El caso le costó el puesto honorífico a uno de los creadores del monstruo, Joao Havelange, quien condujo a la Federación entre 1974 y 1998. 

Havelange (99) estuvo inmerso en casos alarmantes por venta ilegal de armas y hasta por tráfico de drogas, pero los vínculos con las dictaduras latinoamericanas en la década del ’70 parecen ser la punta inicial de un hilo que arrastra a los máximos referentes de la FIFA, entre ellos, al fallecido Julio H. Grondona y al mismísimo Blatter, el sucesor del brasileño.

La pirámide corrupta tiene en su máxima altura a la FIFA, pero a medida que bajamos las pendientes encontramos, en segundo orden, a los referentes de las asociaciones continentales, Conmebol y Concacaf, y en su base a las entidades nacionales (CBF, AFA, etc.), donde los dirigentes inician sus actividades como partícipes de la corruptela, para luego graduarse en estamentos superiores. En los clubes, los cabecillas participan en los contratos de jugadores al asociarse con los representantes y managers. La división entre los derechos federativos y los derechos económicos posibilita el manejo desleal y se blanquean sus operaciones con terceros para la “compra” de porcentajes de los pases. De este modo, inventan sociedades que les permiten evadir cualquier sospecha del vínculo entre la dirigencia y los empresarios.

En Argentina, por ejemplo, las empresas que televisan los partidos cuentan entre sus principales jefes a ex dirigentes de clubes, como sucede en Torneos (ex Torneos y Competencias). Así, los referentes de los clubes pueden proyectar su futuro en la AFA o en las empresas mediáticas de deportes, como Pablo Paladino o el ya fallecido Armando Tedesco, para luego acceder a la Conmebol, como José Luis Meiszner, o a la FIFA, como José María Aguilar, ex presidente de River.

En el país de Grondona hay otros vínculos de AFA sospechosos. Tal el caso de la empresa Santa Mónica, que explota relaciones comerciales con la Selección, y fue creada en Argentina por Dardo De Marchi, ex presidente de Almagro, socio de Jesús María Samper Vidal (Real Murcia) y dueño de una cadena de gimnasios. Su pasado es extraño, producto del crecimiento sorprendente de sus emprendimientos en tan corto tiempo, tras haber presidido a un equipo “chico”  y gerenciar varios clubes de fútbol.

Lamentablemente, en los países futboleros nadie se atrevió a investigar, como sí lo está forjando Loretta Lynch, desde tierras donde el básquet, el béisbol y el football americano dominan la cultura deportiva. Los vínculos corrompidos entre el fútbol, los violentos y la política siembran el terreno para la impunidad. La distancia entre las naciones donde la justicia funciona y los países subdesarrollados parece inalcanzable. Por lo menos, desde el reino del “soccer” se declaró la guerra contra las mafias del fútbol…