Se dice que las paredes tienen ojos y oídos. Que escuchan y contemplan pacientes lo que ocurre bajo su protección. Y si ven y escuchan es que tienen vida. Ríen, lloran y sufren cuando alguien les hace daño. Y lamentan, pero, sobre todo, celebran. Y quienes allí viven, celebran también. En este caso, goles, victorias, hazañas, orgullo, pasión, sentimiento. Los muros de hormigón de El Sadar celebran osasunismo cada dos fines de semana. Arropan y acogen a sus parroquianos habituales y habilitan la fiesta o resguardan la tristeza. Pero hoy toca devolverle a un campo mítico ese cariño que tan pacientemente ha dado –y seguirá dando– durante tantos años a su equipo; que tantas tardes amargas o escarpadas ha brindado –y brindará– a quienes hasta su corazón han intentando entrar para arrebatar la victoria a los rojillos. Hoy, 2 de septiembre de 2015, la casa de Osasuna cumple 48 años.

Hace ya casi medio siglo (02/09/1967) desde que un Real Zaragoza 1-1 Vitoria de Setúbal (Portugal) rascara las primeras capas de césped en el que era el primer encuentro del torneo triangular que organizaron los navarros para la efeméride. No fue Osasuna el que inaugurara su feudo –aunque, por supuesto, era el tercer equipo en extraña discordia del torneo–, pero hubo ambiente de fiesta. Desfiles de los equipos, repertorio musical a cargo de La Pamplonesa y saque de honor del presidente local, Jacinto Saldise, y del 'papi' de la criatura: el arquitecto Tomás Arrarás. Como esas fiestas americanas de familia adinerada por el nacimiento de un bebé, pero sin el bébe –se entiende...–. Hubo que esperar hasta el día siguiente para ver a los rojillos en acción logrando su primera machada: un 3-1 ante los lusos; pero, para no malacostumbrar al personal –mucho más numeroso que en el viejo campo de San Juan– los rojillos encajaron un contundente 0-3 del vecino maño en el tercer día de celebración. Aún así, eran tiempos en los que aragoneses y navarros guardaban una excelente relación, pues, cabe recordar que fue el propio Osasuna el que acompañó al conjunto blanquillo en la inauguración de La Romareda en 1957, con nueva victoria del Zaragoza por 4-3. Pero eso es otra historia. Hoy no es día de disputas, sino de la conmemoración del aniversario del más grande de los osasunistas.

Sobre su razón de ser, sobre los rojillos, El Sadar puede contar infinidad de historias. Recuerda todos y cada uno de los partidos que desde 1967 ha acogido para disfrute de la afición. Eso sí, ve y escucha, pero no habla –nadie ha dicho que las paredes tuvieran boca, ¿no?–. Pero para cada uno de sus pequeños huéspedes, ataviados con camiseta y bufanda local, tiene un relato que contar. Solo hay que acceder por una de sus puertas, vislumbrar al final del túnel el verde tapete y encontrar tu localidad. Allí, sentado, con el estadio lleno o vacío, el buen aficionado es capaz de escuchar las mejores memorias de este viejo estadio. Los dos tantos de Bustingorri para encabezar la goleada al Slavia de Sofia y dar la vuelta a la eliminatoria de la Copa de la UEFA de 1991; el tanto de Palacios de cabeza para certificar la permanencia ante el Levante en el famoso 'Milagro de Martín' del 97'; la mirada perdida de Trzeciak tras firmar con sus botas el último ascenso de Osasuna, o los goles de Milosevic y David López para certificar la clasificación para la Champions League frente al Valencia. Solo depende de la juventud del paciente soñador. Hay quien no recuerda El Sadar sin los videomarcadores de los fondos; hay quien lo recuerda incluso sin Preferencia Alta, y hay quien añora las vallas verdes que tenían como misión proteger el tendido y que finalmente se convirtieron en un motivo más de intimidación para el equipo rival.

Las famosas vallas de El Sadar. Fotografía: La Banda Izquierda.

Por cierto, también rivales guardan entrañables anécdotas de El Sadar; aunque también otras menos agradables... No hace mucho que el Atlético se dejó media lucha por la Liga allí (3-0, 2013/14), que Guardiola la tomó con un linier por anular un gol que podía dar el empate a los suyos (3-2, 2011/12), o Pandiani se comiera a 'caricias' a Cristiano tras una bronca con Camuñas, quien les quitó a los blancos el título doméstico a pase de Aranda (1-0, 2010/11). Bueno, y hasta el más grande genio de todos los tiempos tiene su pequeña espinita clavada en El Sadar: Diego Armando Maradona, 'El Pelusa', nunca consiguió ganar en El Sadar, ni en la 1982/83 –el solitario gol de Echeverría daba la permanencia a Osasuna y arrebataba la tercera plaza al Barcelona—, ni en la 1983/84, cuando, a pesar de marcar dos goles –de penalti, eso sí–, volvió a la ciudad condal tras morder el polvo y caer derrotado por 4-2.

Maradona lanza un penalti en El Sadar. Fotografía: ElSadar.com.

Hay quien le llama magia, y hay quien le llama brujería. Es ese ambiente frío, pero a la vez a fuego, como una olla a presión. Con sus paredes casi tan verticales que parecen cercanas a vencerse sobre el equipo rival. La grada, en su mayoría de pie, haciendo presión como queriendo saltar al césped. Los focos, como el destello de un flexo blanco en una noche oscura, y las dimensiones, al filo de lo imposible, bailando centímetro a centímetro con el mínimo permitido, imposibles de asimilar en tan solo 90 minutos. Cuando llueve, parece que llueve más; cuando nieva, parece que cuaja más, y cuando lo televisa 'El Plus', parece que todo el mucho más oscuro que en el común de los estadios. Armas, estas armas, sus armas, con las que El Sadar ha sido ese jugador número 12 de Osasuna, herramientas que ha ido haciendo propias con los años y que han convertido este rincón futbolístico en uno de los más carismáticos, añejos, puros y, a la vez, odiados del país, pese al amor incondicional de sus jóvenes parroquianos. Pues si utilizamos jerga católica, nadie está más a gusto en la catedral que en la iglesia de su barrio.

Dice Indar Gorri que pasan los años, pasan los jugadores, que la directiva mañana ya no estará e, incluso, se puede subir la apuesta y asegurar que hasta la afición cambia y cambiara con el paso del tiempo; la afición, como individuos individuales individualizados –que quede claro–. Pero si algo sigue ahí, en pie, y lo seguirá unas cuantas temporadas más –además del "club" y la "camiseta"–, es El Sadar, el estadio, la casa de Osasuna. Ah, y aviso a navegantes foráneos: EL SADAR, lo del Reyno de Navarra fue tan solo una cuestión puntual, publicitaria y con escasísimo predicamento en Pamplona. Celebremos, pues, los 48 tacos del vivo feudo rojillo. Y que cumpla muchos más.