Joaquín nació en El Puerto de Santa María, un pueblo de casi 90.000 habitantes del marco gaditano. En sus primeros pasos, ya demostraba que el fútbol corría por sus venas y así lo confirmó en una entrevista concedida a Interviú en el año 2006: “Aprendí a regatear entre los pinos. En la plazoleta no se podía jugar porque si te caías te hacías polvo. Había que regatear árboles y rivales y eso daba cierta habilidad. También regateaba a las sillas del bar de mis progenitores. A mí me daban un balón y yo no paraba. Jugaba donde fuera”. El caso es que apunto estuvo de dejar el fútbol a un lado. Bendito aparición la de su padre que evitó que su camino se alejara de los terrenos de juego: “Yo tenía un partido con la selección andaluza y mi cabeza estaba con mis amigos, con las niñas, y cada vez pensaba menos en el fútbol. Mi padre había luchado mucho por mi hermano Ricardo y él no llegó a la élite. Ahora estaba luchando por mí y aquella mañana yo le dije: “Mira, ‘pa’, que yo no quiero jugar más”. Me miró y me dijo que me acostase. A los dos segundos, me pegó dos collejas y yo salté de la cama y me planté en el campo. Aquel día fui el mejor”, afirmaba.

Azar de la vida, aquel crío de risa contagiosa recaló en la Sevilla verdiblanca y nada tardaría el niño en convertirse en el orgullo de un Betis que veía cómo su cantera había formado una figura distinta. Un futbolista de banda, extremo real y puro, sin matices: pocos goles, muchos regates y buenos centros. Joaquín encontraría pronto un prestigioso punto en común con su amado Figo. Entre 1996 y 2004, solo dos jugadores pudieron presumir de molestar sistemáticamente a Roberto Carlos. Uno fue el portugués. El otro, Joaquín. Por entonces, el Villamarín ya disfrutaba de una estrella en ciernes que había clasificado al equipo para Europa.

La llegada a Mestalla

En la temporada 2006/2007, Joaquín Sánchez, buscaba nuevos retos en algún equipo con aspiraciones mayores. Lopera, intentó hacer las cosas difíciles y trató de retener a su hombre estrella, pero finalmente no tuvo más remedio que aceptar su marcha en una rocambolesca operación. El mejor resumen en la anécdota de Albacete. El máximo mandatario, que legalmente podía manejar el destino de sus asalariados, decidió que su estrella iría cedida al Albacete Balompié, por entonces en Segunda División. “Me dice el presidente que me manda cedido… Y ahí me ves a mí en mi coche nuevo, solo, conduciendo cinco horas y media. Trataba de no pensar, de no darle vueltas. Hablaba por teléfono con mi familia, con mis asesores… Llegué a las oficinas del Albacete y allí no me esperaba nadie. Estaba todo cerrado. Eran las siete de la tarde. Llamé a un notario para que tomase fe de que había estado allí. Yo solo me reía cuando me hacía las fotos. ¿Qué pintaba yo allí? Y luego vuelta a Sevilla. Otra vez al coche. Once horas al volante para nada”, contaba el futbolista en una entrevista en el diario ABC.

Y es que Don Manuel Ruiz de Lopera siempre iba un paso por delante de los demás. El máximo dignatario del Betis incluía en los contratos de sus jugadores una cláusula que le daba el poder de ceder a un jugador a cualquier equipo. En caso de que el futbolista lo rechazase, este sería multado por el club. Una multa que, en el caso de Joaquín, rondaba los 3 millones de euros. No estaba la cosa como para negarse. Por fortuna, su destino final no sería tan dramático. Horas después, el Valencia pagaba 25 millones por su fichaje y ponía punto y final a un proceso de venta muy polémico.

Foto: uefa.com
Foto: Uefa.com

Firmaba por un club potente: campeón de Liga en 2002 y 2004 y finalista de Champions en 2000 y 2001, por lo que el equipo parecía asentado en la élite. Joaquín llegó a Valencia como una estrella, un jugador de banda rápido, con clase, con técnica, llegada a portería y gol. Cierto es que todo esto no llegó a verse en Mestalla de inmediato. La presión de ser el jugador más caro de la historia del Valencia podía con él, pero como el buen vino, con el paso de los años, el gaditano se fue haciendo un hueco y dando muestras de la calidad que atesoraba, aunque de manera intermitente.

El futbolista siempre contó con el apoyo de la grada. Su perfil desenfadado dejó un grato recuerdo entre el aficionado y se le perdonó mucho porque le costó arrancar en los primeros años; pero cuando se asentó e incluso lució el brazalete de capitán, se comenzó a sentir importante y eso le dio la confianza que necesitaba para ofrecer su mejor repertorio. Con el club che, ganó una Copa del Rey, anotó 30 goles y brindó 31 asistencias en un total de 215 encuentros oficiales, siendo fijo para todos los entrenadores. Y es que el canterano heliopolitano nunca bajó de los 2.500 minutos ni de las cinco dianas por ejercicio.

El reencuentro

Como quiera que el extremo se marchó de la capital del Turia hace más de cuatro años, sólo se volverá a ver las caras este sábado con Feghouli y Alcácer, supervivientes de la plantilla 10/11, en la que estos dos tuvieron una participación testimonial.

Su último partido en Mestalla fue el 15 de mayo de 2011 (0-0 en el derbi ante el Levante), si bien tuvo la suerte de despedirse del Valencia seis días después en Riazor ante el Deportivo, con sendas asistencias. En ambos casos, disputando los noventa minutos. Una tónica como albinegro.

Málaga, Florencia y el regreso del hijo pródigo

Después de su periplo en el club che, el gaditano firmó con el Málaga de Manuel Pellegrini donde volvió a dejar muestras de su calidad y guió al equipo hasta competición europea. Asimismo, cuando el jeque abandonó el proyecto blanquiazul, Joaquín entendió que su estancia en el conjunto boquerón había terminado.

Pronto se le presentó la oportunidad de ir a Florencia y allí vistió durante dos temporadas la camiseta de la Fiorentina. El Calcio pudo ver como Joaquín todavía retenía en sus botas la suficiente clase como para levantar a los aficionados viola de sus asientos. No obstante, su amor por el Betis acabó pasándole factura y como la parábola del hijo pródigo, el canterano regresó a la que fue su casa, después de nueve años alejado del tendido verde que le vio crecer y partir hacia nuevos horizontes.

Foto: VAVEL/Raúl Pajares

En casa. Como un niño con los zapatos nuevos. Joaquín estaba en el sitio que él quería. Su ímpetu y 500.000 euros (en una operación que tiene como tope un millón y medio si se cumplen objetivos hasta 2019) tuvieron la culpa. Una de las joyas de la nutrida generación del 81 que dio el fútbol español junto a David Villa, Vicente Rodríguez, Iker Casillas o Rubén Castro entre otros, estaba de vuelta.

La megafonía del Villamarín volvía a corear su nombre y los aficionados le cantaban, le quieren y le querían. Desde su salida, dejó un vacío en la cal de la banda derecha del estadio verdiblanco. El Real Betis sin su 17 bajó a los infiernos, jugó en Europa y volvió a la Liga BBVA. Ahora retoma el camino del que se desvió y cumplirá su segunda etapa como bético.

Desde su regreso al campeonato nacional, todo son buenos recuerdos para el portuense. Este sábado tendrá su segundo reencuentro consecutivo, tras volver a enfundarse el pasado fin de semana la camiseta del Betis en su casa. Esta vez, le tocará rendir visita a Mestalla, un sitio del que guarda un especial recuerdo, tal y como aseguro en su presentación: “Al Valencia y a su afición le tengo un enorme cariño”. Llegará a un estadio que le aclamó como gran estrella de su proyecto el 28 de agosto de 2006 y lo hará después de haber dejado una huella imborrable en el costado derecho del feudo blanquinegro. Él es consciente de que el Valencia fue el club que más apostó por él en su carrera deportiva y que en aquellos 25 millones de euros iba la fiel convicción de haber firmado a un futbolista top. No le queda otra. El sábado a las 18:15 horas, con el 17, Joaquín, la finta y el sprint, de regreso por Mestalla.