Nacido en 1960, Vicente se formó en las categorías inferiores del CD Ourense. Con 19 años fue reclutado por los ojeadores del Celta, a quienes llamaron la atención el porte y la elegancia de aquel joven que por entonces actuaba como líbero. Con el paso del tiempo sus condiciones se irían acomodando al mediocampo, en el que se desenvolvía con soltura en la zona central. Vicente destacaba por la sencillez de su fútbol, cualidad que paradójicamente resulta tan difícil de encontrar. No era rápido ni fuerte, simplemente le bastaba con aplicar su inteligencia para dotar de un alma especial al equipo. Jamás destacó por sus cifras goleadoras pero su ausencia en la medular —especialmente durante los períodos en que sufría lesiones— castigaba con dureza a sus compañeros, que echaban en falta a su verdadero cerebro. Sin aspavientos, cubría con clase una zona del campo verdaderamente amplia, colaborando en tareas defensivas y dinamizando el ataque con el simple gesto de soltar rápido la bola hacia un compañero mejor situado.

Su debut con el primer equipo tuvo lugar en Algeciras, en febrero de 1980. Los de Vigo habían descendido a Segunda en 1979 y necesitaban jóvenes que les permitiesen cumplir con la normativa que, por entonces, obligaba a alinear de inicio a dos futbolistas menores de 20 años. Era aquella una legislación que generaba estadísticas curiosas. En el caso de Vicente, no pasó de los 457 minutos disputados en su primera temporada pese a salir como titular en 14 encuentros. Cifras extrañas que se explicaban por sus ocho sustituciones antes del minuto 22 de juego, lo que seguramente se repitió con otros muchos futbolistas. Esta circunstancia terminó por condenar a la susodicha normativa al fracaso, ya que no cumplía con el objetivo de facilitar una formación sólida a los jóvenes. Lo cierto es que la temporada 1979/80 resultó absolutamente desastrosa para el Celta, consumándose un nuevo descenso y relegando al ourensano al ostracismo en una edad todavía muy tierna.

Vaivenes en los ochenta, ascenso en los noventa

Vicente, con su bigote 'ochentero' (Foto: mitosfutbolisticos.wordpress.com)

Hasta la campaña 1983/84 no volvió Vicente a jugar con el primer equipo, previa cesión al Racing de Ferrol. En enero de 1984, con el equipo en Segunda, Luis Cid Carriega decidió incluir al fino centrocampista en sus alineaciones para convertirlo en un habitual del once desde la jornada 18 en adelante. Al año siguiente, con Félix Carnero como ocupante del banquillo, le iba a costar más convencer al técnico de sus cualidades y apenas pudo rozar los 1.000 minutos de juego en un año en el que se consiguió retornar a Primera. La temporada 1985/86, en cambio, dejaría un sabor agridulce al ourensano. Pieza importante en el equipo desde la sexta jornada, iba a lograr sus dos primeros tantos con la elástica celeste. Fue ante Osasuna y Las Palmas, en dos estériles victorias de los de Vigo, que en el plano colectivo regresaron por la vía rápida a Segunda completando un curso para olvidar.

La sorprendente victoria sobre el 'Dream Team' iba a servir para que el equipo se salvase sin sobresaltos de última hora

Con todo, si hay que hablar de un período de madurez futbolística de Vicente, este no puede ser otro que el comprendido entre 1986 y 1993. Con 26 años cumplidos el centrocampista gallego se convirtió en pieza fundamental del engranaje del equipo que dirigió Colin Addison y que logró brillantemente el ascenso en los play-off. Después, ya en Primera, continuó como titular durante las tres campañas que los de Balaídos se mantuvieron en la máxima categoría. Su único año negro hay que buscarlo en el ejercicio 1990/91, de nuevo en la División de Plata, en el que la lacra de las lesiones le mantuvo fuera de los terrenos de juego durante la práctica totalidad del campeonato. El equipo, dirigido primero por Maguregui y finalmente por Txetxu Rojo, lo pagó con una carencia de fútbol que le llevó a situarse cerca de los puestos de descenso. Sin embargo, pocos meses después, el fino centrocampista iba por fin a reincorporarse al grupo para convertirse en alma del equipo que consiguió en 1992 un merecidísimo ascenso. Aquel 9 de mayo Vicente abría la cuenta nada más iniciarse el encuentro frente al Sestao, convirtiendo el partido en una auténtica fiesta de principio a fin. La victoria final por 4-0 devolvía a los de celeste a la máxima categoría y su capitán, con 32 años, se preparaba para vivir su mejor temporada en el apartado individual.

Vicente con Maradona en un Celta-Sevilla de 1992 (Foto: pinterest.com)

Llega el Dream Team

Y es que tras el calvario de las lesiones, Vicente disfrutó de un regreso a Primera inmaculado en el aspecto físico. Partió como titular en 36 encuentros de liga y superó por primera y única vez en su carrera los 3.000 minutos de juego. El Celta completó una gran campaña y se convirtió en un equipo tremendamente difícil de superar. Fe de ello puede dar el Barcelona de Johan Cruyff, que visitó Balaídos el 30 de mayo de 1993 para disputar el encuentro correspondiente a la jornada 35 del campeonato. Los blaugranas llegaban igualados con el Real Madrid en lo alto de la tabla, por lo que se jugaban muchas de sus aspiraciones de conquistar el título. Y lo hacían con las sensibles bajas de Pep Guardiola, Jon Andoni Goikoetxea y Hristo Stoichkov, tres verdaderos puntales. El Celta, que sumaba 30 puntos, se encontraba a solo dos unidades de los puestos de promoción de descenso y no podía contar con Vlado Gudelj. El que sí que iba a jugar era Vicente, que casualmente cumplía aquel día su partido número 150 en la máxima categoría.

Once dispuesto ante el Barcelona (30/05/1993)

El choque se inició con las cartas boca arriba. El Barcelona, fiel a su estilo, comenzaba tocando y tocando la bola. Txetxu Rojo dispuso un 5-4-1 claro con la intención de sorprender a los culés en velocidad. A los cinco minutos de juego los de Vigo recogían los primeros frutos. Un robo de balón de Vicente tras un pésimo control de Miquel Soler sirvió al ourensano para plantarse delante de Andoni Zubizarreta y batirle con un disparo cruzado, en el que significaba el tanto número 1.400 del Celta en Primera. Apenas cuatro minutos más tarde un nuevo disparo de Vicente era rechazado por el arquero barcelonista, que dejaba un balón muerto en el área. Albert Ferrer, en un intento de despejar el cuero, no supo hacer otra cosa que introducirlo en su propia portería. Apenas habían transcurrido diez minutos de juego y el Celta ya dominaba por 2-0 tras dos regalos bien aprovechados. El Barcelona, incapaz de frenar las galopadas de Ratkovic, no reaccionaba. Pero al filo de la media hora de juego una dejada con la cabeza de Bakero iba a ser empalmada de manera brillante por Michael Laudrup, sin que Cañizares pudiese hacer nada para evitar el tanto. Con 2-1, el último cuarto de hora de la primera mitad se hizo muy largo para los de Rojo, que se metieron muy atrás y pudieron encajar el empate en un disparo al palo de Miguel Ángel Nadal. Fueron unos minutos delicados para el Celta, que consiguió alcanzar el descanso con ventaja en el marcador.

Victoria con alma

En la segunda mitad los de Cruyff buscaron mantener a los locales encerrados pero apenas lo pudieron conseguir durante cinco minutos. A partir de ahí Milorad Ratkovic y Jorge Otero se convirtieron en dos auténticos puñales por banda, siempre dispuestos a servir de válvula de escape que interrumpía el intento de asedio de los visitantes. El serbio, sublime en sus conducciones, volvía loca a la zaga culé. Mientras, el de Nigrán se hartó de subir por su banda para poner en jaque una y otra vez al desafortunado Soler. El oxígeno que insuflaba Vicente por el sector derecho también ayudó a decantar el segundo tiempo de manera clara para los de casa, que comenzaron a dibujar contragolpes de libro. Un espectacular disparo de Ratkovic hizo temblar el larguero visitante pero el Celta también malogró claras ocasiones en las botas de Gil, Vicente y Salva. Con todo, Ronald Koeman tuvo el empate en un disparo que besó el poste derecho de Cañizares. Fue el preludio del 3-1, un gol de bandera. La jugada la inició Agirretxu, con un robo seguido de una pared con Salva. Su distribución hacia la derecha encontró bien posicionado al Flaco Gil, que buscó la llegada de un compañero por el centro. Su servicio fue impecablemente rematado por Salva, que batió a un impotente Zubizarreta. Faltaban 12 minutos para el final y Cruyff, como tantas otras veces, decidió tirar de Alexanko como ariete. El improvisado tanque vasco iba a ser quien colocase un balón en el área, que Bakero cedió para que Txiki Begiristain rematase con el pecho a la red. 3-2 y quedaban cinco minutos. Pero los culés, sin ideas, apenas inquietaron el área de Cañizares y el Celta se llevó los puntos con justicia tras un partido intensísimo.

Este choque, junto con la eliminatoria copera frente al Tenerife disputada un año más tarde, se puede considerar el culmen futbolístico del Celta de Txetxu Rojo. Y, sin lugar a dudas, uno de los partidos más memorables que completó Vicente Álvarez con la casaca celeste, que hizo llegar como nunca al celtismo su alma de capitán. La sorprendente victoria sobre el Dream Team iba a servir para que el equipo se salvase sin sobresaltos de última hora. Por su parte, los de la Ciudad Condal se situaban un punto por detrás del Real Madrid, con Cruyff culpando a sus futbolistas de los males del equipo. Iba a ser necesario un nuevo milagro en Tenerife para que el FC Barcelona conquistase una liga que los de la capital tenían en sus manos.

La despedida

Para Vicente aquella fue su última gran temporada en cuanto a rendimiento individual. Todavía se mantuvo en el equipo durante tres campañas más e incluso llegó a disputar la final de la Copa del Rey de 1994 pero las lesiones le castigaron más de la cuenta. Pese a todo, en el ejercicio 1995/96 fue utilizado por Fernando Castro Santos en 19 partidos de liga y tres de copa. El pulmón céltico, ya con 35 años, se despedía de la afición el 25 de mayo de 1996 en el choque que cerraba la temporada. Los de Vigo empataban a un gol con el Valencia y lograban la permanencia en la máxima categoría por cuarto año consecutivo. Y Vicente colgaba las botas, tras toda una carrera vestido de celeste.

Vicente llevó la batuta del equipo en la final de la Copa del Rey de 1994 (Foto: forocoches.com)

Tras su retirada el centrocampista gallego se ha mantenido prácticamente en el anonimato, lejos del Celta y del mundo futbolístico. Pese a ello ningún celtista que supere la treintena habrá podido olvidar su temple en el mediocampo y la clase que mostró a lo largo de tantos y tantos años sobre el verde de Balaídos. Y por supuesto, aquel bigote ochentero tan característico que lucía. Su capitanía y su fútbol permanecerán en la retina del celtismo, que tampoco olvidará aquella enorme victoria sobre el FC Barcelona de Cruyff en mayo de 1993.