La historia del FC Barcelona está plagada de nombres que dejaron grabadas en nuestras retinas imágenes imborrables, magníficos recuerdos asociados siempre al virtuosismo futbolístico que aportaron durante su estancia en Can Barça. Todos y cada uno de los jugadores que marcaron una época en el club azulgrana tiene una imagen asociada a su paso por él, una acción que sobresale entre las demás y que perdura en nuestra memoria año tras año. En las últimas décadas, coincidiendo con la época más laureada del conjunto barcelonista, han pasado por el club auténticas estrellas del panorama internacional, jugadores de primera fila que han puesto en pie a todo un Camp Nou en varias ocasiones.

El verano de 1996 resultaba clave para el futuro más inminente del FC Barcelona. El final de temporada anterior había resultado extremadamente convulso, rubricado con la no consecución de títulos por segundo año consecutivo y con la destitución del considerado padre del que hasta entonces se conocía como mejor Barça de la historia, Johan Cruyff. En lo que a la plantilla se refiere, la contratación de un delantero que marcara las diferencias se había fijado como prioridad para un proyecto que lideraría sir Bobby Robson, un técnico experimentado que aterrizaba en el banquillo culé con fecha de caducidad, puesto que la llegada de Louis Van Gaal de cara a la siguiente campaña estaba ya apalabrada.

Romario da Souza había embelasado a la afición azulgrana dos años atrás, pero su inesperada marcha al Flamengo convirtió la posición de “nueve” en una plaza difícil de cubrir tras la exhibición del brasileño. La llegada de Meho Kodro, con unas estadísticas goleadoras dignas de cualquier delantero de primer nivel, ilusionó al aficionado, pero tras un año complicado el listón colocado por Romario resultó insuperable para el bosnio. Urgía sumar títulos, tras ganar cuatro ligas consecutivas y conquistar la primera Copa de Europa del club, dos años en blanco resultaban enormemente dolorosos, de manera que la plantilla debía ser reforzada con nombres que aportaran la calidad necesaria para volver a estar en lo más alto del podio.

De nuevo el nombre de Romario volvía a aparecer en la secretaría técnica del FC Barcelona, pero no con el objetivo de intentar su contratación, un jugador que había seguido sus mismos pasos podía convertirse en el objetivo final culé. Después de hacer buenas temporada en su país, Romario dio el salto al fútbol europeo recalando en las filas del PSV Eindhoven, club en el que despuntó como goleador, convirtiéndose en objeto de deseo de los grandes clubs continentales. Al igual que él, Ronaldo Luís Nazário de Lima, conocido como Ronaldo, se había convertido en el nuevo ídolo del club holandés tras emigrar desde su Brasil natal.

Durante los Juegos Olímpicos de Atlanta diputados en 1996, donde el joven formaba parte de la selección de Brasil Sub'21, el por aquel entonces vicepresidente barcelonista Joan Gaspart viajó personalmente hasta Estados Unidos con el objetivo de llevar a cabo su contratación, la cual se terminaría concretando por un montante cercano a los 2,500 millones de las antiguas pesetas.

El listón estaba alto, pero Ronaldo lo superó con creces. No hizo falta demasiado tiempo para que el nuevo jugador azulgrana se metiera en el bolsillo a su nueva afición. A principio de temporada, concretamente durante la ida de la Supercopa de España disputada ante el Atlético de Madrid en el Estadio Olímpico de Montjuic, Ronaldo firmó una actuación memorable, con dos tantos y una asistencia para el recuerdo a Iván de la Peña en la que con un regate de otra galaxia dejó sentado al defensor rojiblanco Delfí Geli.

Tan solo fue el principio, las demostraciones de velocidad, fuerza y equilibrio se convirtieron en una constante en el Camp Nou y fuera de él, a lo largo de la temporada enmudeció estadios visitantes y puso en pie el suyo propio en varias ocasiones, con una fecha en particular en la que dejó sin aliento a un planeta entero.

El 12 de Octubre de 1996, coincidiendo con el día de la hispanidad, el Barça visitaba Santiago de Compostela en partido correspondiente a la séptima jornada del campeonato de liga. El conjunto barcelonista llegaba al choque como segundo clasificado de la competición, con los mismos puntos que el Real Madrid (14) pero una menor diferencia entre goles a favor y en contra. Un inesperado tropiezo en el Camp Nou frente al Tenerife pocos días antes (1-1) había proporcionado el liderato a los de Fabio Capello, quienes se postulaban como rival más potente de cara a la lucha por la primera plaza final.

El Compostela por su parte afrontaba el encuentro situado en la zona baja de la clasificación, concretamente en la posición nº18 de la famosa liga de 22 equipos. Los siete puntos que reflejaba el casillero de equipo gallego obligaba a los locales a intentar la gesta de detener a un Barça que no conocía la derrota y a un jugador en concreto que se había convertido en la sensación de la competición.

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Ronaldo brilló en San Lázaro de principio a fin. Con tan solo 36 segundos de partido disputados el brasileño capitaneó la primera jugada de ataque culé, perforando la defensa local y colocando un centro raso que el defensor del Compostela William acabó introduciendo en su propio marco al intentar despejarlo. Tan solo fue el principio de una larga lista de apariciones, todas y cada una de ellas de una belleza y plasticidad solo al alcance de un superdotado. Apenas 15 minutos más tarde, el ex del PSV se permitió el lujo de dejar literalmente sentado a su par para asistir a su compatriota Giovanni, quien a placer tan solo tuvo que empujar el balón al fondo de la red para colocar el 0 a 2 en el marcador.

El Compostela pedía clemencia, pero lejos de ser condescendiente con el rival Ronaldo tenía guardada su mejor acción para matar un partido que yacía ya moribundo. A falta de diez minutos para alcanzar el descanso, el crack brasileño recogió un balón sin dueño en el centro del campo, superó la acometida de dos rivales que intentaron derribarle entre agarrones, y con el esférico pegado al pie destapó el tarro de las esencias dibujando un “slalom” de dimensiones estratosféricas cuya linea de meta aguardaba fijada en la portería contraria. San Lázaro enmudeció, para dar paso a los pocos segundos a una ovación que rendía pleitesía a aquel jugador que puso en escena el significado de la palabra imparable, Bobby Robson aguardaba en la banda con las manos en la cabeza, aquel que en su día sufrió en sus propias carnes el gol de Maradona en Mexico'86 no podía creer lo que había visto.

A pesar de que el estado de shock generalizado perduró durante el resto de encuentro Ronaldo continuó elaborando el partido perfecto, perforando nuevamente la portería gallega tras la reanudación. Luis Figo colocó posteriormente el 0 a 5 en el marcador y el delantero local Ohen maquillaría el resultado final con el tanto del honor del Compostela.

Tras una exhibición de tal calibre el mundo se rindió ante el joven jugador carioca, un delantero que fue clave en la consecución de Recopa de Europa y Copa del Rey a final de temporada, unos títulos que ponían fin con una alarmante sequía de éxitos que había durado dos años. A pesar de una gran temporada conjunta Ronaldo y FC Barcelona tomaron caminos opuestos, el talentoso jugador brasileño emprendió una nueva aventura rumbo a Milán como fichaje estrella del Inter, un fuga que el aficionado culé, prendado de las virtudes de su hombre gol, jamás llegó a comprender.

Puede que hayan pasado 19 años, con multitud de nuevas imágenes de por medio que podrían haber difuminado el recuerdo de aquel gol, pero fue tal su repercusión y belleza, que todavía a día de hoy resulta fácil vislumbrar a uno de los mejores jugadores de todos los tiempos dejando atrás rivales con pasmosa facilidad, convirtiendo aquel 12 de Octubre de 1996 en el día en que Ronaldo iluminó Compostela.