El Celta sorprendió al líder en su casa. Lo hizo con sus armas, las de siempre, esa voluntad por mantener el dominio del balón, esa permanente mentalidad ofensiva y ese once tipo que, salvo ausencias inexcusables, cita de carrerilla cualquier persona que esté al tanto de las andanzas de los celestes. Sin embargo, una sorpresa llevó a otra; Eduardo Berizzo camufló bajo una disposición aparentemente rutinaria un arma con la que pocos –y mucho menos Marcelino García Toral– contaban: el ritmo.

Desde que la etapa del 'Toto' diese comienzo hace casi año y medio, su Celta se ha caracterizado por ser un equipo que pone a prueba la preparación física de su oponente desde el saque inicial, a base de una presión y una intensidad de enorme atractivo para el aficionado. Sin embargo, El Madrigal fue testigo de un cambio de planes que ofreció unas sensaciones extrañas en los primeros compases, con un Celta que parecía poco predispuesto a pelear por el esférico a un Villarreal habituado a contener con solvencia los ataques de su rival y aprovechar una potentísima capacidad goleadora para sacar adelante los partidos. Sin ir más lejos, el gol de Denis Suárez fue un claro reflejo de esta mentalidad.

Veneno celeste

Así, los primeros 30 minutos fueron un total monólogo local. El roto esquema 'groguet' campaba a sus anchas por el césped, dando la imagen de un líder incisivo, dominador y, paradójicamente, incapaz de generar ocasiones claras. Acorralando a los vigueses a pocos metros de su área, el Villarreal presionaba, robaba, conducía y, además, se agotaba. A la media hora de juego, ese dominio apabullante comenzó a disolverse, aumentaron los pases fallidos y aumentaron los metros de presión a la estéril salida de balón. Al Celta le había bastado con exprimirse en defensa para dejar a su rival al mínimo de fuerzas con una hora de partido por delante: Marcelino había caído en la trampa.

A la media hora de juego, el Villarreal se derrumbóAunque los celestes sufrieron para hacerse con la victoria final, la esencia de esta importante victoria estuvo en esos 15 minutos de final del primer acto, donde el tridente Nolito-Aspas-Orellana recuperó ese tono agresivo, imparable. Cansada y desconcertada, la zaga amarilla encajó un primer gol absurdo, al que siguió una tromba atacante que concluyó con un chut al palo de Nolito y una ocasión más donde el gaditano combinó con Pablo Hernández, que a punto estuvo de lograr un gran tanto de vaselina. La suerte acompañó a los locales, una distancia más abultada al descanso habría cambiado el escenario del partido.

Pero si el ritmo fue la llave del triunfo en la primera mitad, también desembocó en la dura segunda parte. Amos y señores del balón, y ayudados de la expulsión de Bailly, los celestes optaron por adormilar el juego, dejando pasar los minutos, inconscientes de que la pólvora del Villarreal no entiende de ritmos. El sufrimiento que siguió a los siguientes minutos fue la lección a aprender por parte de los vigueses.

Una moraleja es extraíble de este partido. Este esquema aparentemente invariable ofrece, no obstante, amplitud de variantes. La gran gestión del ritmo por parte del 'Toto' durante la primera mitad permitió sacar adelante una cita que habría sido mucho más exigente de haber optado por la hoja de ruta habitual. Poco a poco, este Celta sigue evolucionando, adaptándose a las circunstancias que le presentan delante. De momento, el objetivo sigue intacto, inmersos en la zona europea y con un colchón de cinco puntos. Un nuevo reto, un nuevo líder aguarda en una semana, a ver qué disfraz adopta Eduardo.