A estas alturas de la película, nadie parece dudar que Augusto Fernández ha heredado de Michael Krohn-Dehli el apelativo de emperador del centro del campo vigués. El futbolista argentino, capitán del equipo para más énfasis, ha tomado el relevo del danés y se ha convertido en el eje de todo el fútbol del equipo dirigido por Eduardo Berizzo. Su capacidad para abarcar campo, sacar el balón jugado y mantener la posición en las transiciones defensivas lo han convertido, como ya se comprobó en Balaídos ante el Getafe, en un futbolista totalmente imprescindible para el equipo. Sin embargo, es obvio que no puede estar solo.

Dentro del planteamiento futbolístico de Berizzo, independientemente de si ejecuta un 4-3-3 o el más empleado actualmente 4-2-3-1, siempre se dibuja la necesidad de contar con hasta tres futbolistas que cubran el centro del campo y que conjuguen capacidades ofensivas con sacrificio y entrega atrás. Este esquema no lo inventó el argentino, sino que lo heredó ya de la etapa de Luis Enrique, en la que Krohn-Dehli, Augusto y Rafinha finalizaron el año conformando un tridente completísimo. El año pasado, con el danés en su mejor momento, fueron Nemanja Radoja y el propio Augusto sus compañeros de viaje. Ante la salida de Krohn-Dehli, se presentó la necesidad de regenerar el centro del campo vigués.

Para ello, Berizzo depositó su confianza sobre dos hombres: el recién llegado Daniel Wass, pretendido sustituto directo de Krohn-Dehli, y el abnegado Pablo Hernández, obligado a renunciar a su visión personalista del fútbol para permitir el triunfo colectivo. La decisión de Berizzo de incluir al chileno en el once inicial fue ampliamente criticada (y sigue siéndolo a día de hoy por un considerable sector de la afición) e incluso abucheada al término del encuentro ante Las Palmas allá por los inicios del mes de septiembre. Por su parte, Wass comenzó arrasando, goleando y maravillando.

Casi dos meses después, se puede decir que las cosas han cambiado bastante. Especialmente en los dos últimos encuentros, ante Villarreal y Real Madrid, se ha podido comprobar la intensa mejora de Pablo Hernández a diversos niveles. El de Tucumán, otrora chupón y ralentizador del ritmo de juego del equipo, ha asumido como parte de su juego el primer toque, la conducción rápida y el recorrido en defensa. Tal ha sido su mejoría que se podría hablar de él como el principal conector entre centro del campo y delantera hoy día. Su movilidad entre líneas hizo mucho daño tanto a los centrocampistas amarillos en El Madrigal como a Casemiro el pasado sábado en Balaídos.

Por otra parte, el rendimiento de Wass ha caído en picado. Quizá ante el crecimiento del Tucu o quizá motivado por el sobreexceso de minutos con el que carga en sus gemelos (también disputó encuentros con la selección danesa hace dos semanas), al centrocampista nórdico le está costando muchísimo entrar en juego, agilizar la circulación y generar cualquier tipo de peligro ante la portería contraria. Berizzo se está encontrando con la problemática de distribuir a dos futbolistas de cariz similar pero rendimientos diferentes.

Una factible solución para el conflicto de intereses entre chileno y danés sería imponer un trabajo de perfil más posicional a uno de ellos, preferiblemente a Wass, y ejecutar permutas en el puesto de pivote en aquellas jugadas en las que el exjugador del Évian decida incorporarse al ataque. Evitar, en cierto modo, que ambos futbolistas, pese a su clara vocación ofensiva, choquen constantemente en sus pretensiones, y que no tenga que ser sólo el miembro del dúo en mejor forma el que destaque. Un equipo como el Celta no puede permitirse todavía malgastar el talento de sus futbolistas más preciados.