Llega el momento más esperado del año, el acontecimiento futbolístico más especial para cualquier seareiro de Celta o Dépor, esa fecha marcada con un rotulador rojo en el calendario. Queda claro que no es, ni mucho menos, un partido más. Las emociones están a flor de piel, para lo bueno y para lo malo. La alegría y el júbilo al ver marcar a tu equipo pueden transformarse fácilmente en ira y tristeza durante noventa intensos minutos, los mejores de la temporada.

Es innegable la rivalidad histórica entre ambos equipos que impera partido tras partido, año tras año. Un sentimiento tan profundo hacia los colores celeste y blanquiazul —respectivamente— que puede derivar incluso en odio hacia el eterno rival. Nadie quiere perder un derbi, mucho menos que lo gane el enemigo. Está bien que exista cierta rivalidad y piques entre ambos equipos porque eso provoca un partido cargado de emociones, intensidad y ambición máxima.

En  el fondo, a Celta y Deportivo les unen más lazos de los que los separan

Sin embargo, la enemistad es llevada en ocasiones al extremo. No es la primera vez que una afición ofrece al visitante un "caluroso" recibimiento acompañado de cánticos ofensivos, insultos y, en el peor de los casos, incluyendo el lanzamiento de botellas o piedras contra los autobuses. Un acontecimiento tan bonito como es el duelo entre los dos colosos del fútbol gallego tendría que estar exento de la violencia y de tales comportamientos reprobables. Este partido no debería ser declarado "de alto riesgo" por las autoridades. Tampoco es normal que se restrinja de tal forma la presencia de seguidores celestes en Riazor o blanquiazules en Balaídos. ¿Qué problema hay si una persona con la camiseta de Mostovoi se sitúa en una zona del estadio plagada de aficionados del Deportivo? ¿Y por qué no va a poder comprar una entrada para la grada de Río Alto un deportivista que luzca su bufanda del SúperDepor? Al fin y al cabo, se trata de un partido de fútbol en el que todos tienen derecho a animar a su equipo. Sin embargo, aunque parezca una tontería, a día de hoy sería inviable que se diese cualquiera de esas dos situaciones.

Este no es otro clásico cualquiera. Se trata de O noso derbi, el partido que es capaz de dividir Galicia durante un día pero que, a su vez, muestra la unión de la nación gallega. Es cierto que, históricamente, Celta y Deportivo son dos equipos que se han llevado como el perro y el gato. No obstante, hay que tener en cuenta que, como suele decirse, "nos unen más cosas de las que nos separan". Al fin y al cabo, si o derbi é noso es porque todos, vigueses, coruñeses o compostelanos, compartimos un sentimiento que es el que hace verdaderamente grande este duelo. No consiste en sentirse celtista o deportivista, sino que se trata del afecto hacia Galicia, hacia esa identidad que nos une.

Sería bonito ver un derbi exento de violencia u ofensas, que fuese un partido cargado de ambición y con una rivalidad sana. No nos separan tantas cosas del eterno rival, porque del amor al odio hay un paso y porque compartimos ese sentir común que hace tan especial el derbi. Celta y Deportivo, como principales representantes del fútbol gallego, deberían ser los primeros en tener en cuenta esa unión por Galicia. Para ello estaría bien que, antes de iniciarse el encuentro, la grada entera —tanto seareiros celestes como blanquiazules— entonase a coro el himno gallego en señal de paz y hermandad, para olvidar los piques pasados y centrar el derbi en lo que debería ser realmente: la gran fiesta del fútbol gallego. Que gane el mejor pero, ante todo, que gane Galicia.