Decía Tom Hanks, enfundado en la piel del entrañable Forrest Gump, que la vida es como una caja de bombones por aquello de que nunca sabes lo que te va a tocar. Bueno, más bien eso le decía su madre. A menudo, en el fútbol, sucede algo similar. Para un Celta que llegaba al tiempo de descanso en el Benito Villamarín con 0-1 en el marcador y claro dominio en el juego, lo que sucedió a continuación supuso un drástico cambio de planes. Es por ello, quizá, que mucha gente dice que somos hijos de nuestras circunstancias. Esta noche, el Celta lo fue. Vaya si lo fue.

La noche en Sevilla se presentaba sin sorpresas. Hacía calor, vaya, el calor que puede hacer un 5 de diciembre. El Betis volvía a su estadio con la cabeza entre las piernas, consciente de que su rendimiento en el Villamarín esta temporada no está siendo el que se le exige. El Celta, por su parte, viajaba al sur con bajas sensibles, especialmente en la retaguardia. Sin Fontàs ni Sergi Gómez y con el serbio Radoja también en la enfermería, sería Jonny Castro quien ocupase la plaza de central junto a Gustavo Cabral. Una pareja improvisada que, sin embargo, partía con la ventaja de perfilarse como adecuada para plantar cara a los ágiles atacantes béticos.

Crear circunstancias

El dibujo de Eduardo Berizzo no fue, más allá de lo obligado en la zaga, para nada revolucionario. El argentino volvió a colocar al joven belga Théo Bongonda en el perfil derecho, trasladando a Fabián Orellana al enganche por detrás de Aspas. En el doble pivote, Augusto Fernández volvía a ejercer de 5, con un Daniel Wass necesitado de reivindicación situado por delante de él y con mayor grado de libertad para generar fútbol en ataque. Bajo palos, Sergio Álvarez volvería a gozar de una nueva oportunidad para acallar las críticas que se venían cerniendo sobre su estado de forma a lo largo de los últimos encuentros.

Rubén Castro no tuvo su mejor noche en el Villamarín (Foto: Juan Ignacio Lechuga / VAVEL).

Por su parte, Pepe Mel se mantenía también en su estilo personal. El cóctel entre solidez defensiva y velocidad a la contra se fraguaba sobre el césped con la presencia de Petros y N'Diaye en el doble pivote, mientras que por delante formaban Ceballos en el enganche, Joaquín caído a banda derecha y Cejudo a la izquierda, siempre con Rubén Castro como referencia ofensiva. Cuatro hombres rápidos, desequilibrantes y con gol. Atrás, el regreso de Westermann tras haber sido retirada su segunda amarilla del pasado viernes completaba el cuarteto titular a falta de un Juan Vargas que está siendo suplido con corrección por Fernando Varela.

El fútbol comenzaba en el Benito Villamarín cinco minutos pasadas las diez, en ese horario marcado por las loterías y la vehemencia de la televisión pública. El Celta, a diferencia de sus tres últimos encuentros, salía a morder. Los futbolistas de ataque presionaban con insistencia a los nada sobrados técnicamente centrales del Betis, generando con frecuencia acciones de peligro en las proximidades del área bética. Pese a ello, el meta Dani Giménez, que sustituía al lesionado Antonio Adán bajo palos, apenas tenía trabajo. El Celta daba sensación de peligro pero le costaba finalizar.

Que las circunstancias te dominen

El peligro real, sin embargo, llegaba en el otro área, fruto de contragolpes y jugadas aisladas. Apenas sobrepasada la frontera de los veinte minutos de partido, Álvaro Cejudo orientaba un balón a cinco metros del área y soltaba un zapatazo que a punto estaba de colarse en la meta de un Sergio que reaccionaba a tiempo. Dos minutos después, tras una combinación de calidad en la zona derecha del ataque bético, Rubén Castro dejaba a N'Diaye en un mano a mano ante el meta de Catoira del cual este último volvía a salir triunfador. 

Cabral volvió a ser, con mucho, el mejor defensor vigués (Foto: Juan Ignacio Lechuga / VAVEL).

El gol del Celta llegaría, pues, en medio de la tormenta atacante del conjunto verdiblanco. Iago Aspas recibía en la frontal y buscaba a Nolito, quien, tras levantar la cabeza, colocaba un pase picado con el empeine en los pies de un Bongonda que, resbalando, conseguía batir a Dani Giménez para colocar la ventaja visitante en el electrónico. El belga celebró el gol con una rabia especial, como la de aquel que grita queriendo demostrar su valía tras meses de oscuridad en el banquillo. La de aquel que verdaderamente necesitaba marcar un gol para demostrarse algo a sí mismo.

El resto de la primera parte fueron minutos mayoritariamente dormidos. El Celta movía bien la pelota, aunque sin profundidad, víctima de la falta de acierto en ataque de Nolito y Orellana. Por su parte, el Betis tampoco lograba penetrar en el área de los vigueses. El encuentro se endurecía por momentos, obligando al colegiado canario Hernández Hernández a sacar de su bolsillo la cartulina amarilla con mayor asiduidad de la habitual, especialmente para un equipo de perfil poco duro como el Celta de Vigo. El encuentro, llegado su tiempo de descanso, había perdido por completo su brillo y se había convertido en un duelo de pico y pala. De los de remar.

Nunca sabes lo que te va a tocar

Como las cajas de bombones de Forrest Gump, la segunda mitad del partido se abrió con sorpresa incluida. Wass entregaba una pelota comprometida a Jonny, quien, siendo el último hombre del Celta, intentaba regatear sin éxito a un mordaz Petros. El brasileño robaba el cuero al de Matamá, quien, al ver que su adversario se disponía a encarar a su portero, lo agarraba instintivamente evitando su avance. El colegiado, de inmediato, se dirigió al central vigués y le mostró la tarjeta roja, aplicando sin titubeos el reglamento. Corría el minuto 48 y el Celta se quedaba con un jugador menos. La ejecución de la falta, enviada al poste por Joaquín, sólo sería un pequeño aviso de lo que quedaba por venir en los 40 minutos restantes.

El inicio del asedio del Betis coincidió con los primeros cambios del partido. En el Celta, Berizzo daba entrada al jovencísimo e inexperto Diego Alende, quien sustituía a Bongonda para pasar a ser la pareja de Cabral en el centro de la zaga. En el Betis, accedía al terreno de juego Jorge Molina, un delantero posicional y veterano que haría mucho daño al joven central. Apenas dos minutos más tarde, Wass tenía que sacar un cabezazo bético bajo palos. Los avisos se sucedían y el Celta, pese a encontrarse todavía por encima en el marcador, se encontraba ya totalmente sometido, ubicado bajo el zapato verdiblanco y esperando, impotente, a ser pisado por él.

Jorge Molina revolucionó el ataque bético (Foto: Juan Ignacio Lechuga / VAVEL).

Afortunadamente para el Celta, si algo le faltó al Betis de Pepe Mel fue suerte. A lo largo de los siguientes treinta minutos de juego, los béticos acumularon futbolistas y ocasiones en el área viguesa. Dani Ceballos se convirtió en una auténtica pesadilla para Carles Planas, y Rubén Castro armó su pierna todas las veces que pudo, pese a ser consciente de que la de hoy no era, ni mucho menos, su mejor noche. Sin embargo, caída la noche del partido, tras una larguísima jugada trenzada por los verdiblancos en la frontal, Petros conseguía colar una pelota, aprovechando el despiste en el marcaje del inexperto Alende, que Molina controlaba de forma orientada, quedándose completamente solo ante Sergio y batiéndolo con facilidad. Apenas siete minutos antes de que se cumpliese el tiempo reglamentario, el Betis empataba. Merecidamente.

El resto del encuentro fue exactamente igual que los treinta minutos previos. El Betis apretó la meta de un Sergio notable hasta el último suspiro del partido. El Celta, por su parte, tuvo una última oportunidad en un dos contra uno llevado por un abrillantado Wass y mal finalizado por un errático aunque perseverante Nolito. Quizá al gaditano le faltó, en ese momento, la convicción de que su equipo mereciese ganar ese partido. Apenas empatarlo. Lo cierto es que los de Berizzo pelearon hasta el final, terminando el encuentro con un jugador menos y dos hombres del filial sobre el césped. Por peleado, al término del encuentro, el punto extraído pareció, aunque escueto, tremendamente valioso.