La eliminatoria de cuartos de final de Copa contra el Atlético de Madrid apetecía, y mucho, por Vigo. Varios eran los condicionantes que invitaban al celtismo a esperarla ansioso: la posibilidad de vengar la afrenta sufrida pocos días atrás con el fichaje de Augusto Fernández, el desquite por la reciente derrota liguera, ya con el ex-capitán formando parte de las huestes de Simeone, o la posibilidad de colarse en la antesala de la final copera 15 años después, en otro de esos pequeños pero firmes pasitos que sigue dando el proyecto de Carlos Mouriño buscando recuperar glorias pasadas. O incluso superarlos, ya que la Copa es un excelente medio para luchar por un título.

El mejor once posible

Y con esa idea la planteó Eduardo Berizzo. Consciente de que su plantilla no es equiparable a las de los equipos grandes, optó por una solución drástica. Tras el empate sin goles de la ida, y con la idea de presentar el mejor equipo posible en el Vicente Calderón, no dudó en presentar una rotación masiva en Vallecas, con resultados desastrosos. El equipo madrileño destrozó a la segunda unidad viguesa, sembrando la duda de si realmente tiene nivel para hacerse con el timón del equipo en un momento dado.

La eliminatoria de cuartos de final de Copa contra el Atlético de Madrid apetecía, y mucho, por Vigo

Pero ese momento no era la vuelta de la Copa, a la que Berizzo se presentó, solo cuatro días después, con todo su arsenal. Y su plan de juego lo reveló necesario enseguida. Con tres hombres en el medio (Radoja, el Tucu Hernández y Wass) y tres delanteros (Orellana, Guidetti y Aspas), la apuesta era sumamente ambiciosa, y aventuraba un partido de ida y vuelta, de desgaste, ante un equipo que sí había jugado en bloque un exigente partido el domingo. Y el desarrollo del encuentro terminaría por darle la razón, tras unos minutos iniciales de presión asfixiante del Atlético, que se fue diluyendo poco a poco a medida que pasaban los minutos, para dar paso a las ocasiones del Celta, con un lógico arreón final colchonero en el que sufrieron los escasos jugadores que repetían titularidad, caso de Hugo Mallo.

El mundo al revés

De todos es sabido que el Atlético de Madrid no es un equipo que se sienta cómodo teniendo la pelota y llevando el peso del partido. Sufre especialmente cuando empieza perdiendo, algo que no sucede muy a menudo por culpa del espectacular desempeño de su defensa. Sin embargo, una eliminatoria a doble partido con empate en la ida es un escenario que obliga a marcar sí o sí. Así que Simeone, que prácticamente repetía alineación, lanzó a los suyos a por un dubitativo Rubén. Lamentablemente, esto se convirtió en algo literal, y lo acabaron sacando del partido con una fea entrada de Vietto.

El caso es que el Celta tuvo que sobrevivir a la acometida inicial y poco habitual del rival. Su defensa, que no suele salir exitosa del asedio constante al borde de su área, consiguió contener la hemorragia, confiando en su efectivo ataque. Y, en un partido de guion poco habitual, el Celta salió vencedor en la especialidad atlética: a balón parado. El Tucu Hernández se alzaba por encima de todos para sentar las bases de una actuación antológica.

Intercambio de golpes

El Celta cometió el error de relajarse ligeramente tras abrir el marcador, y fue vacunado de inmediato por un ataque demoledor: un balón mal despejado por Rubén le cayó a Griezmann, que no perdonó. Esto le recordó al equipo vigués cual era su verdadero plan de juego, y cual la idea de fútbol que profesa. Y así, previa pausa, se lanzó a por un nuevo gol que le devolviese la comodidad, la fe en sus posibilidades. Fue entonces cuando se encomendó a su tridente de ataque, con tres hombres perfectamente descansados, que se ocuparon de mover el balón y de incomodar al rival hasta el punto de no dejarle salir con comodidad. Y llegaron las ocasiones. Y llegaron los goles que sentenciaban la eliminatoria. Las caras de sorpresa de los atléticos, que no están acostumbrados a recibir tres tantos en un partido, y las lágrimas de Saúl tras perder el balón que Guidetti convirtió en una obra de arte, son las pruebas gráficas  de que Berizzo había impuesto su plan, había asaltado el Calderón, a pesar de que aún quedaban muchos minutos.

El empate le recordó al equipo vigués cual era su verdadero plan de juego, y cual la idea de fútbol que profesa

El tramo final del encuentro, y de la participación atlética en esta Copa, fue un querer y no poder con el Celta ya encerrado defendiendo su renta, y con hombres muy sacrificados como Orellana y Aspas colaborando activamente en defensa para auxiliar a sus defensores. Solo Correa pudo burlar el entramado vigués con un gol que no impidió la clasificación del Celta, ni la histórica victoria en uno de los feudos más difíciles del fútbol español.

Y ahora, a soñar

El Celta está en semifinales y, por lo tanto, a tres partidos de levantar su primer título de Copa del Rey. El objetivo liguero, entrar en Europa, también está a tiro. Con conseguir la clasificación para la final podría ser suficiente. Es un escenario idílico, con el que nadie contaba a principio de temporada, precisamente por culpa de un calendario demasiado descompensado y perjudicial para plantillas cortas como la del Celta.

El Celta salió vencedor en la especialidad atlética: a balón parado

O quizá sí había alguien que contaba con esto, y que aprovechó los benévolos sorteos de las dos primeras rondas para ir introduciendo rotaciones, inexistentes hasta entonces, y echar un órdago copero a la hora de la verdad. Sea como fuere, el caso es que al equipo le quedan dos semanas de sufrimiento, de partidos cada tres días, para luego volver a la realidad liguera y al previsible once tipo, capaz de tumbar a los grandes. Para entonces el Celta podría tener ya medio billete europeo en el bolsillo. Jugando sin presión y sin sobrecarga de partidos, quién sabe hasta dónde puede llegar.