A la luz de los últimos sucesos, todo apuntaba a una nueva revolución del Celta en Gran Canaria. Las rotaciones masivas introducidas por Berizzo en Vallecas habían costado el partido, pero se habían revelado muy útiles de cara a la vuelta copera en el Calderón, que el once titular afrontó más descansado. Sin embargo, el técnico no repitió el mismo guión con vistas a la eliminatoria de semifinales contra el Sevilla, y metió en el avión a todos los futbolistas disponibles anunciando un número mucho menor de cambios contra Las Palmas.

El peso de la historia

La visita a Las Palmas es un duro trámite para el Celta, más allá de la distancia. Históricamente el campo del equipo de las islas, sea el Insular o el Estadio de Gran Canaria, se le ha dado muy mal a los vigueses. Los resultados están ahí, no mucho mejores que los cosechados en Vallecas, escenario de la última derrota. Puede que alentado por eso, y por la dureza de los dos siguientes compromisos contra Sevilla y Barcelona, Eduardo Berizzo colocó a gran parte de sus titulares en un once competitivo, un once de garantías. No importó. Tampoco el hecho de que el Celta se adelantase muy pronto en el marcador, a los cinco minutos. O que llegase empatado casi al tiempo de descuento. La derrota llegó una vez más, de la forma más cruel, y se convierte en la segunda consecutiva, en diferentes circunstancias, en un escenario maldito para el club.

En la aparente indolencia del Celta pudieron pesar la inmaculada trayectoria copera y la perspectiva de una final en el horizonte

Claro que el partido tuvo más condicionantes que conviene analizar. En primer lugar, el rendimiento del propio equipo. A pesar de disponer de un buen número de los futbolistas más en forma del momento, los de Berizzo no fueron capaces de hacerse con el control del juego. No llevaron el peso del partido, como si esperasen impacientes el inevitable paso de los minutos. Y el equipo local, que además iba por detrás en el marcador, lo aprovechó para jugar sus cartas. En esta aparente indolencia del Celta pudo pesar la inmaculada trayectoria copera, la fiesta vivida solo unos días antes en el Calderón, y la perspectiva de una nueva final, la primera para la mayoría, en el horizonte inmediato. El club vigués está ante una oportunidad de hacer historia y sus futbolistas son plenamente conscientes de ello. De este modo, quizá se acabaron contagiando del estado de euforia en que vive sumido el celtismo desde hace unas semanas.

El factor arbitral

Sucede en muchas ocasiones, cuando se habla de uno de esos campos malditos, en los que todo se tuerce para seguir alimentando una mala racha histórica, que los partidos se van decidiendo en base a pequeños detalles que afectan al resultado final. Y, en este caso, no se puede negar que el arbitraje de Sánchez Martínez fue uno de ellos. Sus decisiones fueron como una bola de nieve, que fue creciendo más y más para convertirse en un factor decisivo.

La opinión de Orellana, sobre errores no opinables del árbitro, puede traerle ahora una sanción de hasta tres partidos

Comenzó con un par de fueras de juego que no eran, y que podrían haber hecho posible una ventaja aún mayor del equipo vigués. Son errores, no tienen interpretación posible. Equivocaciones que influyen en un partido, como las de los futbolistas. Continuó con un penalti señalado contra el Celta en una mano de Cabral, de espaldas al balón. Es una decisión sobre la que se puede opinar, pero que es, por lo menos, discutible. Igual que también lo es la caída de Orellana en el área. El chileno se fue al suelo e intentó levantarse inmediatamente para seguir con el juego. No le fue posible. El colegiado, que ya lo había amonestado por protestar, le sacó la segunda tarjeta amarilla por simulación. La expulsión, también opinable, decidió el partido. La opinión que Orellana le dedicó al árbitro (“qué malo eres”), seguramente referida a los errores anteriores, aquellos que no eran opinables, puede traerle ahora una sanción de hasta tres partidos. Lo que sigue pareciendo extraño a estas alturas es que nadie vaya a opinar sobre los errores no opinables de Sánchez Martínez, aquellos que influyen en un partido, como los de los futbolistas, que les pueden costar ir al banquillo. No así a los árbitros de la autoproclamada mejor Liga del mundo.

Máxima presión

Pero no todo se le debe achacar al árbitro. Es sintomático que Fabián Orellana haya recibido tres tarjetas en los últimos dos partidos. Y, teniendo en cuenta que solo jugó uno de ellos, las tres tarjetas se pueden considerar un récord mundial. El futbolista es famoso por sus excesos verbales, pero esta temporada se estaba conteniendo con éxito. Las salidas de tono de los últimos partidos pueden obedecer a la presión derivada de la actual situación deportiva, y al hecho de que ha tenido que cargar con el equipo a sus espaldas durante muchos partidos en ausencia de Nolito.

Parece que el equipo solo acusa la presión en los partidos de Liga, y no en los de Copa

Ahora mismo, la semifinal de Copa planea sobre las cabezas de todos los futbolistas del Celta. Habría que ser un bloque de hielo para no pensar en ella. Curiosamente, parece que el equipo solo lo acusa en los partidos de Liga, y no en los de Copa. En la eliminatoria de cuartos de final contra el Atlético, el Celta exhibió una concentración asombrosa durante los 180 minutos. Sin lagunas, sin fisuras. Sin embargo, tanto en Vallecas como en el Estadio de Gran Canaria, ese mismo equipo se mostró como un grupo inseguro, sin un liderato claro y definido y sin iniciativa. Quedan horas para que comience la penúltima eliminatoria de Copa, la antesala de la final, a la que el Celta llega prácticamente con todos sus futbolistas disponibles. Habrá que ver qué versión muestran los hombres de Berizzo. La que está maravillando al mundo del fútbol, o la que no está rindiendo en el campeonato de Liga.