Un partido de vuelta de Copa con cuatro goles para remontar es el escenario al que ningún equipo, ningún entrenador y, por supuesto, ninguna afición quiere enfrentarse nunca. Sin embargo, la buena temporada del Celta, la Copa tan ilusionante que ha protagonizado este año y, sobre todo, el buen ambiente que se ha establecido entre plantilla y celtismo convertía el "trámite" contra el Sevilla en algo muy diferente.

Desde el minuto 0

Puede que influido por la épica victoria en el Calderón, pero sobre todo por el espíritu del 4%, aquel que fue capaz de voltear una remota posibilidad de salvación hace tres temporadas a base de fe, el celtismo se propagó como la pólvora a través de las redes sociales. El objetivo era recibir al equipo con todos los honores en Balaídos, y tratar de anotar el primer gol, el anímico, antes incluso del pitido inicial.

El celtismo se propagó como la pólvora a través de las redes sociales

La imagen de los aledaños del estadio invadidos por aficionados e iluminados por las bengalas es reveladora. No obedece, desde luego, a la previa de la vuelta de una eliminatoria sentenciada, sino a la de una de esas citas históricas. Porque histórico era el reto, y no había otra forma de verlo.

Berizzo, fiel a su promesa

Si algo ha demostrado la plantilla del Celta esta temporada, con contadas excepciones, es que responde en las grandes ocasiones. Y ya no resulta nada extraño el planteamiento de Berizzo, un once plagado de delanteros. La ocasión lo demandaba, pero hay que tener valor para desarrollarlo sistemáticamente, aún a riesgo de sufrir otro correctivo como el de la ida.

Eduardo Berizzo no se ha metido a la afición en el bolsillo a base de especular

Pero el técnico argentino no se ha metido a la afición en el bolsillo a base de especular. Es quizá esa valentía, esa "afouteza" que reza la letra del himno celeste la que lo ha llevado a conquistar a una parroquia que respondió acudiendo en masa al partido a pesar de la previsible eliminación. El premio fue ver en el campo una de las alineaciones más ofensivas de los últimos tiempos, con cuatro hombres arriba (Orellana, Bongonda, Aspas y Guidetti), el Tucu Hernández incrustado en el doble pivote junto a Marcelo Díaz y los laterales más incisivos (un centrocampista como Wass y Planas). Todo un despliegue para premiar la fidelidad de un celtismo que desafiaba al temporal para estar con los suyos.

A medio camino

La apuesta funcionó, y el Celta consiguió crear las ocasiones claras que escasearon en el partido de ida, e incluso en la cita liguera contra idéntico rival. De nada servía el recibimiento, el planteamiento o las cábalas si los goles no iban cayendo, aunque fuese a cuentagotas. Y, durante muchos minutos, el plan salió bien. Se desperdiciaron algunas ocasiones, pero Iago Aspas consiguió llevar dos de ellas al fondo de la portería de un errático Sergio Rico.

El 2-0 dejaba la tarea a medio hacer, a una afición entregada y, sobre todo, a un equipo que volvía a creer, que se convencía de que la apuesta por el ataque y el buen juego volvían a dar sus frutos tras unos cuantos traspiés. Sensación a la que se unía Unai Emery que, rápidamente, movía su banquillo para darle entrada a N'Zonzi. Sin embargo, y como suele ocurrir cuando las gestas se tuercen, apenas transcurrió un puñado de segundos hasta que la inercia fue cortada en seco.

Jarro de agua fría

Una vez más, y ya son muchas contra el Sevilla, las malas noticias llegaron a balón parado. Balaídos todavía no se había sentado tras el segundo gol de Aspas, cuando un mal saque de banda del Celta desencadenó el rápido ataque con el que Banega fulminaba la eliminatoria.

Y las circunstancias no hicieron más que empeorar, por culpa de la intensa lluvia que convirtió el juego de toque del Celta en misión imposible. Bajo el aguacero, Guidetti forzó el penalti que podía meter al Celta de nuevo en la pelea, pero el árbitro no quiso expulsar a Sergio Rico, y el sueco falló la pena máxima. Otra vez el maldito balón parado.

Una vez más, y ya son muchas contra el Sevilla, las malas noticias llegaron a balón parado

El empate final queda en una anécdota, una pequeña injusticia para un equipo que merecía, al menos, una victoria en este ciclo de tres partidos contra el Sevilla. Queda el consuelo de haber recuperado la mejor versión del Celta. La del equipo que no se asusta ante nada, que confía en sus posibilidades y que somete a los rivales a su voluntad, siempre en busca de la victoria. Y eso, cuando arranca la pelea final por el objetivo liguero, que no es otro que entrar en Europa, no es poco decir.

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Sobre el autor
Miguel Gallego
Periodista. Más de tres lustros de aventuras. Las cosas que pasan no siempre nos gustan, pero alguien tiene que contarlas...