No se entiende la historia del Barcelona sin la ciudad de Londres, testigo de muchos de los acontecimientos de mayor gloria de la entidad. El orbe azulgrana entiende la capital de Inglaterra como un remanso de éxtasis, una suerte de edén improvisado que supone el punto de partida de hasta tres periodos de hegemonía y la sublimación de otro imperio que, huelga apuntarlo, es consecuencia sine quan non de los anteriores comienzos.

Mejor será compartimentar, no vaya a hilar servidor con torpeza e interfiera el mensaje de un tintero que, por previsible que resulte la tinta que se esfuerza en almacenar, no deja de ser sino ineludible su ejercicio de antología. 

1. Koeman rompe el maleficio

Sí, jóvenes, el gol más importante por necesario de la historia del Barcelona. La cólera sostenida del holandés (no) errante devino en la primera Copa de Europa y contradijo un maleficio tan arcaico como infranqueable que se remontaba al año 1961, fecha en la que el equipo de Kubala dobló los postes del estadio de Berna en su primera final, contra el Benfica, que se saldó por un resultado de 3-2 desfavorable para los catalanes. No obstante, las secuelas de aquel pasaje se hicieron sentir 25 años más tarde en Sevilla. El anónimo Steaua de Bucarest se empeñó en flagelar al goteo de culés que por tierra, mar y aire completaron un peregrinar masivo y de seguro final feliz. "¡Qué bochorno!", acierta a reprochar un resignado seguidor que, como tantos otros, extenuó la mar de a gusto su '600' aquella primavera del año 86. 

El Barça del mesías número 14 salió, disfrutó y ganó, en Wembley, a la Sampdoria, con un esfuerzo del pie de Koeman, hecho de titanio. El 111 nunca volvió a ser un anodino número uniforme; que se lo digan a Gaspart,... menudo constipado se debió agarrar el otrora vicepresident, hombre de palabra (y no menos redaños) que, a expensas de una promesa, se sumergió de pies a cabeza en las agua del Támesis. Stoichkov, más voluptuoso, expresó su efusividad como atravesado por una flecha de Cupido: se abalanzó sobre los labios del distraído Ronald en un morreo que emocionó a Julia Roberts.

2. Bienvenido al fútbol de mayores, Leo

Son conscientes de qué hicieron hoy, incluso puede que no hayan el olvidado de qué era el puchero que les dispensó la suegra ayer, pero, ¿y hace diez años? Omita el atroz esfuerzo que supone retroceder una década en el tiempo, que la respuesta es bien sencilla: se comían las uñas mientras el Barça dirimía un encuentro de octavos de final de Champions contra el Chelsea, ese conjunto rudo e infranqueable que instruía el no menos aterrador Mourinho. Los azulgrana, tras caer en la edición pasada en un cruel desenlace en Stamford Bridge, hallaron redención de la mano de Eto'o y Márquez, cuyos tantos rubricaron un resultado de 1-2 que permitiría a los blaugrana acceder a los cuartos de final de una edición, la 2005-2006, que acabarían conquistando, precisamente contra el Arsenal en una final presidida por la incertidumbre, protagonizada por el guante de Valdés y resuelta con un gol inopinado del lateral Belletti.

En Stamford Bridge se matriculó un desgarbado extremo de nombre Lionel, diferencial con apenas 18 años a sus espaldas, pesadilla del iracundo Del Horno, que puso fin a su vía crucis con dos entradas terroríficas que le costaron la expulsión; el jovenzuelo Leo, víctima por excelente verdugo, no volvería a jugar hasta pasados tres meses. "Le gusta mucho el teatro a este chico", señaló Mourinho en la comparecencia posterior. El teatro,... y la enfermería, le faltó agregar.

3. Tenía que ser Iniesta

También en Stamford Bridge -esta vez sin efeméride- acaeció un instante divino, milagroso a más no poder. En algún pergamino del medievo estaba escrito que el Barcelona de Pep Guardiola iba a conocer el paraíso mediante un germánico golpeo del pudoroso Iniesta, que hasta aquel día no mató una mosca ni probó una gota de alcohol. La aparición del angelical Andrés no precisó del compás del habitual solfeo sino que emergió de entre las tinieblas, con un exterior de la curvatura del hacha que rajó al Chelsea con lamentable alevosía. No cayó en gracia entre el respetable la labor del ínclito, el celebérrimo Obrevo, que resolvió silenciar el silbato en según qué lances polémicas ocurridos en el área culé: seguro que recuerdan a Ballack abordándole con exquisitos modales.

4. Wembley culmina la obra de Guardiola

El Barcelona salió exitoso del visceral duelo contra el Real Madrid de Mourinho en 2011. El doblete de Leo Messi en el Santiago Bernabéu, rubricado por una cabalgada deliciosa, otorgó redención a los azulgrana tras perder apenas una semana antes la final de Copa del Rey. Ya con la Liga en la buchaca, los chicos de Pep enfrentaban de nuevo al Manchester United en la final del torneo, como ya sucedió en Roma dos años antes, donde la Gent del Barça paladeó el primer triplete. 

El equipo de Ferguson mordió de nuevo el polvo, sin antídoto ante el fútbol de orfebre de los azulgrana, también incapaces de minimizar el impacto de Messi, goleador en Wembley como en Olímpico. Un contundente remate del 10 desniveló la contienda, igualada por Rooney tras el tempranero tanto de Pedro, finiquitada a posteriori por la delicada diestra de Villa, que dibujó un chut de rosca envidiable, tan angulado como letal.