El Madrid es como un señor que amanece con legañas y cae de la cama con el pie izquierdo; que se prepara un café y se empapa la camisa; que pierde el metro y tiene que ir andando al trabajo. 

Florentino, impaciente timonel, oteó a Ancelotti en INEM con su falible catana. El preparador italiano, flamante papá de la Décima, no pudo lidiar con la autocomplacencia de su vestuario y resultó víctima propiciatoria de un fenómeno de cambio de percepción brusco. Las virtudes ensalzadas cuando campeonó en Lisboa, tales como el talante y la pericia como gestor amable de grupos, mutaron en mano blanda y suspensión del meritaje por exceso de compadreo con sus jugadores, lo que se entendió como el caldo de cultivo que suscitó la desidia imperante en sus últimos seis meses de mandato en Chamartín. 

Hacía falta un nuevo impulso, aunque el presidente, torpe de reflejos, reconociera no saber por qué con la cabeza de Ancelotti en una mano y el micrófono en la otra. El rictus desencajado de Pérez cuando un periodista le demandó explicaciones a su proceder ilustra una respuesta consternadora. Dijo no sé cuando lo que en realidad cavilaba era algo así como porque lo dice el protocolo: mueren los actores para salvar al director.

Florentino reproduce su liturgia mientras el Madrid fluye en realidades sobrevenidas

El rígido Rafa Benítez venía a corregir los malos hábitos con puño de hierro, sin concesiones ni preferencias. Su idea primigenia ya era una quimera: el Madrid (actual) no permite la ecuanimidad. Juega quien tiene que jugar. El sistema que pretendió implantar Rafa, cimentado sobre un entramado defensivo de copete, contradecía las facultades de un plantel que solo consta de un pivote natural, Casemiro. El salvífico Keylor Navas evitó que la arena se derramara toda sobre la base del reloj a las primeras de cambio. A Benítez le justificaban los secundarios, dispuestos para el ingente tajo requerido. El regreso de los buenos, titulares todos ante un Barcelona sin Messi, supuso una  cruenta bofetada de realidad: 0-4 y la derrota más hiriente de la década, por encima del 2-6 y el 5-0. 

Fuente: RealMadrid.com
Fuente: RealMadrid.com

Tome, presi, ahí tiene su equipo, clamó Benítez con su presidencialista alineación, que traicionaba los principios elementales de su denostada filosofía. Florentino improvisó un encuentro con la prensa en el que respaldó a su entrenador, un verdadero hombre de la casa. Regla de tres: ratificación equivale a despido inminente. La ecuación se resolvió mes y medio más tarde. Aún con las uvas en el gaznate, Pérez ajustició a Benítez en Mestalla (2-2). 

Zinedine Zidane, el enésimo volantazo de Florentino

Zidane, otrora segundo de mano blanda Ancelotti, feligrés del fútbol vistoso que ya dibujó en su gloriosa trayectoria como jugador, sería el encargado de impulsar el nuevo proyecto (?). El enésimo volantazo de Florentino engendraba contradicciones e incongruencias, como en su día el tránsito de Pellegrini a Mourinho y de Mourinho a Ancelotti o de Carletto a Benítez. La política de contraposición de perfiles alcanza su auge en el relevo de Zizou por Benítez, por la pronunciada brevedad del proceso cíclico y las reticencias de Pérez a colocar al actual entrenador seis meses atrás. 

Florentino reproduce su liturgia mientras el Madrid fluye en realidades sobrevenidas, tal vez porque no ambiciona articularse como un competidor convencional sino como un campeón furtivo, casual. Así lo quiere su presidente, sucedáneo de Santiago Bernabéu, esclavo de una realidad larvada por sus afines que premia lo que reluce.