El Málaga es de esos rivales que no se le dan bien al Atlético. Los andaluces saben cómo hacer sufrir a los rojiblancos, cómo ponerles nerviosos y cómo anular su juego. Así lo volvieron a demostrar esta vez: sacando de quicio al equipo, a Simeone y a todo un estadio. No se jugaban nada los de Gracia,  pero, por orgullo y profesionalidad, se habían propuesto ponerle las cosas difíciles al Atlético, evitar que fuera un trámite. Y lo consiguieron. Hasta el punto de hacerles temer por el liderato.

El Atlético comenzaba el partido con la presión añadida que suponía conocer ya el resultado de Vallecas. El Madrid se situaba por delante del conjunto rojiblanco y sólo valía ganar para revertir la situación. Pero el Málaga, sin prisa ninguna, venía a hacer su partido. Mientras que los rojiblancos salieron lanzados al ataque, los blanquiazules tenían el propósito de incomodar al rival. Perdiendo tiempo, presionando y cometiendo faltas. Pero no sólo se dedicó a desbaratar cualquier ocasión rojiblanca, el Málaga también creó peligro mediante rápidas contras. No, no iba a ser fácil llevarse los tres puntos para los colchoneros...

Griezmann, mandando fuera un balón con Ochoa ya superado, y Koke, mediante un peligrosísimo lanzamiento de falta, tuvieron las ocasiones más claras para los atléticos en la primera mitad. Pero la maquinaria rojiblanca no terminaba de funcionar. Las imprecisiones en los pases, las pérdidas de balón y la falta de entendimiento fueron tónica habitual durante los primeros minutos. El Málaga estaba consiguiendo lo que quería, para desesperación  de Simeone y los suyos. 

Una expulsión y un héroe

Se ponía cuesta arriba el partido pero no decaía la afición, consciente del determinante momento que atraviesa el Atlético. Esos cánticos de ánimo de la afición colchonera se tornaron en pitos en la segunda mitad. Y todo por la confusa acción que tuvo lugar al filo del descanso. El Málaga salió a la contra, en una acción peligrosísima al encontrarse descolocado el Atlético, cuando un segundo balón sale al terreno de juego. Una situación que es habitual en el fútbol, que puede producirse tras una confusión entre los recogepelotas, pero esta vez había un elemento determinante: la procedencia de dicha pelota. Y es que el segundo balón lanzado al césped venía del mismo banquillo rojiblanco. Consciente de ello el árbitro, se dirigió al lugar de Simeone y decidió expulsarlo. Con confusión y bronca previa entre jugadores y cuerpo técnico.

Sin entrenador, sin que salieran las cosas y con la sensación de  que ya se había perdido (o empatado, que a estas alturas es lo mismo) el partido. No remataba el Atlético y no lo intentaba el Málaga. Pero cuando este polémico encuentro parecía abocado a las insuficientes tablas, apareció él: el Ángel Salvador. Correa devolvió la respiración y el ánimo a los suyos poniendo las cosas en su sitio. Había salido desde el banquillo, como casi siempre. Y marcó un golazo determinante, como siempre. La diferencia es que esta vez era más necesario que nunca. ‘El Mono’, siguiendo instrucciones de Simeone, le había dado entrada en el primer tramo de la segunda mitad. Griezmann no tuvo su día y a Torres le faltó suerte a pesar de realizar un gran choque. Por lo que el partido estaba perfecto para Correa.

Tras un  centro de Filipe, hacia atrás, Correa disparó con potencia desde fuera del área para hacer el único gol del encuentro. Tocó en un defensor, pero fue un golazo. Tras la euforia del ansiado tanto, casi se pudo oír el suspiro de alivio de los aficionados, que ya se veían durmiendo en la tercera posición de la tabla. Pero Correa cambió el partido y también el ánimo. Quedaban minutos aún, sí, sin embargo, en el Calderón ya había ambiente de fiesta. Había aparecido Correa para cambiar el partido, con su gol, con sus destellos posteriores y con más ocasiones para aumentar la ventaja. Había aparecido un Ángel para volver a colocarles en lo más alto de la clasificación. Un Ángel para acabar con el gafe del Málaga. Un Ángel que cada vez se merece más protagonismo en este equipo.

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