El 22 de abril de 2010 será una fecha que quedará grabada mucho tiempo en la memoria de miles de aficionados del Atlético de Madrid por una sencilla razón: ese día nos volvimos a sentir grandes. Nos volvimos a sentir grandes porque el Vicente Calderón se volvía a vestir de gala para revivir once años después una semifinal europea. Habían pasado más de once años desde aquellas semifinales de Copa de la UEFA contra el Parma. Once años en los que el equipo bajó a Segunda División, jugó ante equipos semiprofesionales para jugar la Copa Intertoto, fichó a jugadores mediocres y viajó sin un rumbo fijo en Liga. De hecho, aquel partido no era un encuentro más. Aquella semifinal contra el Liverpool de Rafa Benítez y Fernando Torres, cuya vuelta al Estadio Vicente Calderón no se produjo finalmente por una lesión que le dejó apartado de ese reencuentro ante el equipo de su vida, era un partido que serviría para que el Atlético de Madrid se volviera a sentir como un equipo grande.

Esas semifinales de Europa League se vivieron de forma especial, algo que se notó desde la previa del partido. El Estadio Vicente Calderón estaba lleno, no cabía ni una persona más. Recuerdo que durante el calentamiento, cuando faltaban aún más de 30 minutos para el comienzo del encuentro, la afición comenzó a llenar el Calderón para darle el último empujón a los chicos de Quique Sánchez Flores. El estadio era una olla a presión que no paraba de animar y cantar. Y eso acabó sirviendo de gran ayuda para afrontar mejor la eliminatoria de ida. 

Quique, un salvador que llegó a tiempo

Quique Sánchez Flores devolvió la ilusión a todo el equipo en menos de tres meses. Acabó por entenderse con sus jugadores y hacerlos creer que en calidad y juego les podían ganar muy pocos equipos en Europa, algo que se notó en los minutos iniciales del partido donde el Atlético de Madrid se merendó al Liverpool en intensidad y en juego. Además, lo hizo sin Sergio Agüero, que aquel partido cumplía ciclo de tarjetas y acabaría viendo el encuentro desde la grada. 

Sin embargo, aunque el argentino no estuviera en el terreno de juego, a la afición rojiblanca le bastaba con tener a Diego Forlán y José Antonio Reyes para creer en el sueño. Y no se equivocaron. A los ocho minutos de partido, Diego Forlán aprovechó un cúmulo de errores en la zaga 'red' para poner el 1-0 en el marcador. El "cacha", que estaba haciendo una de las mejores temporadas de su carrera, volvió a ser decisivo aquel día, cuajando un partido serio y sacrificándose en defensa.

Al lado de Forlán estaba un utrerano que acabó por ganarse a la afición aquel partido. Ese era José Antonio Reyes. El sevillano fue el mejor futbolista sobre el terreno de juego aquel día dando una clase a todos de 'slaloms', regates y controles a la defensa inglesa. Toda una lección. Personalmente,  siempre he pensado que Reyes era un futbolista especial, de esos que te deciden partidos. Y no soy el único. Joaquín Caparrós, en una entrevista que le hicieron hace tiempo, también lo confirmó: "Lo que le he visto hacer a Reyes no se lo he visto hacer a nadie, sólo a Messi". Y, en efecto, aquel partido ante el Liverpool sirvió para que toda España viera qué cosas podía hacer Reyes cuando quería jugar.

Del partido poco hay que destacar más. El Atlético manejó muy bien los ritmos del encuentro y maniató a un Liverpool sin pegada y sin ideas en ataque. La ventaja serviría de gran ayuda una semana después en Anfield, donde un gol en el minuto 102 de la prórroga de Diego Forlán -sí, otra vez el "cacha" deciendo el partido con una asistencia descomunal de Reyes- serviría para sellar el pase a la final de Hamburgo ante el Fulham. Seis años después, sigo pensando que el Atlético de Simeone tiene mucho que agradecer a ese equipo porque aquel día se quitó la espina que llevaba años clavada en el corazón del Estadio Vicente Calderón. A partir de ese día, ya nada volvió a ser como antes en la ribera del Manzanares. 


En Atleti_VAVEL, cada lunes, una historia personal como recuerdo del Vicente Calderón, que vive su última temporada.

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