Cuando la dirección deportiva de la Real optó por Eusebio para enderezar el rumbo de un equipo que Moyes no había sabido conducir, tenía  muy claro lo que esperaba de él. Hacía tiempo que trataban de dotar al equipo de un estilo de juego de toque, de posesión de balón, que se adaptaba perfectamente a las características de la plantilla. Un año después, ni siquiera la derrotar de Riazor evita que la Real esté considerada como uno de los equipos que mejor juego despliegan en la liga española.

Este sábado el equipo de Eusebio tendrá enfrente a un Valencia dirigido por un entrenador que trata de lograr el mismo objetivo con los suyos. Cesare Prandelli es un técnico italiano, pero se engañará quien espere ver el sábado en Anoeta algo remotamente parecido al catenaccio. El nuevo entrenador del Valencia es un rara avis en el país transalpino, un nadador contracorriente, el tipo de persona capaz de terminar con un legado cultural tan asimilado en la selección azzurra como la “staffetta”.

El inicio de la “staffetta”

La traducción de este término al castellano dice que su significado literal es relevo, cambio, pero, cuando se utiliza hablando de la selección italiana, su sentido trasciende el valor de un diccionario. La “staffetta” nació en el mundial de México de 1970, cuando el fútbol italiano vivía bajo la enorme influencia del catenaccio. La azzurra llegó a aquella competición con dos de los mejores jugadores del mundo en sus filas, ambos en la plenitud de sus carreras. Sandro Mazzola era una de las figuras del gran Inter de Helenio Herrera, mientras que Gianni Rivera había ganado el último Balón de Oro y lideraba al Milan que se había proclamado campeón de la Copa de Europa un año antes. Ambos eran jugadores geniales, dieces exquisitos en sus respectivos clubes, pero en el férreo sistema del catenaccio no había lugar para los dos.

Durante la competición, el debate sobre si debía ser Mazzola o Rivera quien vistiera la número 10 dividió a los aficionados italianos y a la propia squadra azzurra, formada en su mayoría por jugadores del Inter y del Milán. En los primeros partidos, los problemas intestinales de Rivera facilitaron la decisión al seleccionador, Ferruccio Valcareggi, que empezó confiando en Mazzola como titular. Pero la buena actuación de Rivera frente a México elevó la presión sobre el técnico. Para las semifinales, frente a Alemania, el seleccionador debía tomar una decisión definitiva. Seguía convencido de que alinear a los dos juntos generaría un desequilibrio en el esquema defensivo del equipo, por lo que optó por una solución salomónica. Mazzola jugaría la primera mitad y Rivera la segunda. Con esta decisión Valcareggi sólo trataba de encontrar la manera de vencer a los alemanes, pero, sin pretenderlo, había creado la “staffetta”.

Vencidos los alemanes, para la final Mazzola volvió a ser el titular. Mientras Brasil alineaba a cinco jugadores que jugaban en sus equipos con el número 10 (Gerson, Rivelinho, Tostao, Jairzinho y Pelé), Italia volvía a dejar a uno de sus mejores jugadores en el banquillo. Esta vez, Valcareggi ni siquiera optó por la “staffetta” y Rivera no salió al campo hasta el minuto 84, aunque sustituyendo a Boninsegna. Italia iba a contar con sus dos estrellas juntas en el campo, pero, a los dos minutos, Brasil creó una jugada perfecta que culminó Carlos Alberto con el 4-1 definitivo. Los azzurri salieron vapuleados, los críticos consideraron que el equipo había asumido demasiados riesgos y la “staffetta” se instaló en el fútbol italiano.

En un país tan acostumbrado a alumbrar jugadores de técnica exquisita y en el que las concesiones al fútbol ofensivo no abundan, el debate acerca de quién debía ser el 10 de la selección estaba condenado a ser eterno. La “staffetta” se repitió en años posteriores con Baggio y Zola, con el propio Roberto Baggio y Del Piero o más tarde con Del Piero y Totti. Parecía que alinear a dos jugadores exquisitos al mismo tiempo era imposible y el mundo miraba extrañado cómo alguno de los mejores futbolistas del mundo seguía partidos decisivos desde el banquillo. Hasta que Cesare Prandelli se hizo cargo de la selección.

Desmarcarse de lo establecido

El flamante nuevo seleccionador italiano tomó las riendas de los azzurri tras el fracaso del Mundial de Sudáfrica en 2010 y después de haber mostrado públicamente su amor por el juego de la selección española. Una vez en el cargo se mostró decidido a acabar con una cultura futbolística tan arraigada y que había dado tantos éxitos a los italianos como el catenaccio. En su primera prueba de fuego, la Eurocopa de 2012, Prandelli ya dejó claras sus intenciones. Dejó de lado la “staffetta” y se atrevió a buscar un fútbol de toque y alinear en el centro del campo, juntos, a Montolivo, Marchisio y Pirlo. Los azzurri alcanzaron la final en aquella Eurocopa, pero fueron pasados por encima por la selección española. Tras la derrota por 4-0 Prandelli siguió mostrándose firme, definió a la Roja como la mejor selección del momento y anunció que era “el inicio de un sueño para Italia, no debemos dar pasos atrás”.

En las semifinales de la Copa Confederaciones de 2013 Italia volvió a enfrentarse a España y Prandelli continuó firme en el cambio de mentalidad del fútbol transalpino. Esta vez sólo los penaltis le apartaron de eliminar al equipo que seguía considerando su espejo. Un año más tarde, el fracaso en el Mundial de Brasil significó el adiós de Prandelli a la selección. Su sucesor, Antonio Conte, acentuó el carácter defensivo del estilo, pero sin echar por tierra la labor que se había hecho durante cuatro años. Prandelli abrió con su trabajo una brecha en el fútbol italiano y, seguramente, la azzurra no llegará a cerrarla. Ese es el legado del actual técnico del Valencia. Si el sábado alguien espera ver algo de italiano en Anoeta, sólo lo encontrará en el pasaporte del señor Prandelli. 

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