El Atlético de Madrid no está bien. El conjunto de Simeone ha caído en El Madrigal y ha hecho resurgir las dudas. Los resultados no acompañan a un equipo que solo ha sido capaz de ganar en dos de las últimas siete jornadas. Un bagaje muy pobre para un conjunto cuyo objetivo es estar entre los tres primeros y, si surge la oportunidad, pelear por la Liga. Pero no va a ser este el caso, porque el Atleti, ese equipo que era un muro en defensa, que hacía daño a balón parado, que contragolpeaba, que se aliaba con la suerte y era capaz de explotar sus virtudes y reducir sus debilidades, está irreconocible.

La aportación de Gameiro en ataque, la mala racha de Griezmann, que ni marca ni consigue crear juego desde posiciones más atrasadas, el agujero y los errores defensivos que condenan al equipo, las oportunidades en ataque desaprovechadas, las lesiones de Tiago y Oblak en momentos inoportunos. Todo le ha salido mal al Atleti ante un Villarreal que, dicho sea de paso, ha hecho un señor partido. Con un centro del campo sublime, ha pasado por encima del equipo rojiblanco, perdido en la creación y nulo de cara a puerta en un duelo donde ya se empiezan a ver los primeros señalados.

Pero recuerden, hablamos del mismo equipo que hace tres temporadas ganó el campeonato doméstico. El mismo que hace seis meses estaba en la final de la Champions League de Milán. El mismo que hace un año, como ahora, parecía no terminar de encontrar su estilo, pero acabó plantándose en San Siro y disputando La Liga hasta la penúltima jornada. Si algo se merece este Atleti es respeto. Respeto y confianza, a partes iguales. Si algo ha enseñado Diego Pablo Simeone es que con trabajo, todo llega. Que nunca hay que dejar de creer y que este equipo, con sus altos y sus bajos, lleva cinco temporadas compitiendo por todo, contra todos, en todo lo alto de la élite europea. Simeone tiene crédito de sobra. Mucho. Muchísimo.