Dicen que poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces. Que hay recuerdos que no se pueden olvidar y, para un atlético, el Vicente Calderón nunca morirá, porque solo muere el que deja de ser recordado. Hoy quiero compartir mi recuerdo del Calderón, de hace casi una década. Aún me acuerdo de ese autobús dorado aparcado en la puerta de la peña atlética de mi pueblo con hombres, mujeres y niños muertos de sueño con la camiseta rojiblanca y la bufanda del Atleti colgada en el cuello, con el sol recién salido de su cueva.

Once años tenía un servidor entre sus hombros. No era mi primera vez en el Calderón, pero tenía la misma ilusión que tuve la primera vez y la misma que sigo teniendo cada vez que vuelvo a entrar en el estadio del equipo al que amo. Un Atlético muy diferente al que hoy conocemos, un equipo que no peleaba por la Champions, tanto que su objetivo era entrar en la UEFA, jugando cada temporada la famosa Intertoto. Que no competía en todos los partidos, un Atlético capaz de ganar al mejor equipo del mundo y ser goleado por un recién ascendido. Un tiempo en el que era mucho más difícil ser del Atleti. El suplicio de ir cada lunes al colegio con la camiseta rojiblanca en forma de armadura para resistir los golpes de los otros niños cuyos equipos sumaban de tres en tres cada jornada, e incluso preguntaban por qué éramos del Atleti, que no lo entendían. A día de hoy siguen sin entenderlo, nadie puede explicarlo.

Ronaldinho... y el 'Kun'

Después de pasar el día por la capital española tocaba entrar al Vicente Calderón, un estadio que estaba lleno y donde estábamos ubicados en el Fondo Sur, encima de la grada de animación, que no nos dejó tocar el asiento ni un solo segundo durante el partido, entre cánticos y saltos animando al equipo.

Comenzó con un golazo de uno de los personajes históricos de este deporte, rematando un centro de Xavi de chilena a la portería de Abbiati. Era Ronaldinho, que posteriormente sabríamos que era su último gran gol con la camiseta blaugrana, un escenario idílico para su despedida. Pero un joven argentino se propuso aguar la fiesta y lo consiguió. Ese joven se llamaba Sergio Agüero y le llamaban Kun', y uno de los grandes, don Andrés Montes, le bautizó como “el latido rojiblanco”.

El recital del Kun Agüero empezó con un tiro que rechazó en un defensa blaugrana, haciendo una parábola imposible para las opciones de pararla de Víctor Valdés, empatando el partido. Continuó con una asistencia que dejó solo a Maxi Rodríguez, perforando las redes antes del descanso. Arrancó la segunda parte y el argentino siguió siendo un infierno para la defensa del Barça, hasta que provocó un penalti cuando iba a rematar solo ante la portería y este fue transformado por Diego Forlán. Para terminar, el Kun puso la guinda al pastel con la genialidad de la noche, haciendo una jugada digna de su amigo Leo Messi y marcando desde fuera del área el cuarto de la noche. Eto’o maquilló el resultado con un gol en el final del partido.

Quedaba un viaje de vuelta muy largo, entre cuatro y cinco horas, en un autobús un poco más incómodo del que todos puedan imaginar. Sin embargo, todos íbamos con una satisfacción enorme. Habíamos ganado a uno de los mejores equipos del mundo y esa sensación no se cambia por nada. Muchas veces he ido al Calderón, algún año como abonado incluso, pero ese será por siempre “Mi recuerdo del Calderón”.


En Atleti_VAVEL, cada lunes, una historia personal como recuerdo del Vicente Calderón, que vive su última temporada.

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