El fútbol, acorde con su moderno eje vertebrador, no permite relajación alguna. Ganar para engrosar el prestigio y las cuentas. Si no hay victorias, cualquier proyecto está abocado al fracaso. Que se lo digan a Claudio Ranieri, recientemente destituido como entrenador del Leicester City debido a una mala racha de resultados, poco más de nueve meses después de hacer historia alzando el título de la Premier League. 

Todo proceso ajeno a los marcadores queda desvirtuado. Las horas de entrenamiento y de pizarra. Ya lo dijo Quique Setién: "En el fútbol hay cosas que no puedes controlar". El entrenador cántabro ha colocado a la Unión Deportiva en lo más alto del panorama futbolístico nacional. Los elogios han llegado desde todas partes del mundo. Porque acompañaban los resultados. Ahora, cuando la suerte y los goles son esquivos, tan solo los más románticos de este deporte reconocen el buen hacer de los amarillos. 

Las Palmas volvió a salir derrotado del Estadio de Gran Canaria, por segunda vez consecutiva. Cuatro jornadas sin conocer un resultado que no sea adverso. Cero puntos de doce posibles; tres de quince en la segunda vuelta. Los datos son desalentadores y no invitan al optimismo que reinaba en la isla hace escasas semanas. De Europa a mirar hacia abajo. Las expectativas creadas en torno al equipo canario parecen haberse quedado en nada.

Si al fútbol se ganara por puntos

No hay más paradigmas que valgan en este asunto. Al fútbol gana quien más veces introduzca el balón entre los tres palos. Y no hay más. Todo lo que antecede al éxtasis del gol queda en el olvido. Las estadísticas no recuerdan aquel pase de excepción, ni siquiera un regate de fábula si su autor no es un futbolista de renombre. Y Las Palmas adolece de esa enfermedad. Porque Quique Setién y Eder Sarabia propagaron un virus de cura desconocida: el gusto por el buen juego. 

El resultadismo es una corriente peligrosa y de habitual aplicación

Frente a ello, los fieles del 'resultadismo', una corriente tan peligrosa como de habitual aplicación. Supone el límite entre el éxito y el fracaso. También es el reflejo de una realidad que está cebándose con Las Palmas y con su afición. El punto culmen llegó ante la Real Sociedad. Y es que los locales empezaron descolocados, pero progresivamente fueron entrando en juego. La escuadra de Eusebio Sacristán tuvo claras ocasiones en la primera mitad del primer tiempo, pero se deshilachó en media hora. 

La vuelta de Tana al once titular, en sustitución de Halilovic, dio equilibrio y pausa al centro del campo. Roque y Vicente, por su parte, empezaban a hacer carburar la sala de máquinas. Incluso Jesé, que no había estado cómodo en los tres encuentros que había disputado, comenzó a asociarse con Boateng y Viera. Los insulares ensanchaban el campo y encontraron la verticalidad perdida. Pero el esférico no entraba. Si al fútbol se ganara por puntos que otorgaran la posesión, el porcentaje de pases acertados o el tiempo transcurrido en campo rival, otro gallo habría cantado. 

Los errores, la propuesta y el ventajismo

La apuesta grancanaria permitió recuperar el nivel y someter a su rival, quinto clasificado de la competición. Si algún equipo ha creado tantos problemas a los donostiarras en las últimas semanas ha sido Las Palmas. Pero una acción puntual en la salida de balón condenó parte de las posibilidades de triunfo. Javi Varas dio un pase largo con la intención de encontrar a Hélder Lopes, pero en su lugar se topó con Xabi Prieto, que haciendo gala de su veteranía puso el balón en la red.

La táctica futbolística se asemeja a una partida de ajedrez. No hay error que no responda a una propuesta determinada. Es el ajedrecista quien ejecuta los movimientos y quien hace que las piezas estén donde están. Es difícil de comprender para quien se atenga a cualquier suerte de ventajismo y vuelque sus críticas sobre Varas. O gusta el estilo hasta que algo se tuerce y se empieza a cuestionar. Si de algo vive el conjunto isleño es de sus combinaciones elaboradas desde atrás, una mecánica que no podría llevarse a cabo sin riesgos. 

Es el lado feroz del reduccionismo, que en cualquier ámbito de la vida agota y en el fútbol martiriza, atormenta e inquieta. El aficionado sabe, como cualquier directivo, que sin victorias no se consiguen objetivos. Y sin objetivos no se llega a la gloria. Pero de las dinámicas negativas se sale siendo constante y sin desviarse del camino original. El 'setienismo' está llamado a ser su propio salvavidas, en una coyuntura desapacible, para construir un horizonte próspero.