The main event, die Meister, die Besten, les grandes équipes, the Champions… El corazón latiendo pálpito a pálpito, chillando, explotando, deseando huir y martilleando el pecho. Bordado, un escudo. El del Sevilla FC. Aroma a gran noche, olor a épica, sabor a grandeza. Un torbellino de sentimientos, miles de sueños, esperanzas, ilusiones… Y una única solución; fútbol. Para que el equipo hispalense se clasifique, va a necesitar todo lo que tiene su principal bastión en el modelo de juego, el francés Samir Nasri. Sampaoli precisa de su liderazgo, de su experiencia, curtido en mil batallas europeas, de su sonrisa. Porque cuando Nasri enseña sus grandes dientes es buena señal. Ya sea para morder, para enseñar su carácter y su implicación con la causa. O para sonreír, señal de que el equipo carbura, de que el fútbol fluye y de que se siente amado, único y necesario.

Cuando se ate las botas en el vestuario del King Power Stadium, deberá saber que se necesita. Y le necesitan. Él a sí mismo para volver a llenarse de confianza y tirar de sus compañeros, que le buscarán. El socio perfecto, para Vitolo, Jovetic, Sarabia, o quienquiera que pueda acercarse a él. Pero, sobre todo, para conectar con N’Zonzi, desactivado futbolísticamente y desanimado mentalmente. La sociedad gala del Sevilla, motor del equipo, será vital para que el Sevilla recupere ese nivel con balón que añora y que no muestra desde la visita del Villarreal.

Con Samir enchufado, se conectará el equipo y se encenderá la afición. Si le cubren las espaldas dos gigantes como N’Zonzi e Iborra, si le llega el balón en buenas condiciones sin que tenga que ir a buscarlo a la línea defensiva. Si se mueven a su alrededor como moscas bailan cerca de la luz, dándole opciones, huecos o líneas de pase. Si le buscan, si les busca. Si Samir vuelve, el Sevilla volverá, 60 años después, a cuartos de final de la máxima competición europea.

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