Los sueños tienen una parte bonita y otra ya no tanto, y es que como todo lo bueno en la vida, se acaban. Y la verdad, más que cerca parece estar ya el de Osasuna, porque tiene la permanencia francamente lejos, un calendario complicado y seis partidos para remediar la situación. No obstante, haciéndolo tal y como lo hicieron frente al Atlético, resulta imposible completar la hazaña. Y es que para puntuar, y más cuando encajas, hay que generar peligro y realizar. Y el problema no es que Osasuna no estuvo acertado o que no anotara lo suficiente. Va más allá. Los navarros no llegaron ni a tirar entre los tres palos durante los noventa minutos de encuentro.

El problema lleva siendo el mismo durante prácticamente toda la temporada. Sergio León es bueno, muy bueno, pero no puede medirse él solo contra cuatro defensores. Y más cuando tienes a Godín en el centro de la zaga rival, con quien se codeó en infinitas ocasiones el cordobés. El atacante rojillo lo intenta, pelea, pero sin apoyos; lo tiene demasiado difícil. E incluso cuando llega a posiciones de peligro, suele hacerlo escorado y nunca tiene un apoyo al que dejar el balón.

Más aún se complica generar peligro cuando la medular funciona a ritmo de balada frente a un Atlético que, como bien es sabido, siempre defiende al compás del más frenético rock and roll. La creación estuvo bastante atascada y los pases fueron en demasiadas ocasiones horizontales, lo que forzó a los atacantes a retrasarse para recibir, lo que dificulta enormemente la labor de llegar a posiciones peligrosas. También influyó el poco acierto de los carrileros, de los que sólo Berenguer llegó en alguna ocasión a seguir a Sergio León, convirtiéndose en el segundo activo más peligroso para Osasuna, y probablemente, junto al andaluz, el único que probablemente llegó a inquietar a una zaga cuyo guardameta no tuvo ni que itnervenir.