19 de noviembre de 2005. Duodécima jornada. Santiago Bernabéu. Minuto 76 de encuentro. La grada, puesta en pie, aplaude y se rinde ante la magia de Ronaldo de Assis Moreira. Acaba de anotar su segundo tanto de la noche, poniendo el 0-3 en el marcador y sentenciando la exhibición ofrecida por el FC Barcelona.

Ronaldinho, el mejor futbolista del planeta por aquellos tiempos, sonrió como nunca sobre un terreno de juego, e hizo que todo un estadio reconociese su poderío y calidad. Porque ese día, el brasileño demostró que su nivel estaba a años luz de todos los demás, y los aficionados blancos no tuvieron más remedio que admitir la cruda realidad.

El Barça asaltó la capital y dio un baño futbolístico de arriba a abajo al Real Madrid. Desde el pitido inicial, los azulgranas se sintieron mucho más cómodos y manejaron el encuentro a su antojo. Samuel Eto´o adelantó a los visitantes tras una jugada individual de un joven Leo Messi, que ya empezaba a apuntar maneras. Pero fue en la segunda mitad cuando Ronaldinho brilló como nunca.

Porque jugadas como las que hizo el Gaucho quedan para siempre en la retina; eternas. Esas arrancadas por banda izquierda, dejando sentados a los defensas que salían al paso y definiendo con suma tranquilidad ante Iker Casillas son imborrables para todos los espectadores que vieron el partido.

Rendidos ante la magia

Dicen que la magia no existe, que es algo irreal y falso. Sin embargo, Ronaldinho, sin chistera y sin varita, deleitó a todos con sus trucos. Desde ese momento, muchos comenzaron a creer en la magia, y prometieron pagar lo que hiciese falta para ver al mejor ilusionista sobre el césped.

En la primera mitad, el "10" creó todo el peligro de los blaugranas. Pases al hueco, descaro, desborde... Míchel Salgado se cansó de ser encarado y superado por el brasileño. Cuando recibía el balón se paraba el tiempo, algo distinto iba a pasar; y pasaba. Un sombrero por aquí, un regate usando el cuerpo por allá. Dinho era especial, y sus recursos, ilimitados.

Fue en el minuto 58, tras recibir un pase en el mismo centro del campo, cuando comenzó la verdadera fiesta. Con el esférico cosido al pie, con mucho espacio por delante, y con Sergio Ramos como primer objetivo. El andaluz fue un obstáculo inofensivo; se lanzó rápido a bregar, lo que facilitó un toque sublime cambiando de ritmo y de dirección.

Ya estaba en el borde del área grande. Había ganado velocidad con el regate previo. Iván Helguera intentó aguantarle. Duró dos segundos. Amago con el cuerpo del brasileño, recorte hacia la derecha, y definición a la derecha de Casillas. 0-2 y séptimo gol en liga. Pero lo mejor estaba por llegar.

Minuto 76. Misma situación. Ronaldinho solo en la izquierda, esta vez más adelantado. Arranca la moto directo hacia la portería, siendo Sergio Ramos su defensor. El jovencísimo lateral, otra vez, es superado con una facilidad pasmosa. Cuando este es regateado, tan solo queda definir con el interior al palo largo. Sencillo. Si eres Ronaldinho, claro.

La incredulidad e impotencia se hicieron con el rostro de Casillas, mientras que los aficionados del Real Madrid se pusieron en pie para aplaudir y reconocer todo el arte que el futbolista brasileño había ofrecido. Porque Ronaldinho era especial, y con su juego conquistó a todo el Santiago Bernabéu.

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