Hace unos meses redactaba entre tintes románticos unas líneas del que sería el último derbi que verían las butacas del Vicente Calderón. Allí narraba como los aficionados amarrados a sus bufandas cruzaban por encima del Manzanares sin que los años y las crecidas y bajadas de río desbordasen sus ganas de seguir haciendo una y otra vez el mismo camino con las creencias intactas. Aquel día, el Atlético recibió al Real Madrid, a aquel vecino que tantos matrimonios ha mermado y tantas disputas ha ocasionado, en el que sería el 65 choque directo entre los enemigos, o mejor dicho, rivales por esencia que el Barrio de Imperial viera disputar. Sesenta y cinco, número cuadriculado, cerrado, simétrico e impar; algo que nunca fue el Vicente Calderón.

Aquel seis y aquel cinco no terminaron bien para los rojiblancos, de hecho, podría ser el final menos idílico que habrían esperado sus cincuenta años bien cuidados. El cero tres del Madrid hacía nuevamente al Atlético ajustarse a la historia de la vida, con sus perfectas imperfecciones. Aquel 18 de noviembre del pasado 2016 el fútbol o, los noventa minutos entre la rasca invernal que azotaba Madrid Río -bendita rasca, que dirían los rojiblancos- no honraron al fútbol, o mejor dicho, no honraban a la historia del Vicente Calderón. Como aquel niño que ve por primera vez una historia sin final feliz y no comprende cómo puede ser que exista un autor tan desgarbado como para dejar una película con la muerte del protagonista principal, así cruzaban los colchoneros el Puente de Toledo, si cabe, con el corazón un poco más tintado de rojo y blanco.

Destino, destino. Dejando de lado la apelación de lugar, podría ser definido como la sucesión inevitable de acontecimientos de los que las personas no pueden escapar. Destino, tal vez la palabra adecuada para definir la nueva oportunidad que se le brindó al Atlético para recibir, en un escenario mucho más grande, en un escenario al que los rojiblancos han llegado con pico y pala, ladrillo a ladrillo, desde la base con la esencia de un argentino que afirma que los "suyos o ganan o mueren ganando", sin millones, sin grandes estrellas y sin Balones de Oro, en la sombra y sin los grandes focos; así los colchoneros rascaron una nueva oportunidad para brindarle al Calderón un final acorde a su Historia -sí, con mayúscula-.

Sesenta y seis es el número que marca la famosa ruta desde Chicago hasta los Ángeles, sesenta y seis es el asteroide llamado Maja que fue descubierto el 9 de abril de 1861, sesenta y seis es el Disprosio en la tabla periódica, sesenta y seis kilómetros distancian Pretoria y Soweto, Durban de Pietermaritzburg o Jedahh de la Meca. Sixty-six, sechsundsechzig, soixante-six, sessenta e seis o el sexagésimo sexto número es la última oportunidad que el destino ha brindado al Atlético para darle a ese niño y a ese autor el final de las perdices que tanto se merece. Las apuestas están truncadas, La FIFA no da un duro ante el Atlético en Cardiff, aquellos que visten de blanco respiran tranquilos ante el resultado del Bernabéu con un cierto aire de superioridad amarrado a su bufanda, y entre tanto, entre el vaivén de las élites,  a orillas del Manzanares hay algo que se mantiene impoluto, que late más fuerte que nunca, con la misma intensidad que arreció sus creencias en aquellas butacas de Da Luz o de San Siro, con la luz de un faro que lucha contra el oleaje en un día de tormenta, los corazones rojiblancos saben que el Calderón tendrá un grandioso final y que pase lo que pase sobre el verde lo único que quedará será la sinfonía de unas gargantas que sin tener nada acabaron teniéndolo todo. Hay algo que no pueden explicar y les aviso, no se compra.