Qué difíciles son las despedidas, él lo sabe bien. Apenas ha cumplido 50 años y es perfectamente consciente que sus horas de vida se están apagando. Los ha visto pasar durante medio siglo, amarrados a sus bufandas, los ha mimado, apaciguado, enfurecido y dado cariño en los momentos más difíciles. Él les dejó saber cuál era su hogar, cual sería su sitio preferido de Madrid y sobre todo, sabía que una vez le conocieran no le olvidarían jamás. El resguardo en el medio de la tormenta, y la tormenta sin resguardo, eso les dio; eso dejará siempre en sus corazones.

Hoy se vistió con sus mejores galas, decidió elegir su mejor traje de la colección, invitó a todos y disfrutó, una vez más, y muy consciente de que por última vez, de sus formas de amar las rayas rojiblancas, tan variopintas y al mismo tiempo tan iguales -qué ironía-. Al ritmo de sus voces, atendió espléndido a un pitido que determinaba, ni más ni menos, que el inicio de el final de todos los años de pasión atrincherados en una ribera. Por delante, un poco más de 90 minutos, veintidós jugadores y una afición con el corazón en un puño tratando de contener las lágrimas.

Todavía se acuerda de aquel día, en el que Luis Aragonés, máximo exponente del sentimiento colchonero, decidía inaugurar el estadio. La historia es la historia, y aquel gol ante el Valencia en 1966 sólo podía anotarlo Zapatones. Hoy tuvo un pálpito, llámenlo casualidad o destino -allá cada uno con sus creencias- pero era aquel que galopaba por la banda contra viento y marea, aquel que creyó cuando pocos lo hacían, aquel que nació y creció con sus mimos y aquel que se tuvo que ir, como en los amores imposibles, siempre consciente de que regresaría al que siempre fue su hogar, el que anotó dos tantos en apenas cinco minutos. Nombre y apellidos grabados a fuego en los corazones rojiblancos, se pronuncia Fernando Torres, se escribe, leyenda. Así disfrutó él de su último primer asalto.

El colegiado pitó el el último inicio de los cuarenta y cinco minutos que verá y a él le sentó como un golpe fruto de un adiós que pocas veces ha lucido tan amargo. Se concentró en escucharlos, olvidó los minutos, que por cierto, no se reflejaron sobre el luminoso -tal vez por eso de retrasar el fin-. Cantaron a todos y cada uno de sus ídolos, y si no, que se lo digan al 'Niño' que salió con ojos vidriosos ante el cariño de su gente. Y entre tanto, entre tanto adiós, el Atleti se olvidó del factor externo, el Atleti se olvidó del invitado, que aprovechó para marcar un tanto a Jan Oblak.

Ni la seguridad, ni el  gol, pudo con la emoción de la despedida, Tiago salía del campo y los jugadores rojiblancos, con los minutos en juego, se aglomeraban para abrazarlo. Con sus cincuenta años le costó aguantar las lágrimas. Se consumó el tiempo, vio su final, vio la última carrera de Correa por su verde que entró a modo de último tanto para poner su nombre en la historia rojiblanca. 

Con su traje observó impávido sus celebraciones.  Él  los ha visto crecer y sabe que siempre irá en sus corazones y en los de aquellos  que un día dejaron su butaca y hoy lo despidieron desde el tercer anfiteatro. El Vicente Calderón dijo adiós muy consciente de que  con él se marcha un pedazo de todos aquellos que alguna vez han podido llorar y reír sobre su ribera. Hoy murió una parte del fútbol europeo, y se iluminó una luz en todos los que nunca dudaron en defender sus colores, en los que no dudaron en acudir al que fue su hogar. "Todos los momentos que viví", que cantarían ellos. Hasta siempre estadio Vicente Calderón, te marchas habiendo dejado la huella bien grabada en el fútbol mundial.