No es descabellado decir que el Deportivo Alavés ha sido la revelación de la temporada 2016/2017. No en vano, con más de 50 puntos en su casillero y la novena posición final en la tabla, cumplieron con creces el objetivo de salvar la categoría.

Con la solvencia y seguridad defensiva como base del éxito, el cuadro de Mauricio Pellegrino ha logrado una temporada de ensueño en su vuelta a la élite. Además, ha logrado construir una base que permita al equipo seguir peleando por consolidarse en Primera División.

Pero el comienzo no fue el más ortodoxo. Son muchos los factores que pueden ayudar a que el ascenso a Primera División no se convierta en flor de un día.  Uno de los que más consenso genera es la continuidad respecto al grupo que logró el ascenso. Y ni el entrenador ni el grueso de la plantilla que logró el ascenso continuaban en Vitoria en Primera División. Una decisión que no era la más popular entre los aficionados.

Una vez comunicadas las bajas y renovaciones, sólo ocho miembros formaban parte del proyecto en Primera. Fichar, por lo tanto, era una pieza clave del proyecto, y acertar con las incorporaciones, vital. En el apartado de fichajes se delegó en Sergio Fernández, procedente de la SD Eibar. Y con Sergio Fernández llegó Mauricio Pellegrino al banquillo albiazul, y jugadores como Zouhair Feddal, Theo Hernández, Marcos Llorente, Víctor Camarasa, Ibai Gómez o Christian Santos… Un total de 17 incorporaciones en verano, una plantilla completa. La apuesta era enorme.

Comienzo esperanzador

La pretemporada llegaba a su fin, y el siempre caprichoso sorteo del calendario había determinado que los babazorros tenían que empezar la Liga visitando el complicado Vicente Calderón, en la que sería su temporada de despedida. Y fue en ese inicio de Liga cuando llegó uno de los momentos que mejor recordarán los aficionados babazorros. Después de una estoica resistencia frente a un Atlético que fue mejor, consiguieron llegar al minuto 90 con el empate a cero en el marcador. Pero un penalti que Gameiro transformaba parecía dejar a los albiazules con la miel en los labios. Sólo Manu García, capitán y albiazul de cuna, pudo permitir que el cuento de hadas continuase. Ese cuento de hadas siguió vivo en el segundo partido a domicilio, nada menos que en el Camp Nou. Contra todo pronóstico los babazorros conseguían asaltar el feudo blaugrana y llevarse tres puntos que volvía a colocarlos en boca de todo el mundo. Un comienzo esperanzador.

En las primeras diez jornadas sólo llegó una victoria más, frente al Granada en Mendizorrotza, pero los albiazules destacaron por plantar cara a grandes rivales como el Sevilla y Valencia, contra los que estuvieron cerca de lograr el empate. Sólo en la novena jornada frente a la Real Sociedad no estuvieron los babazorros a la altura. El Alavés cerró la primera decena de partidos perdiendo en Mendizorrotza contra el Real Madrid, pero ofreciendo una vez más una buena imagen. Los albiazules eran decimoquintos, a un solo punto del descenso. Unas cifras que no se correspondían con las sensaciones transmitidas por el equipo.

Manu marcó en el descuento el primer gol albiazul de la temporada  |  Fotografía: Daniel Nieto / VAVEL
Manu marcó en el descuento el primer gol albiazul de la temporada | Fotografía: Daniel Nieto / VAVEL

Con la Copa, la mecha

Con la llegada de la Copa del Rey las sensaciones y el juego comenzaron a transformarse en resultados. No en vano, los albiazules llegaron a encajar una sola derrota entre los meses de noviembre y febrero. Todo comenzó con la victoria en El Madrigal frente al Villarreal en la jornada 13. Días después los babazorros derrotaban al Nàstic en el que iba a ser un camino idílico en Copa del Rey, y en el que sería el segundo de los nueve partidos que los babazorros acumularían sin conocer la derrota.

En esos nueve partidos los babazorros dejaron patente cuales eran las señas de identidad que propugnaba Mauricio Pellegrino: un juego construido en base a una defensa sólida y sin especial interés en mantener grandes cotas de posesión, pero sí dando importancia al contragolpe. Que el Alavés terminara sus encuentros venciendo por la mínima o empatando a cero se convertía en lo normal. Los empates en Eibar o en Bilbao o la victoria por la mínima frente al Betis en casa son una buena muestra de ello.

Sólo la derrota liguera frente al Celta en Vigo cortó esa sobresaliente racha de nueve partidos sin perder. La derrota en Balaídos se quedó en un caso aislado, y los vitorianos volvieron a coger una senda positiva, especialmente visible en el torneo del KO. El Nàstic caía en el partido de vuelta, y en octavos de final era el Deportivo de la Coruña el que caía merced a un buen partido albiazul en Riazor. En cuartos de final era el Alcorcón el que se cruzaba con los babazorros. Se convirtió en la eliminatoria de Ibai Gómez, con el vizcaíno marcando saliendo desde el banquillo los dos goles que pusieron a los babazorros por delante.

Pero fue precisamente frente al Celta cuando el Alavés consiguió hacer historia. Eran las semifinales, y el Deportivo Alavés tenía la posibilidad de llegar por primera vez en su historia a la final de la Copa del Rey. En la ida, en un Balaídos a rebosar, ninguno consiguió batir al guardameta rival. En Mendizorrotza parecía que iba a pasar lo mismo y que el partido se encaminaba a la prórroga, pero una buena jugada de Édgar Méndez ponía a los albiazules en su primera final de la Copa del Rey.

El Alavés logró el pase a la primera final de Copa del Rey de su historia  |  Fotografía: La Liga
El Alavés logró el pase a la primera final de Copa del Rey de su historia | Fotografía: La Liga

Salvación encarrilada

Frente al Barcelona, el que sería el rival de la Copa del Rey, terminó la montaña rusa de emociones que habían supuesto los partidos anteriores. Y terminó de forma abrupta, con una derrota por 0-6 en un duelo en el que los catalanes se mostraron extremadamente efectivos en ataque.

El varapalo frente al Barça no supuso el comienzo de una mala racha de resultados, pues los albiazules consiguieron llegar a la jornada 30 con el objetivo, la salvación, encarrilado. Sólo las derrotas encajadas en Granada y en Mendizorrotza frente a Osasuna supusieron un varapalo para un Alavés que estaba más cerca de poder disputar la séptima plaza, que le daría acceso a Europa, que de sufrir por los puestos de descenso.

Los albiazules llegaban a la jornada 30 con los 40 puntos a los que aspiraban en verano, pero con ocho jornadas aún por delante para poder mejorar sus prestaciones y llegar en un buen momento de forma a la final de la Copa del Rey del mes de mayo.

Con el turbo al Vicente Calderón

Con la salvación al alcance de la mano, pero con los puestos de clasificación europea demasiado lejos, los albiazules tenían las últimas ocho jornadas como la última prueba para la final que iban a disputar unas semanas después. Lo importante no era tanto ganar esos partidos sino acumular buenas sensaciones y evitar lesiones.

Y, salvo en la derrota frente al Espanyol en el primer partido, los resultados acompañaron al juego, con cuatro victorias de mérito logradas frente al Villarreal, Betis, Athletic y Celta de Vigo. Especialmente gratificante para los aficionados albiazules fue la victoria en un derbi que llevaba una década sin disputarse en Mendizorrotza.

El Leganés, que paradójicamente será el primer rival de los albiazules en la nueva temporada, servía para cerrar una temporada liguera que había sido histórica. Los albiazules empataban en Butarque y llegaban a los 55 puntos, aventajando en 24 al descenso.

Subcampeonato histórico

La final de Copa del Rey llegaba exactamente 5855 días después de la otra final que ha marcado la historia del Deportivo Alavés, la final de la Copa de la UEFA disputada en Dortmund el 16 de mayo del 2001. Muchos albiazules pensaban, dieciséis años después, que nunca más se iban a ver en las mismas.

Casi 20.000 albiazules, varios sin entrada, se trasladaron a Madrid en busca de una victoria con la que nadie contaba. Al fin y al cabo, el rival era un FC Barcelona que buscaba paliar con la Copa del Rey el nunca deseado síndrome del año en blanco. Era, de un modo o de otro, un David contra Goliat. Con la salvedad de que David ya había derrotado unos meses antes al gigante.

Al final los babazorros no consiguieron poner el broche de oro a la historia y acabaron perdiendo por 3-1, no sin antes haber tenido varios momentos memorables durante la final. Eso no impidió que los aficionados albiazules salieran del campo, una hora después de la finalización, con la sensación de victoria.

La temporada acababa y los aficionados albiazules no podían sino alabar el buen hacer de los suyos durante todo el año en la que había sido una temporada importante en el crecimiento albiazul. Una buena base para seguir haciendo cosas importantes en Primera División.  

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Sobre el autor
Jon Aroca
1996. 4º de Periodismo en la Universidad del País Vasco