La Sociedad Deportiva Eibar empató ayer a dos en casa frente al Levante, en lo que fue una prueba de fuego que no dejó satisfechos ni a armeros ni a granotas. En el caso de los locales porque quedan al borde de los puestos de descenso y en los noventa minutos se volvió a poner de relieve una debilidad defensiva que desde la derrota ante el Celta de Vigo (0-4) viene acaparando grandes preocupaciones tanto de su técnico como de los aficionados.

Visto el último encuentro poco parece importar que Mendilibar plante tres centrales y dos laterales de largo recorrido, o que haga énfasis en tener más el balón como manera de cortar la hemorragia; el Eibar tiembla cuando se ve obligado a replegar rápidamente, aunque solo ocurra un par de veces en todo el encuentro, como fue, por cierto, el caso de ayer.

Dos errores determinantes

En el primer gol, con el que Morales abrió la lata, faltó coordinación a la hora de tirar el fuera de juego, ya que Oliveira no se percató de la carrera del delantero levantinista, quien no dudó en perforar la red del que fuera su estadio en la 2013-2014. El segundo tanto retrató uno de los peligros a que se expone este equipo poniendo a laterales profundos y muy ofensivos: José Ángel dejó abierto el carril para que Morales se colara hasta la línea de fondo y pusiera el pase de la muerte a Bardhi. Muerte en dos actos... o casi.

No; el Eibar sigue siendo todo corazón. El entrenador introdujo dos cambios que a la postre se tornaron determinantes: Juncà y Charles. Junto a ellos la figura de Inui volvió a ser de oro para rescatar a un equipo que, pese a los fallos defensivos, no merecía tanto castigo. El japonés primero provocó una falta que Arbilla puso con maestría en la escuadra derecha de Raúl Fernández y luego soltó un latigazo raso a cuyo rechace Charles consumó el empate. Eso sí, el partido contra el Levante fue un nuevo aviso de que en esta liga de talla mundial sin defensa no hay supervivencia.