Qué rápido nos malacostumbramos. Después de dos años desérticos de juego y ganas, el Valencia de Marcelino nos había hecho acomodarnos en el juego bonito y efectivo. Pero este miércoles en Mestalla no fue así. Como bien dijo el técnico asturiano, cuando tocó el Alavés creíamos que estábamos en semifinales. Hasta Rodrigo, uno de los mejores del partido ante el Deportivo Alavés, también afirmó que salieron pensando más en quién les tocará en semifinales que en disputar los cuartos de final. Y puede salir caro.

Se puede sacar en positivo algunos aspectos que dejan con sabor agridulce el resultado de anoche. Zaza y Vietto salieron por primera vez juntos de titulares, pero no se compenetraron. El ariete italiano, haciendo más bien el papel de Vietto, se caía a banda y hacía de enganche para recibir balones, pero esa no era su función. Ya en la segunda mitad, tanto Rodrigo como Santi Mina entraron al terreno de juego y pusieron el acierto y las ganas que se necesitaban para darle la vuelta al golazo de Sobrino.

La gran competitividad en la delantera solo puede provocar cosas buenas. Hasta el teórico cuarto delantero (Santi Mina) revolucionó el juego che. Da la sensación de que cuando un compañero no tiene el día de cara a puerta, otro va en su rescate, y es lo que ayudó a que el conjunto che pudiera ir con un resultado favorable a Mendizorroza.

El pensamiento de haber tirado la Copa cuando Sobrino puso ese zapatazo en la escuadra derecha de la portería que defendía Jaume Doménech inundó nuestros pensamientos por un segundo, pero esto no podía acabar ahí, de esta manera. El Valencia volvió a sacar su espíritu bronco y copero y, en la segunda parte, puso la garra necesaria y que le había faltado en los primeros 45 minutos para acercar al Valencia a unas semifinales donde, de momento, ningún favorito ha conseguido certificar su pase.