Hay cosas que nunca cambiarán. Idas y venidas. Movimientos bancarios. Números que entran y que salen. Jugadores y, al fin y al cabo, personas; que no son consideradas como tal, sino como una mera cifra. Una cuantiosa cantidad de billetes. Lo que antes era privilegio de pocos, ahora se ha convertido en el pan de cada día en el fútbol. En el pan de cada mercado. Aquí todos despedazan la barra de pan, para quedarse con su parte. Siempre está el que se queda con el trozo más grande, y detrás, los pequeños, a modo de carroñeros. Por suerte, algunos jugadores conservan ciertos principios. Esos que les dicen que no acabe bajo el poder del dinero, el soberano del fútbol actual. Unos valores que podrían considerarse como la resistencia del fútbol moderno.

Primera temporada del Eibar en Primera División | Foto: VAVEL
Primera temporada del Eibar en Primera División | Foto: VAVEL

De hecho, en un gran cartelón en Ipurúa, se recuerda a qué se va a este estadio: “Another football is possible”. Algo así como un mensaje a todos esos magnates, jeques y demás aristocracia que han movido los engranajes de la máquina que acabará por destruir lo que hasta ahora hemos conocido como fútbol. Un reto. Parar los pies a estos sucedáneos de mecenas, que en vez de cultivar y expandir la esencia futbolera, destruyen y propagan la incultura, dejando tras de sí un reguero de clubes muertos y estadios vacíos. Una imagen triste cuanto menos, de la que más tarde no habrá ningún responsable, ya que ellos se limpiarán las manos.

Pero recordemos que existe una pequeña resistencia. Esos deportistas que aún conservan el amor por unos colores, y que juegan por y para su afición, no a cambio de vender su alma al diablo, disfrazado del símbolo del euro. Unos jugadores que siguen haciendo bonito el deporte fútbol y que representan a un club. Porque todo club tiene un jugador referencia. No el mejor, ni el más destacado, pero sí el que permanece pese a todo. Un capitán como tal. Santo y seña del escudo.

Sí, en efecto, en Eibar se dispone de un jugador que cumple con todos estos requisitos. Uno y único, que sigue aguantando el peso del equipo a sus hombros. Que continúa portando el escudo armero en su pecho, a pesar de todas esas novias que se han plantado frente a su puerta, con una abultada billetera en sus manos. Dani García sigue siendo el portador del gen armero, el que conserva el brazalete en su brazo. Y esto es meritorio, y digno de mención. Porque, ante el fenómeno monstruoso financiero que está arrasando en este deporte, el de Zumárraga no se achica, y planta cara ante él. O eso es lo que le gustaría pensar a todo aficionado armero. Porque este monstruo ya se ha cobrado la primera baja en Eibar. Ander Capa fue quien cayó en las zarpas de esta arrolladora fuerza. Ojo, no se le culpa, pero ahora es el lateral quien le deja la difícil papeleta a Dani.

Un difícil papel para interpretar en el feudo vasco. Él es el último mohicano, una referencia que le viene al pelo a Dani García. El último jugador que permanece, de aquella fantástica generación de jugadores que auparon al club hasta la Primera División, y con el que más lazos tiene estrechados la afición. Sin duda alguna, la pieza clave de la SD Eibar. Pero ahora se encuentra en una delicada situación. Muy pocas veces una persona se ve en la posición de tener que decidir entre dos opciones de una manera tan drástica. Porque, si escoge una, sacrifica la otra. Aquí es donde se presentan los principios de los que hablábamos antes, y se posan en la balanza.

Una balanza que, obviamente, tiene mucho más peso en el lado monetario. No nos mintamos, es así. Cualquier persona aceptaría el trabajo en el que tu jefe, por muy mal que te lleves con él, te ofrezca tres o cuatro veces más salario que el anterior. Sinceridad ante todo. Sabemos que el dinero mueve este mundo. Quién sabe, quizá los valores hagan decidirse a Dani por permanecer en el equipo que le vio crecer como futbolista profesional. Quizá, y sólo quizá, anteponga el respeto y el ser recordado al factor económico.

Dani García, con el Eibar en Segunda División. | Foto: 100x100fan.com
Dani García, con el Eibar en Segunda División y Kike de fondo. | Foto: 100x100fan.com

El lado positivo del aficionado gipuzkoano invita a pensar en todo lo que ha experimentado el centrocampista vasco con el club eibarrés. Dos ascensos consecutivos, la permanencia en Primera… Por no hablar de toda la repercusión que le ha dado al mismo como jugador profesional. En cambio, aquel que ve el vaso medio vacío sabe que las posibilidades de que Daniel García Carrillo se quede en la entidad armera son pocas, muy pocas. Un pensamiento respaldado, principalmente, por la negativa del jugador a renovar su contrato. Uno de los principales síntomas de que, el jugador, no quiere continuar con el equipo.

Sería lógico pensar esto último. Ya son muchos años los que ha acumulado aquí. Lo que seguramente ronde por la cabeza del dorsal número 14 del Eibar es que esta etapa ya ha llegado a su final. Algo que se podría denotar, incluso, sentado desde la grada de Ipurúa. Cuando un aficionado está viviendo un momento pletórico como el actual, sólo un sentimiento de felicidad invade su mente. En cambio, cuando su campo visual se topa con el capitán, este gesto podría llegar a torcerse medianamente. No por enfado, ni decepción. Algo así como una pre-nostalgia. Ese momento en el que sientes que, a pesar de que lo ves jugando con la zamarra eibarresa, sientes que se marchará. Esos momentos previos a que alguien se marche, en los que intentas disfrutarlos como antes, pero que de una forma u otra no puedes, porque sabes que acabará dentro de poco.

Sabes que, una vez más, el beligerante monstruo financiero pisará el acelerador, y arrasará con lo poco que queda del viejo y humilde espíritu de bronce de la SD Eibar. Tan sólo por alargar un poquito más ese reguero de sangre, que no sacia y nunca saciará al endemoniado y poderoso dinero.