La Sociedad Deportiva Eibar ha perdido un encuentro de los últimos once. No es casualidad. Los de Mendilibar están a un nivel altísimo, no hay partido en el que no den la cara o en el que consigan ser superiores en algunos tramos. Es más, en la única derrota ante el Atlético de Madrid, los eibarreses también merecieron mucho más que lo que se llevaron, que fue al fin y al cabo nada.

La pregunta es, cómo ha mejorado tanto el Eibar, qué ha añadido a su fórmula de juego para convertirse en lo que es hoy por hoy. Aparecen varias ideas, pero pocas son tan contrastadas como la de la intensidad. Y es que, cuando un equipo es intenso, crea peligro, y roba balón, y ataca y defiende con la misma intensidad, solucionando diversos problemas, como la falta de gol o la carencia de contundencia en defensa.

Si sumamos esos dos problemas nos encontramos con lo que le sucedía al Eibar a comienzos de temporada, y aplicada la solución de la intensidad, se despeja la ecuación. Era sin duda la incógnita que restaba para que el equipo funcionase, para que fuese capaz de carburar, de arrancar. Y si a eso le aportas ciertos jugadores aún más intensos, como Diop u Orellana, que son capaces de adaptarse en poco tiempo a esa intensidad, el potencial del equipo crece.

Se vio ante el Sevilla, en su momento ante el Betis, ante el Athletic, esas ganas, esa presión. No es un quiero y no puedo, es un quiero y voy a conseguirlo. A todo hay que añadirle quién dirige esa intensidad, quién mueve los hilos del esquema armero, y aparece el nombre de Mendilibar, al que, casualmente, se le ha relacionado en ocasiones con la palabra intenso. 

Sin duda, el Eibar ha encontrado eso que tanto necesitaba, esa pieza que falta para que el engranaje comenzase a moverse, a funcionar. Los armeros ha encontrado intensidad, y no sólo la ha encontrado, la ha buscado.