Alcorcón es, a día de hoy, una de las ciudades más representativas de la Comunidad de Madrid. Sin embargo, hasta 1955 solo era un pequeño pueblo que había vivido de la agricultura y la alfarería. Precisamente el apodo que posee la entidad tiene que ver con lo que era el oficio más importante de la región. Los objetos que se fabricaban eran distribuidos por toda España, lo cual generó un notable nivel de reconocimiento e importancia. Algunos todavía instan en no olvidar el pasado y mantener vivo el recuerdo de tan vital tradición alfarera.

A partir de 1960 se comenzó  a observar un crecimiento de la población, que año tras año continuaba en progreso. En un primer momento con emigrantes de todas partes de España, que permitió sobrepasar los 100.000 habitantes ya en el año 1975. Entre finales del siglo XX y principios del XXI, se produce la llegada de ciudadanos procedentes, en su mayoría, de Sudamérica, norte de África y Europa del este. Lo cual inició un proceso de globalización y adaptación a los nuevos tiempos, hasta poder asentarse como ciudad gracias también al gran desarrollo industrial. 

La Agrupación Deportiva Alcorcón se fundó el 20 de julio de 1971. Es decir, esta fecha tiene relación directa con todos los acontecimientos mencionados anteriormente. Dentro de la línea ascendente, la creación de un club de fútbol va de la mano. Eso sí, en comparación con los vecinos de Leganés, se refleja un atraso evidente. El conjunto pepinero se fundó en 1928. Por tanto es un espejo en el que poder mirarse. No en el tema de afición, porque el problema años atrás era exactamente el mismo, sino en cuanto a trazar un plan claro y conciso para llegar al objetivo. Con facilidades por parte del Ayuntamiento y con un grupo de trabajadores incansables.  

¿Qué es lo que está fallando?

Actualmente la cifra de abonados ronda los 2.500, en un estadio con capacidad para 5.000 espectadores. Si bien es cierto que la historia alfarera en el ámbito futbolístico aún es un tanto corta, no se entiende que cueste tanto llenar un estadio en una ciudad que por población va sobrada. Un grupo muy reducido forma la masa social fiel. Esa que no le da vergüenza apoyar al equipo que realmente llevan en el corazón. O quizá, además de los colores, habría que preguntarse si realmente el fútbol gusta tanto en España como se pinta sobre la mesa.

Simpatizar puede ser correcto. Cambiar de barco según sople el viento, no. Por ejemplo, que alguien sea solo y exclusivamente del Alcorcón es un tanto extraño. Hasta raro de ver. La mayoría de aficionados usan a clubes de menor tamaño como tapadera o complemento de sus verdaderos equipos, que en este caso concreto, no son otros que Real Madrid o Atlético de Madrid. Parece que el protagonismo y el afán de sentirse ganadores es lo único que impera en la sociedad. ¿Dónde está el romanticismo? ¿Dónde está la fidelidad a unos colores que representan mucho más que el mero hecho de ver a unos hombres dar patadas a un balón? 

A la postre, cuando se analiza los ratios de asistencia según la dimensión y el tamaño del partido, queda expuesta la evidencia. Si el equipo se juega un ascenso a Primera División, entonces no cabe ni un alfiler, y claro, dirán que les han apoyado siempre. No obstante, en un encuentro corriente de cualquier tarde invernal el estadio se contempla medio vacío. Tan triste, pero real. Y es que a día de hoy es muy sencillo nadar a favor de la corriente. 

Si en España no existiera el complejo de pertenecer a un club que no gana semanalmente, otra historia sería posible. Esto por ejemplo en Inglaterra no sucede. Hay un gran lazo de unión entre club-aficionado, en base a lo que significa y transmite. En el club pequeño, hablando del Alcorcón, hay poca gente dispuesta a ir dos veces al mes al estadio. Las excusas del dinero o del tiempo no se entienden de ninguna manera. Es pura cuestión futbolística. Por desgracia, la mentalidad de la sociedad no se puede cambiar a la fuerza. Además, teniendo en cuenta lo que la prensa genera y manipula entorno a las figuras que más repercusión mediática tienen, o que más les interesan, acaba por dar un valor en muchos casos más grande del que se merece. Todo sería más bonito si dentro de cada división, de cada nivel como es lógico, hubiera una relativa igualdad en tratar y mimar a todos por igual. 

El tiburón se sigue moviendo en su salsa, conocedor de todo el poder que ostenta. A la mínima oportunidad intentará absorber al pez pequeño y seguir dominando todo el terreno. Solo interesado en su propio negocio. Pero el negocio acaba matando el alma. Sin alma no encontraremos sentimientos. Qué difícil es sobrevivir.