Algo bueno, muy bueno has tenido que hacer si cuando te vas, todo el mundo te recuerda por lo gran persona que eras, más que por el pedazo de delantero que llegaste a ser. Y créanme, alguien que se codea con jugadores como Messi o Cristiano en cuanto a números, ya tiene que ser buena persona para que sea recordado por sus acciones, más que por sus números.

Enrique Castro González ‘Quini’ (Oviedo, 1949) fue un auténtico luchador, que desde su juventud apuntaba alto gracias, sobre todo, a su potente remate de cabeza. ¡Y es que cómo remataba ‘El Brujo’! -Así se le conocía no sólo por su aguileña nariz, sino por la magia que desprendía cada vez que saltaba a un terreno de juego-. ‘Quini’, apodo que, por cierto, heredó de su padre, también Enrique, se fue de su ciudad natal a los cinco años para asentarse en la vecina Avilés. Allí fue donde comenzó a fraguarse la leyenda que conocemos hoy en día y de la que, lamentablemente, estamos hablando. Ya saben, el artículo que un periodista nunca desea escribir.

Quini, que junto con su hermano, Jesús Castro, volvía locos a sus padres porque “piraba” todo lo que podía, fue convocado ya por la Selección Española cuando apenas estaba en edad juvenil. En 1967, fichó por el Ensidesa, equipo avilesino que militaba en Tercera División, y de donde fichó por el Sporting, club al que llevaba dentro del corazón y del que se convirtió rápidamente en emblema por su fiel dedicación.

Tras unos veranos un tanto ajetreados y otros cuantos Trofeos ‘Pichichi’ conseguidos, se hizo posible su fichaje por el F. C. Barcelona de Johan Cruyff, Bernd Schuster y compañía, y allí, además de por sus éxitos, es recordado por un hecho que marcó su vida, un secuestro a punta de pistola que duró nada más y nada menos que veinticinco días y que tuvo en vilo a todo el fútbol español.

Y es aquí, cuando se descubre de qué está hecho en realidad un hombre. Quini fue liberado, como antes mencionamos, veinticinco días después de su secuestro, en Zaragoza y tras los juicios celebrados contra sus captores, a los que se les condenó a diez años de prisión, ‘El Brujo’ renunció a la indemnización de cinco millones de pesetas, que dicha pena llevaba incluida consigo, no teniendo, en ningún momento, malas palabras hacia ellos. Realmente admirable.

Tras su retirada y echando un vistazo a su palmarés -dos Copas del Rey (1981 y 1983), una Recopa de Europa (1982), una Copa de la Liga y una Supercopa de España (1983) y siete pichichis, cinco en primera y dos en Segunda- es difícil pensar que fuera mejor persona que delantero. Pero su figura se encargó de lo contrario.

Imagen: Real Sporting de Gijón

Fuera del terreno de juego se vio a la bellísima persona que era en realidad, y no sólo al voraz delantero del Real Sporting de Gijón, tercer máximo goleador de las tres máximas competiciones del fútbol español y más veces máximo goleador –siete- de esas mismas competiciones. De este lado de la línea de cal estaba el mejor embajador que el equipo gijonés y el Principado de Asturias podían tener.

De seguro, los canteranos de Mareo, nunca olvidarán sus abrazos antes de saltar al verde. Abrazos que demostraban que el debut de un nuevo ‘guaje’ le hacía casi tan feliz como si fuera el suyo el que estuviese a punto de producirse. Así de cercano era Enrique Castro. Un aficionado más del Sporting que, a petición propia pidió ejercer el papel de Delegado de Campo del club gijonés para vivir los partidos desde dentro.

Un aficionado más al fútbol, que compró acciones del eterno rival, el Real Oviedo, con tal de que este no desapareciese y de que el partidazo que hace apenas unas semanas se celebraba en el Carlos Tartiere, pudiera celebrarse como se celebró, como una auténtica fiesta del fútbol asturiano y español. El partido que él siempre quiso.

Dicen que sólo muere realmente aquel que deja de ser recordado y además de por sus tantos, nos acordaremos del ‘Brujo’ por el mejor gol que pudo anotar en su carrera, el de no haberse creído nunca el Nº 1, a pesar de, realmente, haberlo sido.

Descanse En Paz.

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