Cristiano está de vuelta. El delantero luso no ha tardado mucho en retratar a todos aquellos que ya avecinaban su declive para este curso. 33 goles y subiendo. El mejor goleador de 2018 (17 tantos) volvió a golpear en Ipurúa con su martillo pilón. Y de la único forma que lo sabe hacer: perforando las redes.

Es cierto que las asistencias de Modric y Carvajal, respectivamente, llegaron a las posiciones de Cristiano como un caramelito para un niño pequeño. Pero hay que estar ahí. Agazapado. A la espera de lo que pueda ocurrir. Hasta que sucede. Eso sí, pocas veces importa ya la forma en la que aterriza el balón en el cuerpo del portugués. Su nivel de confianza quedó ilustrado con ese control medio espalda medio cuello que dejó boquiabiertos a los espectadores armeros allí presentes. Se está divirtiendo y lo sabe.

Ocho tantos en las últimas cuatro jornadas. Aquella sanción de cinco partidos que le impuso De Burgos Bengoetxea en la ida de la Supercopa de España, lo lastró desde el principio. A él y a su equipo, porque el Madrid se dejó muchos puntos por la falta de gol. Por una falta de pegada que le habría resuelto varios encuentros cuando peor lo pasaba. 

Esa es una de las características del "7" blanco. El mito de que no aparece en los partidos importantes ya está más que enterrado. Su ambición sigue en auge, como su proyección ofensiva. Tan solo seis dianas le separan de alcanzar a Messi en la lucha por el Pichichi. A este ritmo, está claro que, al menos, se verá una bonita carrera por ver quién se lleva el trofeo a casa. En la Copa de Europa es otra cosa. Ahí CR7 triplica la cifra del azulgrana (12 a 4). Y eso que todavía quedan eliminatorias por disputarse.