Ayer se fue uno de los mitos del Celta de la década de los sesenta. Un jugador diferente, que pese a estar poco tiempo en el club, consiguió dejar huella. En 1959, Antonio Pais fichaba por el Celta tras un fugaz paso por el Club Santiago. Un año difícil para los vigueses que acababan de perder la categoría tras diez años en Primera División. Pero pese a la dificultad de jugar en Segunda, una liga más física, Pais fue de lo más destacado ese año. Una temporada en la que disputó veintidós partidos, siendo solo superado por otras leyendas del club como Padrón, Pepe Villar, Gómez II, Toni y Garbayo. Un primer año en el que se dio a conocer como uno de los jugadores de mayor calidad en su posición.

Su segunda temporada fue incluso mejor, llegando a jugar veinticinco partidos y anotando seis goles. Ramón Allegue, el Tigre de Padrón, amigo íntimo de Pais y otra leyenda del club, le definía como un “jugador humilde” pero que “jugaba muy bien al fútbol. Era un centrocampista al que le gustaba organizar y tranquilizar a sus compañeros”. Antonio era uno de esos jugadores que le gustaría tener a cualquier entrenador en su equipo.

Pese a tener un grandísimo equipo y llegar estas dos temporadas a la promoción de ascenso, no consiguieron ascender, siendo eliminado por Valladolid y Osasuna respectivamente. Dos ascensos fallidos que acabaron con la marcha de Pais al FC Barcelona. Tanta calidad no podía seguir en un equipo de Segunda y puso rumbo a la ciudad condal. Un destino en el que no triunfaría.

Zaragoza, en cambio, con una temporada entre medias en el Mallorca, si sería el club en el que culminaría su carrera. Los aficionados más mayores del equipo maño aún recordarán la famosa delantera de los ‘Cinco Magníficos’, formada por Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra. Una delantera que tal vez no hubiera sido tan “magnífica” si no hubieran tenido un jugador como Antonio Pais surtiéndoles de balones. En tierras aragonesas consiguió ganar dos Copas del Generalísimo y una Copa de Ferias.

Tras colgar las botas en 1969, se separó del mundo del fútbol, dedicando su vida al mundo de la siderurgia y los aceros en Zaragoza. Tras su jubilación volvió a la que fue su casa, Santiago de Compostela. Ciudad donde ayer se apagó la luz de uno de los mejores jugadores de la historia del Celta y de España.