Lo que para muchos era una empresa imposible de lograr, para los jugadores del Real Valladolid B era una motivación añadida. La Segunda División B es una competición extremadamente dura, más, si cabe, para un equipo filial.

En el eterno debate de si es necesaria una competición reservada exclusivamente para estos equipos, canteras como las del Deportivo, Celta de Vigo, Real Madrid, Atlético de Madrid y Real Valladolid comparten grupo en la categoría de bronce con equipos como la Ponferradina o el Racing de Ferrol, otrora en mejores momentos deportivos. Inmersos también en la polémica con el Deportivo Fabril, que disputará el playoff de ascenso pese a que el primer equipo ha descendido a Segunda, privando a Navalcarnero, o a otro filial, el Celta B, de esa gran oportunidad, cabe destacar la gran labor del filial del Pucela, salvado ya matemáticamente.

La primera vuelta no auguraba un buen desenlace

Los primeros compases de la temporada para el Promesas fueron nefastos. Tras una gran temporada 2016-2017, el Valladolid B iniciaba su andadura en la competición con el objetivo de salvarse con solvencia, sin mirar a una promoción de ascenso condicionada por la actuación del primer equipo.

Un empate a uno en casa ante el Unión Adarve, sin duda una de las grandes historias del año, abría una campaña vibrante y llena de tensión y momentos agónicos. Pese a sumar ese primer punto, el Promesas encadenaría cuatro derrotas seguidas, entre las que destacan un contundente 6-2 en Majadahonda, y hasta ocho partidos consecutivos sin conocer la victoria. Fue en la novena jornada, ante el Cerceda, colista del grupo, cuando el Valladolid sumaría sus tres primeros puntos, gracias a un gol en propia puerta.

Malas sensaciones y mucho escepticismo protagonizaban la temporada del Promesas, que parecía ir encaminado, a cada jornada que pasaba, al descenso a Tercera División. Como buenas noticias resaltaban el empate a cero en casa ante el Fuenlabrada, uno de los favoritos para ascender, o esos tres choques seguidos sin perder, en Pontevedra (0-0) y ante el Racing de Ferrol (2-1) y Gimnástica Segoviana (2-1) ya en los compases finales de la primera vuelta, una primera vuelta que el filial del Pucela concluiría como colista con tan solo quince puntos.

Los pupilos de Miguel Rivera obran el milagro

Superada ya la primera mitad de la temporada, tocaba hacer balance, tanto a entrenador, como a jugadores. Tirando de corazón y de sentimiento, los jóvenes jugadores pucelanos arrancaron la segunda vuelta con una gran victoria, 2-1, ante el Rayo Majadahonda, a la que seguirían dos duras derrotas, ante Atlético B (2-1) y Coruxo (2-4).

Pese a las malas noticias, la jornada 24 serviría como punto de inflexión; aquel 4 de febrero, el Valladolid se desplazaba a Vigo para jugar ante el Celta B  para jugar un partido que ya era una final. El duelo, que finalizó con empate sin goles, supuso el punto de partida a una racha histórica sin derrotas, que se extendería a las doce jornadas siguientes , una gesta que permitió al Promesas, después de su contundente victoria por 3-0 ante el Talavera, salir de los puestos de descenso por primera vez desde que se iniciase el curso.

Haciendo gala de una defensa sólida, el Pucela B ligó, además, seis partidos seguidos sin recibir un solo gol. Un cúmulo de sucesos que, ahora sí, brindaban optimismo a toda la afición, que mostraba un mayor contento con los chavales que con el primer equipo, todavía inmerso en la pelea por el playoff de ascenso.

La buena dinámica de la cantera blanquivioleta llevaría al equipo hasta el 13º lugar de la clasificación, una dinámica que tocaría a su fin a finales de abril, con una derrota por 1-2 ante el Pontevedra, un conjunto en una situación similar a la nuestra. Debido a esa derrota, el Promesas caería a la 16ª plaza, que condena al equipo que la ocupa a jugar un Play-Out que, en caso de perder, certifica el descenso a Tercera División.

Superado ese duro revés, los de Miguel Rivera, que se ganó el respeto de toda la comunidad blanquivioleta, sumaron cuatro de los últimos seis puntos gracias a un 2-2 en Ferrol y, finalmente, a la victoria por 0-1 ante la Gimnástica Segoviana que, tras la derrota del Coruxo, certificaba la salvación de los castellano-leoneses. Ese solitario gol de Luis Suárez, uno de los estandartes de este conjunto, convirtió un sueño en realidad. Un auténtico ejercicio de fe por parte de un grupo de humildes futbolistas, que demostraron ser más que válidos para vestir estos históricos colores.

La grandeza no entiende de edades

Muchas emociones y multitud de sentimientos, casi todos ellos encontrados, han protagonizado una campaña llena de altibajos, pero con un mensaje claro: nunca dejes de creer. El esfuerzo y la pasión de este magnífico grupo han permitido a una ciudad entera soñar con algo más que la permanencia, algo mucho más grande.

Muchachos de 21 o 22 años, incluso menos, han servido como inspiración tanto a mayores como a pequeños; tanto al primer equipo, al que debemos animar hasta el último minuto, como a benjamines o alevines, a los que hay que cuidar. Porque, efectivamente, la grandeza no entiende de edades, ni de categorías.

Este domingo, 13 de mayo, el Real Valladolid Promesas pone punto y final a la temporada, a lo que seguirá un merecido descanso. A las 18 horas, en los Anexos, el filial del Pucela se medirá al Real Madrid Castilla. Mientras tanto, equipos como Pontevedra, Toledo, Coruxo, Racing de Ferrol o Gimnástica Segoviana tratarán de hacer, también, un ejercicio de fe y poder, así, seguir creyendo en sus proyectos.