La final de UEFA Champions League más rara en años. Es muy difícil realizar una lectura clara sobre lo que sucedió en el Estadio Olímpico de Kiev. Estuvo llena de contrastes. De cambios de torna. De altibajos emocionales. Lo cierto es que reinó el caos, pero no el tipo de "caos" que quería Jürgen Klopp. Se vivió una historia alternativa. Un producto futbolístico capaz de producir tres capítulos en uno. No se sostuvo el plan que ambos entrenadores querían, pero a pesar de ello, el Real Madrid siempre ofreció la imagen de tener controlada la situación. Ya no solo por el hecho de hacerlo y llevar a cabo los mecanismos que lo ayudaron a ello, sino por mantener esa imagen, ese aire, de que sin importar la adversidad, saldrían airosos y con más hambre que nunca.

Capítulo I. La primera media hora sirvió para demostrar esto. Los "reds" salieron a morder. Robaron mucho y robaron bien. Salah intimidaba. Firmino estaba fino y Mané parecía mucho más rápido de lo que realmente es, que ya es decir. El Liverpool se lo creyó y fue mejor. No obstante, solo se puede contabilizar un acercamiento realmente peligroso de los ingleses en esos treinta minutos. Y cuando esto ocurre teniendo delante al Real Madrid en una final de Copa de Europa, mal. Todo sin olvidar el factor que cambia el duelo y nombra un nuevo capítulo en la final: la lesión de Salah. Los acontecimientos le señalaban el camino a Zidane, que iba a aprovechar la puerta que le había abierto el destino.

Capítulo II. El conjunto blanco adelantó 20 metros sus líneas y se colocó en campo rival. Tan fácil como recuperar el estado de sobriedad tras la pérdida de la estrella rival. Ramos y Varane se templaron, y Modrid y Kroos comenzaron a subir sus porcentajes de precisión en el pase. El Real Madrid acababa de aterrizar en el escenario que se había imaginado en sus mejores sueños. Y eso que faltaba la ayuda sorpresa de un invitado: Loris Karius.

La noche del alemán pasará a la historia. Dos errores que perseguirán su recuerdo hasta quién sabe cuándo. Su entrada a escena no "tira", pero sí que ensucia un poco la labor que estaba haciendo la escuadra merengue para alcanzar el primer tanto del encuentro. Benzema estará muy contento por anotar en una noche como esta, pero seguro que habría preferido hacerlo de una forma más bonita. Eso sí, el gol vale lo mismo. Sea así o de bella factura. 

Capítulo III. Gareth Bale. Nunca empezar un párrafo con un nombre propio había sido tan aclaratorio. Su chilena no se explica. Es imposible hacerlo. Ni la técnica que practica, el ángulo que agarra el balón, o el salto que realiza. Es el pensamiento de "voy a hacer esto en este momento". La confianza con la que venía afrontando este último mes y medio de competición, es el único antecedente al que se puede sostener el público para justificar su decisión. Si la final se hubiese jugado en enero o febrero, este gol nunca habría existido.

Los minutos que estuvo sobre el terreno de juego son el resultado de una seguridad extrema después de haber hecho tal proeza nada más pisar el verde. Si no crees que te puedes comer el mundo tras anotar ese gol, es que verdaderamente no los has vivido. Su celebración sí significó algo. Su rabia. Su "aquí estoy yo" ilustrativo a falta de gesto. Gareth Bale fue el protagonista de un último capítulo que lo arrancó y lo terminó él.

En definitiva, el Real Madrid se halló en la tesitura de bailar en tres contextos diferentes. Pero su capacidad para ajustarse y poder moldear cualquier ambiente es tan grande, que al finalizar los tres, siempre se sintió superior. Ahí radica su grandeza. Por eso ganó su 13ª UEFA Championes League.