El partido disputado en el Ibn Battouta de Tánger fue un duelo de revancha en el que un Sevilla más rodado, consiguió poner en aprietos a los de Ernesto Valverde cerrándose en filas y tirando de acciones de contragolpe planificadas. Cuando Pablo Sarabia batió a Marc-André ter Stegen bajo la portería azulgrana, nadie se esperaba que la llave de la victoria la tuviera un jugador del que mucho se habla cuando no es decisivo, pero que más de una vez ha demostrado que es capaz de ganarse la titularidad en la zona de ataque culé y acompañar así a Leo Messi y Luis Suárez en los partidos más importantes y que el equipo afronta como retos. 

Después de que Gerard Piqué rematara a bocajarro un balón que quedaba colgado en él área de los hispalenses, Tomáš Vaclík no se esperaba que fuera a ser batido de la misma forma en la que lo fue David Soria durante la final de la Copa del Rey. Con electricidad en su juego, potencia a la hora de regatear, algún que otro quiebro y una zancada elegante, el dorsal 11 que en un principio llegó para sustituir a Neymar bajo el foco de la presión que recaía en el feudo culé, mandaba callar a todos aquellos que ponían en duda su capacidad a la hora de dar la cara, reivindicándose, sin ser modélico, sublevándose, levantando la mano y pegando un latigazo que sorprendió a los que tan bien le han rodeado durante su primera temporada en Can Barça.

Después de no haber tenido minutos durante el Mundial de Rusia y en medio de una polvareda en la que su futuro no está nada claro, con alguna que otra suculenta oferta acechando muy de cerca y la llegada de Malcom amenazando, el atacante galo sacaba uñas y dientes y celebraba con euforia el que fue el gol decisivo para los de Ernesto Valverde en una noche acalorada bajo los aficionados de tierras africanas. El antídoto que Pablo Machín extendió en sus jugadores no fue más que una mínima barrera que finalmente terminó sobrepasando el equipo azulgrana, hallándose mejor durante la segunda mitad del partido y poniéndose por delante con menos rodaje y algo de contundencia.

El de Tánger fue un partido en el que la pólvora gala sacó su carácter, yendo de menos a más, destapándose en los últimos minutos del partido y graduándose, a la altura de sus compañeros, dejando claro que iba a pelear por jugar todo lo posible, a pesar de que inició el partido en una posición en la que no se terminaba de encontrar a gusto. Con el grito de euforia de Ousmane Dembélé en un épilogo inmejorable para alguien que necesitaba momentos así, de cara a adquirir más y más confianza, Marc-André ter Stegen le ponía el broche de oro a la noche parándole un penalti a Wissam Ben Yedder, después de que Aleix Vidal quedara tendido en el ocaso y los de Pablo Machín se quedaron sin su oportunidad de oro: la prórroga.