El Real Zaragoza ha puesto punto y final a una temporada llena de alegrías y fracasos. De la cima al suelo. Del cielo a los infiernos. De tocar la gloria con la yema de los dedos, a hundirse en un pozo del que es más que difícil salir. El conjunto blanquillo ha vivido las dos caras del fútbol; la que sonríe cuando todo va bien y parece que nada puede salir mal y la que hunde, la que no permite levantarse de todos los duros golpes que se reciben cada fin de semana. Comenzaba el 2018 de la misma forma que lo acababa, con un equipo hundido en la parte baja de la clasificación. Sin embargo, el cambio de año suponía un punto de inflexión, un cambio de mentalidad. El seis de enero, con el último partido de la primera vuelta, comenzaba la remontada. Un 1-1 contra el Barça B, donde se vio de todo menos fútbol suponía el inicio de un ascenso inimaginable. El Real Zaragoza comenzaba su ascenso imparable. 47 puntos en una vuelta. 11 victorias de 12 partidos en casa. Otras tantas fuera de casa. Lo dicho, increíble.

Todo acababa donde había empezado, frente al filial blaugrana, esta vez en el Mini Estadi. Un partido sin apenas alicientes, o sí. El conjunto maño certificó su clasificación para los playoffs como tercer clasificado, posición que, a priori, le daba cierta ventaja sobre el resto.

Numancia, semifinal de playoffs. Golazo de Zapater. Respuesta inmediata de los sorianos. Agonía en La Romareda. Gol de Diamanka. Fin. Esta es la más triste historia de cómo acabar una temporada que estaba destinada a ser la de la resurrección del león. Un gol en el descuento dejaba al Real Zaragoza sin la final de los playoffs. La ley del ex volvía a cebarse con el Zaragoza, que veía cómo un antiguo militante de sus filas le arrebataba la plaza de la final.

Tocaba volver a empezar. La continuación de un proyecto a dos años. La culminación de una obra maestra. Pero no, por el momento no lo está siendo. Las llegadas de jugadores como Álvaro Vázquez, Marc Gual, James, Álex Muñoz o Aguirre, inundaron de ilusión las gradas del municipal. Sin embargo, la realidad es otra; el equipo está rozando los puestos de descenso y sólo puede agarrarse a la revolución planteada por un hombre de la casa, Víctor Fernández.

Seguridad y veteranía bajo palos

La portería ha sido la única posición en la que no ha habido dudas sobre quién debía ocuparla. Un meteórico Cristian Álvarez ha sido el encargado de defender la puerta zaragocista durante este año. Álvaro Ratón tan sólo ha disputado los partidos correspondientes a la competición copera debido a las habituales rotaciones.

Una defensa con luces y sombras

La consistencia de la temporada 2017/2018 con centrales como Verdasca, Grippo o Mikel parece que se fue diluyendo como un azucarillo en una taza de café. Los laterales largos y con llegada que implantó Natxo González, tampoco han dado el rendimiento esperado en esta nueva campaña. Con el inicio de la 2018/2019, la línea defensiva ha sido el mayor quebradero de cabeza de los entrenadores zaragocistas. A pesar de contar con un refuerzo de calidad en el centro de la zaga, Álex Muñoz, no se ha conseguido encontrar la clave para solucionar la sangría de goles que lastra los resultados blanquillos. Verdasca, Grippo, Perone, Álex Muñoz, Nieto, Delmás, Aguirre, Lasure, Benito o Zapater, son algunos de los que han jugado en estas posiciones sin resultados positivos. Tan sólo Alberto Benito, y quizá Álex Muñoz en lo poco que ha jugado, ha dejado un buen sabor de boca.

La mejora del centro del campo

El característico rombo cerrado de Natxo fue usado por Imanol en el inicio de la temporada, aunque se fue extinguiendo con el paso de las jornadas y la llegada de Alcaraz. Parecía que el Real Zaragoza había encontrado el santo grial, la llave que abría todas las puertas. Eguaras, Ros, Guti, Zapater, Febas, Buff, Papu, Pombo… fueron algunos de los encargados de componer el famoso rombo la temporada pasada. Con la ausencia de Febas, llegó el nigeriano James Igbekeme, con unas cualidades físicas superiores a las de cualquier otro jugador de la categoría. Sin embargo, y a pesar de que ha sido la línea que mejor ha funcionado, ha dejado algunas lagunas que han puesto en evidencia el mal momento del conjunto maño.

Una delantera mermada por una acusada ausencia

La pegada del año pasado, los goles como churros, las jugadas de fantasía… han desaparecido. La marcha de Borja Iglesias, principal goleador y jugador de más peligro, todavía duele en el seno del club blanquillo. Las llegadas de Jeison Medina, Álvaro Vázquez y Marc Gual, no han solucionado la marcha del panda. La escasez goleadora del equipo en este arranque de la temporada ha mermado con creces el rendimiento del conjunto. Pombo ha sido el jugador más destacado, pero ha sido incapaz de hacer todo. La ausencia de su mejor compañero de viaje se ha notado en la producción ofensiva zaragocista.

Cuatro entrenadores en un mismo año, un caos

El banquillo del Real Zaragoza nunca ha sido un puesto fácil. Natxo González sería el inquilino durante la temporada 2017/2018, quedándose a las puertas del ascenso a La Liga Santander. Tras su marcha, Imanol Idiakez se haría cargo del equipo en la segunda etapa del proyecto. Sin embargo, su estancia no se prolongaría demasiado gracias a los malos resultados que arrastraban al conjunto maño a la zona más baja de la clasificación. Imanol, superado por la situación, tuvo que dejar paso a Lucas Alcaraz, que lejos de mejorar lo que había, lo empeoró todavía más. Tras dejar al conjunto blanquillo en descenso a la categoría de bronce del fútbol español, la dirección deportiva tomó la decisión de hacer regresar al mejor entrenador de la historia del club, Víctor Fernández. Una bocanada de aire fresco e ilusión para una afición que ha encontrado en Víctor su nuevo ídolo.