El 2018 ha brindado cantidades de cal y arena a partes iguales. Empezó casi como acaba: desastrosamente. Un equipo avocado al fracaso. Un equipo roto. Un equipo flojo, poco contundente. Una afición cansada -solo hay que ver el partido frente al Barça B- del que parecía iba a ser otro año en blanco en Segunda División. Y cansada también de no ver reciprocidad alguna ni en los despachos ni en el verde. Y mucho menos en los banquillos.

Sin embargo, de repente el león despertó. Despertó gracias al empuje de todos. Pero sobre todo, gracias a que alguien -no sé si Natxo González, Lalo Arantegui, Lalo González o Natxo Arantegui- decidió dejar de hacer pruebas e introdujo el rombo que tantas alegrías dio. No vamos a engañar, el rombo no fue fruto de la insistencia del cuerpo técnico. Qué va. Se obligó a formar a todos los jugadores de la base en ese esquema. Con que se puede imaginar de quién fue la idea.

Y aun así, aunque fuera gracias a la cabezonería de la gente de despacho, el míster y su segundo tuvieron un mérito increíble. Consiguieron exprimir al máximo a cada uno de sus jugadores y eso les llevó al éxito. O casi. Porque tildar la llegada a los playoffs es de no tener ambición ninguna. Cabe recordar que el único objetivo del Real Zaragoza es ascender a Primera División.

Los números de Natxo González al mando del Real Zaragoza son los mejores en mucho tiempo: 1,64 puntos por partido. Estas cifras en otras temporadas habrían valido para ascender directamente a la mejor liga del mundo. Pero no. No fueron suficientes los puntos. Y en unos playoffs en el que tenían que darlo todo, no lo dieron. El Numancia no tenía mejores jugadores que el Real Zaragoza. Pero a veces, a parte de ser buenos, hay que ser inteligentes. Y no lo fueron.

Se cerró la primavera con un continuo vaivén de rumores y mentiras. Seguramente la culpa de la salida de Natxo del Real Zaragoza no fue una decisión personal como ambas partes afirman. ¿En caso de ascenso, hubiera continuado Natxo González en Zaragoza? Nadie lo sabe. O sí. Y no lo han dicho.

El caso es que llegó Imanol Idiakez. Un entrenador con todas las ganas del mundo. Un pedazo de profesional que se desgañitó por llevar al Real Zaragoza al sitio que se merece. Bueno, al sitio que se merece su afición. Si el club está en el pozo no es por casualidad. Ni mucho menos. Y aún así, Imanol estaba convencido en poder sacar esto adelante. Quizás si le se le hubiera dado las mismas oportunidades que a Natxo lo hubieran conseguido. Quién sabe. Él estaba seguro de que lo hubieran hecho. Y no hay nada más importante que creer en lo que se trabaja día a día, que estar convencido que esa es la dirección adecuada.

Aun así los números del entrenador vasco no fueron los mejores ni de lejos. Es más, con 1,10 puntos por partido al conjunto maño no le daba para salvarse. Suponiendo que la salvación estuviera en 50, al Zaragoza de Idiakez le faltarían entre cuatro y cinco puntos para salvarse.

¿Destitución lógica? La afición la pedía. Quizás no se fue demasiado justos. Los jugadores estaban convencidos de que Imanol era el indicado para llevarles al ascenso y no les hizo mucha gracia su destitución. Y quizás si Lalo no le hubiera echado se hubiera pedido su cabeza. La verdad es que nadie sabe qué hubiera pasado si Imanol hubiese continuado. Lo que está claro es que fueron -como se suele decir- de Guatemala a Guatepeor.

Y llegó Lucas Alcaraz. El míster con más experiencia en los banquillos del fútbol español. Muy bonito. Pero entrenadores sin experiencia alguna les han llevado a ser campeones de Europa. No importa la experiencia. La afición hechos. Y Lucas no los ofreció.

Posiblemente, ha sido uno de los peores entrenadores en estos últimos tres lustros. Aunque no se sabe si de verdad se le ha visto a él. Tan solo una victoria en los ocho partidos que dirigió a la escuadra blanquilla y una media de 0.63 puntos por partido, lo que en una campaña completa hubiera llevado a sumar cerca de 26 puntos. Es más, la dupla Alcaraz-Idiakez no sumaría casi ni los números de Ranko Popovic.

Y ahora llega Víctor. Y con él llega la ilusión a La Romareda. Llega un hombre de casa que sabe perfectamente lo que significa el Real Zaragoza para todos los zaragocistas. Es más, él es uno de ellos. En el postpartido del sábado pasado llego a afirmar que él:  "No lo ha (había) disfrutado porque estaba en el banquillo. Si me llego a sentar (…) en la grada, como que soy otro ultra, yo habría disfrutado muchísimo", concluía el entrenador maño.

Uno de los maños cierra este 2018 en el banquillo devolviendo toda la ambición posible a la afición zaragocista. La suma de equipo con la afición significa el éxito seguro. Y más con Víctor.