Querido Real Zaragoza:

Te escribo hoy porque te nos haces un poco más viejo. Nunca te había escrito cuando llegaba el 18 de Marzo, pero hoy me siento con ganas de decirte todo lo que te quiero.  

Supongo que viendo cómo están sufriendo las aficiones huérfanas o las de clubes a punto de desaparecer, es un alivio que cada año a mediados de agosto eche a rodar el balón sobre el tapete de la vetusta Romareda. Y es de admirar que después de todo lo que hemos pasado sigamos aquí, vivitos y coleando, dando guerra.

Hoy echo la vista atrás. Son muchos los años que llevamos asistiendo religiosamente a La Romareda cada dos fines de semana. Aunque solamente suponga una pequeña parte de nuestro tiempo, seguirte ha supuesto vivir los mejores momentos de nuestras vidas. Por lo menos de la mía. A pesar de mi corta edad y sin poder celebrar título alguno, has conseguido engancharme a la enfermedad del zaragocismo. Y todo esto es gracias a mi abuelo. Qué bonito es tener este sentimiento en común con toda tu familia. No encuentro lazo de unión más grande que el sufrimiento zaragocista.

Tengo que agradecerle a ellos el que me hayan hecho disfrutar tanto habiendo vivido tan poco. Ojalá pudiera haber visto a Los Alifantes, a los Cinco Magníficos, a los Zaraguayos, a la Quinta de París… Pero me quedo medio satisfecho pudiendo haber disfrutado de auténticos jugones como Pablo Aimar, los hermanos Milito, David Villa, Ander Herrera, Galleti… Y de poder haber visto a jugadores como Cani, Zapater y Cuartero honrando la blanquilla también, por supuesto.

El sufrimiento llegó después del descenso de 2008. Un proyecto repleto de estrellas se iba a pique y hacía que el Real Zaragoza cayera a la Segunda División. Agapito Iglesias y sus secuaces llevaban al equipo de toda la región aragonesa al peor momento de su historia, a un pozo del que todavía no se ha conseguido escapar. Pero llegó la Fundación para revivir a un león que agonizaba en su lecho de muerte.

Contigo he vivido momentos de todos los colores, pero lo que tengo seguro es que no me arrepiento de nada. Me has dado Copas del Rey, playoffs, ascensos y descensos; me has dado taquicardias, sofocos y un incontable número de llantos (tanto de alegría como de tristeza). Pero por encima de eso, me has dado la vida. Si no existieses, mi vida sería totalmente diferente, pero no creo ni mucho menos que hubiera sido ni la mitad de emocionante y divertida.  

No cambio por nada el ir cada quince días a La Romareda. No cambio por nada ninguno de los desplazamientos en los que te he acompañado para que no te sintieras desprotegido fuera de tu hogar. No cambio por nada el gritar tus goles. No cambio por nada el disfrutar de todos tus éxitos. En definitiva, no te cambio por nada.

Ahora ya sabes cómo de fundamental eres en nuestras vidas. Toda nuestra vida depende de ti. Felices 87, viejo. Felicidades y gracias. Espero que muy pronto tu salud mejore y me acompañes en todos y cada uno de los días de mi vida. Si tú sobrevives, ten claro que nosotros te vamos a acompañar, independientemente de la situación en la que te encuentres y de la categoría en la que estés. Si algo nos ha enseñado el fútbol es que el sentimiento no entiende de categorías ni situaciones y que no hay título más grande que llevar a tu equipo en lo más profundo de tu corazón. Lo único que queremos es que estés siempre dentro de nosotros. Porque si te vas, desaparece lo más importante de nuestras vidas. Desaparece todo para nosotros.

Por mi parte ya sabes que tendrás siempre una voz de apoyo y ánimo cuando peor estés y un grito de euforia cuando remontemos esto y nos toque volver a disfrutar. Estoy seguro de que volveremos a hacerlo. Nunca olvides a los que te siguen animando desde ahí arriba.

¡Felices 87, amigo! Que cumplas, como mínimo, otros 87 años más.