En una de las peores temporadas que se recuerden por Chamartín, pocos madridistas desean echar la vista atrás para rememorar un año repleto de sufrimiento para ver que ha dado de sí. Mucho más complicado aún poder seleccionar el mejor momento de una campaña desastrosa, más allá de la victoria en el Mundialito. En todo un año, el conjunto blanco apenas ha vivido casi ningún tramo de cierta tranquilidad y alegría. 

Un halo de optimismo

Quizá el único esbozo de sonrisa que brotó de las caras de los madridista fue, paradójicamente, en el mismo mes en el que el castillo de naipes se derrumbaría después. Eran comienzos del mes de febrero y el Real Madrid, ya con Solari de entrenador, se agarraba a un clavo ardiendo en busca de opciones de algún título. 

Este mes estaba marcado en rojo en el calendario por todos, pues se venía encima el partido de Liga ante el Barcelona, las semifinales de Copa del Rey y la eliminatoria ante el Ajax. Todo con un Madrid lleno de dudas, con cambio de entrenador incluido y que en la primera vuelta ya había recibido una manita por parte de su máxima rival. Sin embargo, desde todas las instancias del club se insistía en que nunca se debía dar por muerto al equipo blanco, que siempre era capaz de resurgir de sus cenizas. Y, durante una semana, esa profecía parecía cumplirse. 

Todo comenzó el 6 de febrero en la ida de semifinales de la Copa del Rey en el Camp Nou. El Real Madrid realizó una primera parte brillante que, con un poco de acierto de cara a gol, podría haber dejado casi sentenciada la eliminatoria por el valor de los goles fuera de casa. Los madridistas disfrutaron sobre el terreno de juego llevando la manija del partido y teniendo ocasiones clarísimas, comandados por un Vinicius que traía de cabeza a los defensas rivales. La falta de gol dejó la eliminatoria totalmente abierta y a posteriori lo acabaría pagando. 

Tres días después llegaba el derbi en el Wanda. Una victoria hacía que una Liga imposible fuera un poco más accesible. Y así fue. Victoria contundente por 1-3. Con menos brillantez que en el Camp Nou, pero, esta vez sí, con acierto goleador. Casemiro, Ramos y Bale daban al Real Madrid tres puntos que les hacía soñar y llenarse de optimismo. La temporada parecía que tomaba vuelo.

Sin tiempo para descansar y para rotaciones, el miércoles siguiente llegaba la Champions. Tocaba defender la triple corona consecutiva y el rival para ello parecía entonces el propicio. Nadie sospechaba de lo que este Ajax era capaz de hacer. Con el susto en el cuerpo, los de Solari consiguieron vencer por 1-2. Un resultado injusto para lo visto en el terreno de juego y que no estaba en consonancia con el caudal ofensivo desplegado por el equipo neerlandés. A pesar de ello, el triunfo aplacó las posibles críticas y el haber conseguido salir de la primera semana clave con opciones de todo hizo que la euforia comenzara a dispararse.

Una semana que acabó con las ilusiones

Y de la misma forma en la que en una semana el equipo llenó de optimismo al madridismo, en otra semana se le quitó de golpe. Anteriormente a esos siete días de debacle, los de Solari ya avisaron de que todo el castillo construido se empezaba a tambalear y, tan solo una brisa, podía derrumbarlo. La derrota ante el Girona, un rival de la parte baja, en el Bernabéu, tras todas las victorias seguidas y con un parón de selecciones a la vuelta de la esquina, fue un golpe durísimo a la par que inesperado. Fue la sentencia que nadie pudo prever y que dejó a los jugadores muy tocados de cara a la afición que no podía entender esa relajación. 

Tras esa derrota, y con una victoria pírrica ante el Levante gracias a dos penaltis, llegaría la semana clave. Siete días en los que el conjunto blanco cargaba con una cruz llena de pesimismo, poca confianza, mal juego y poco gol. Fueron tres caídas con esa cruz a cuestas y con cada caída una competición que se perdía por el camino. 

La primera fue la Copa. Quizá fue lo que desencadenó todo lo demás. Un partido que dominó el Real Madrid y que tuvo, al igual que en la ida, ocasiones para sentenciar en la primera mitad. Otra vez el poco acierto dejó vivo a un Barcelona que acabó endosando una goleada más en un Santiago Bernabéu que parece acostumbrado a ver su rival llevarse la victoria como si nada. Un quiero y no puedo constante de un Madrid que parecía imposible que marcara un gol. Pudo ser esa derrota la que hizo bajar la cabeza a los jugadores.

Vinicius intenta marcharse de Sergi Roberto durante un clásico de esta temporada/Foto: Getty Images
Vinicius intenta marcharse de Sergi Roberto durante un clásico de esta temporada/Foto: Getty Images

Tres días después, el fútbol ofrecía una revancha. Otra vez el Barcelona visitaba al conjunto blanco. La Liga, casi imposible, se decidía en esta jornada. Una afición acostumbrada a remontadas imposibles se agarraba a este partido como un clavo ardiendo. Era el momento de comenzar el asalto al título. Pero, como si de una continuación de la segunda parte del encuentro copero se tratara, el equipo madridista no apareció. Ni siquiera tuvo ocasiones tan claras como hacía pocos días. Esta vez un Barça, casi sin querer, con la ley del mínimo esfuerzo, volvía a salir victorioso y dejaba sentenciado el campeonato doméstico. Otra caída y otra competición que se iba.

Por si fuera poco, el martes llegaría la definitiva. Como tantas veces, el Real Madrid se acogía a su querida Champions. Ganar otra vez salvaría una temporada que llevaba camino de ser lo que al final acabó siendo: una de las peores de la historia. Con un resultado favorable y dos goles fuera de casa, era complicado que todo saliera mal. Pero ocurrió. Y de la manera más dolorosa posible. Una goleada con una sensación de impotencia pocas veces vista en el Madrid en esta competición. Ni siquiera la Copa de Europa era capaz de reconducir la temporada. 1-4 y fuera de su trofeo. Ese que siempre le consolaba cuando más lo necesita.

A partir de entonces, un calvario continuo por el desierto. Una semana que derrumbó todas las ilusiones. Una temporada para el olvido y cuyo único momento feliz duró siete días.