Primer partido ante un rival de enjundia y primera goleada recibida. Al Real Madrid ya no le sirve ni apelar a la grandeza y la épica de las noches europeas. Ya se demostró la temporada pasada ante el Ajax y este vez ha vuelto a quedar constatado. Nada ha cambiado. Y tiempo ha habido para ello.

El equipo blanco salió vapuleado de París. Cada vez se antoja más difícil buscar culpables. Gran parte de las miradas, hasta este momento, se centraban en los jugadores y en la confección de una mala planificación deportiva. Sin embargo, el partido de ayer en el Parque de los Príncipes deja clara una cosa: el equipo blanco es un desastre táctico. 

Se puede mirar al equipo, sí, pero es innegable que con el once titular que salió ayer y ante un PSG sin su tridente letal, es inadmisible recibir un baño de fútbol como tal. La plantilla no está proporcionada, hacían falta más centrocampistas, hay jugadores que siguen a un nivel muy por debajo del esperado y es necesario una revolución mayor. Pero en el equipo inicial de ayer había hasta cuatro cambios respecto al año anterior (Militao, Mendy, James y Hazard) y el desastre fue igual. Muchos ya empiezan a pensar que es momento de mirar más allá del terreno de juego y hacerlo hacía la zona técnica.

Espacio entre líneas

Todo lo que respecta a la táctica deja en no muy lugar a Zidane. Buscar la excusa de la intensidad está bien para momentos determinados, pero seis meses en el banquillo blanco requieren mejores explicaciones y, sobre todo, soluciones.

Por ejemplo, el motivo por el que la presión madridista es tan ineficaz. Seis jugadores iban a presionar a campo contrario, mientras que los cuatro defensas se quedaban con la línea muy retrasada. Eso facilitaba una salida de balón rápida del PSG que cada vez que lograba superar, con facilidad, esa primera línea de presión, se encontraba con un espacio inmenso por delante para atacar en superioridad numérica a la defensa blanca.

El espacio entre líneas y la presión conjunta es un aspecto fundamental en el fútbol actual y ayer el Real Madrid no parecía un equipo trabajado en ese aspecto.

Ese problema se vio también cuando el equipo de Zidane defendía en estático. Entre los centrocampistas y los defensas había siempre un espacio que jugadores inteligentes como Sarabia y Di María aprovecharon constantemente para recibir. A partir de ahí, el peligro estaba asegurado y cada jugada del PSG trasmitía la sensación de que podía acabar en gol. Nadie sabe cómo hubiera acaba el partido si Neymar y Mbappé hubieran estado en el campo.

Salida de balón

La antítesis del Madrid fue un PSG aguerrido, conjuntado, con intensidad y haciendo un trabajo coral inmenso. Cada salida de balón desde atrás madridista era un quebradero de cabeza. La presión del equipo francés ponía en aprietos una y otra vez al conjunto blanco. Gueye fue el líder de los parisinos. Parecía que había más de uno en el campo. Consecuencias de un buen posicionamiento y una presión ensayada, sumada, obviamente, a su poderío físico.

La superioridad en el medio del campo fue evidente y obligó a James a tener que retrasarse para ayudar en esa labor, perdiendo así al colombiano en las zonas donde más daño hace, cerca del área. Ni siquiera así el Madrid pudo solucionar el problema y el mal posicionamiento de los jugadores en salida de balón tampoco ayudaba.

Fueron incontables las veces que Varane tuvo que buscar la salida con un balón largo que nunca llegaba a buen puerto. Cuando se decidían a salir con el balón a ras de suelo, los medios recibían de espaldas y con un rival apretando, como le ocurrió muchas veces a Kroos. Siempre requería de una acción magistral técnica para salvar esa presión y cuando lo hacían se encontraban con que no había compañeros para recibir el pase.

Una clara muestra de que este Madrid lo fía todo a la técnica sin tener apenas en cuenta la táctica. Y en eso, en noches grandes, contra equipos poderosos y en fútbol actual, suele tener como resultado derrotas tan contundentes como la de ayer en París.