Y con un solo chasquido de dedos, las risas se tornaron en lágrimas y la felicidad en calamidad. La metamorfosis sufrida por el Sevilla en apenas cinco días ha cambiado, y de qué manera, la concepción que tenía la afición sobre el equipo. Si la defensa era la parcela que más seguridad transmitía y el centro del campo hacía las delicias del sevillismo, ahora todas ellas se suman al debate que ha generado la delantera en las últimas semanas, que tras el estrépito de Éibar vuelve a dar de qué hablar. 

Tras consumarse la primera derrota del curso el pasado domingo con el Real Madrid de Zidane, el Sevilla buscaba por todos los medios desquitarse del mal sabor de boca que dicho partido produjo. Sobre todo por cómo se dio, ya que los madridistas dominaron en gran parte de los noventa minutos. En lo que a los armeros respecta, llegaban a este partido intersemanal con serios apuros clasificatorios y después de sacar un punto en el siempre dificultoso Ciutat de Valencia

Pletórico Sevilla en la primera parte

González Fuertes decretó el comienzo del choque y los de Mendilibar arrancaron con una presión bastante adelantada para entorpecer la salida de balón del equipo de Julen. No obstante, los primeros compases ya iban dando pistas de por dónde discurriría el encuentro; el Sevilla haría un daño increíble al contragolpe y aprovechando los errores del rival. De hecho, el primero de la tarde estuvo precedido de un grosero fallo de Ramis, que dejó manipular el balón a su libre albedrío a Jordán, quien proyectaría un pase milimétrico para un Ocampos que solo tuvo que poner el pie para batir la meta local. Los hispalenses ya iban por encima en el luminoso sobrepasados los diez minutos cuando cuatro minutos después estuvo a punto de llegar el segundo; Dimitróvic, con una salida en falso, comprometió a su defensa mas Munir no atinó a aprovechar el fallo del meta. 

Se llegó al ecuador del primer acto y los errores eibarreses se seguían sucediendo al mismo tiempo que las ocasiones de gol rojiblancas. A los veinticinco minutos de juego, Munir volvió a gozar de un remate para aumentar la renta, pero el larguero lo dejó sin premio gordo, el hoy delantero debía continuar llamando a la puerta del gol. Quien se topó con el tanto sin aporrear el portón euskera fue Óliver Torres, que no dudó en alojar el balón al fondo de las mallas tras un gran servicio raso desde la derecha de un excelso Ocampos. Los sevillistas pudieron dejar finiquitados los tres puntos en la misma primera parte, pero no transformaron ninguna de las llegadas que tuvieron hasta el pitido final, lo cual dejó con posibilidades al Éibar.

Sin explicación 

Si en el primer asalto el desarrollo del juego ya dictaba cómo serían los minutos de fútbol, en la segunda parte sucedió tres cuartos de lo mismo, pero a la inversa. El Éibar salió en modo acoso y derribo mientras que el Sevilla no podía escapar de su territorio y mostraba endeblez en todas las líneas del verde. El cataclismo de Lopetegui echa a rodar con la sustitución de Carriço por lesión y con el ingreso de un Koundé que estuvo aojado. Cinco minutos llevaba el galo en el campo cuando cometió penalti después de perder un balón que intentó sacar con maestría. Ello desembocó en el gol de Orellana, que se enchufó desde entonces. 

Los hispalenses continuaban escribiendo su desdicha con el cambio de Jordán -el mejor del Sevilla- y con el empate de Pedro León. La igualada hizo acto de presencia tras la falta de comunicación de un Vaclik que no embolsó un balón que era suyo y de un Diego Carlos que buscaba despejar, pero lejos de conseguir lo que los dos sevillistas perseguían, el esférico quedó suelto en el área sin dueño alguno y el ex del Madrid puso las tablas. La unidad espoleó al Éibar hasta límites insospechados, y es que si hay un deporte en el que la Ley de Murphy se escenifica, ese es el fútbol. En el ochentaiuno y para la sorpresa de todos, Cote hizo bueno el garrafal error de Vaclik al situar defectuosamente la barrera para hacer el definitivo tres a dos.

El dominio de los pupilos de Mendilibar fue a más en las postrimerías. Los de Lopetegui ni olieron el balón hasta el punto de no poder inquietar en ninguna fase. Con este marcador se llegó a la conclusión del tiempo reglamentario. Los andaluces sufren un golpe demoledor en sus aspiraciones Champions ya que no solo terminan la jornada fuera de Europa, sino que lo hacen transmitiendo muchas inseguridades.